lunes, 13 de mayo de 2013

El Pacto de Mandinga

Roberto Morales Ayala
Zona Franca

Los pactos políticos tienen mucho de mentira y muy poco de realidad. Suelen ser lucrativos para quienes lo firman, una cortina de humo a los grandes problemas de la sociedad y la coartada entre quienes gobiernan y quienes debieran acotar su poder. Los pactos, pues, huelen a complicidad.
Cuando los suscriben, los políticos saben de su caducidad pero también de su utilidad. No son eternos, así los pinten como un instrumento de la gobernabilidad, y muchos revientan después del parto, cuando apenas salen del cascarón.
Lo del Pacto por México puso en jaque al gobierno de Enrique Peña Nieto, cuestionado porque mientras la oposición —PAN y PRD— le firmaban todo al Presidente, le aprobaban las reformas estructurales, le aplaudían su forma de gobierno, quizá ocultando que llegó comprando votos y enredado con los poderes fácticos, a cambio brotaba evidencia de que los priístas traían bien aceitada la máquina del fraude.
El Caso Veracruz, el hallazgo de los videos y los audios en que la mafia duartista es pillada afinando cómo robarse los programas sociales del gobierno federal, desató la primera crisis del sexenio, el amago de que PAN y PRD abandonaran el Pacto por México y la solución con un agregado, el famoso addendum, en el que se precisa que habrá transparencia en el manejo de los programas sociales y castigo a quien los manipule a favor de cualquier partido político.
De inmediato, en Veracruz se planteó suscribir un pacto local. El Partido de la Revolución Democrática sugirió el Pacto por Veracruz. Uno de sus líderes veracruzanos, el diputado Rogelio Franco Castán, abordó el tema y dijo que habría que blindar los programas sociales del gobierno estatal para evitar que se les manipule como ocurre con Oportunidades, 65 y Más, etc.
No bien terminaba de aterrizar la idea, el gobernador Javier Duarte de Ochoa ya manifestaba su beneplácito, su entera disposición a que se suscriba el Pacto por Veracruz.
El PRD en Veracruz es un partido político ajeno a la combatividad opositora que lo distingue en otras entidades. Existen por lo menos dos bloques de perredistas, pero ambos se entienden a las mil maravillas con el vilipendiado gobernador.
El perredismo veracruzano lo mismo le aprueba la reforma electoral, con ingrediente represivos y de censura a los medios de comunicación, que se deja fotografiar con Javier Duarte, en gran camaradería, con un mensaje que no deja lugar a dudas: pueden ser todo, menos oposición.
A excepción de unos cuantos radicales, el perredismo veracruzano es rojo. Es tal la sujeción del PRD al gobierno estatal, que ambos bloques reventaron la alianza política con el Partido Acción Nacional, cuyas posibilidades de triunfo eran totales y tenían al priismo con el alma en un hilo.
El PRD, desde los días del fidelismo, no sido una verdadera oposición. Le firmó en 2005 el Acuerdo para la Gobernabilidad y el Desarrollo de Veracruz, que incluía foros en los que los perredistas se dieron vuelo, manejando presupuesto, habilitando a sus cuates como expositores, inflando costos, haciendo de aquellos ejercicios de ideas y propuestas un franco negocio. Cuanto ahí se planteara, se convertiría en iniciativas de ley y reformas a la Constitución de Veracruz.
Fue un gran negocio para el PRD y ningún beneficio para los veracruzanos.
Fidel Herrera gustaba de imitar al gobierno federal, así fuera el gobierno panista de Vicente Fox y después de Felipe Calderón. Por ejemplo, cuando lo batearon PAN y PRD, en 2008, y no le refrendaron el Acuerdo para la Gobernabilidad, tuvo la puntada de suscribir el pacto anticrisis con diez líneas estratégicas, con las que se lograría impulsar el empleo, la inversión y consolidar el desarrollo de Veracruz. O sea, imitó a Calderón.
Obviamente aquello era otra de las patrañas de Fidel ya que si algo distinguió a su gobierno fue el desastre económico, la debacle en el empleo, la desconfianza de los inversionistas y a quienes le trabajaron al gobierno estatal los convirtieron en acreedores errantes, porque no les pagó ni el fidelismo ni el gobierno de Javier Duarte.
Con Fidel, maestro y mentor de Javier Duarte, los pactos fueron entretenimiento y perversión. No le sirvieron a los veracruzanos porque al final del sexenio de la fidelidad la debacle financiera fue escandalosa: una deuda de 40 mil millones de pesos, cero desarrollo, pobreza extrema, caída en los servicios de salud y educación.
Los pactos de la fidelidad sólo sirvieron para entretener y para dejar a los veracruzanos peor de cómo se hallaban. El Pacto por Veracruz, que sugiere el PRD rojo y que acoge con gran ánimo el gobernador Javier Duarte, es sólo una mascarada, surgido al calor de la crisis del Pacto por México por el hallazgo de la evidencia de que los priístas ya afinaban cómo robarse los programas sociales del gobierno federal y convertir a los pobres, a los adultos mayores, a los jóvenes, en votantes cautivos del PRI.
El Pacto por Veracruz no intenta preservar los programas sociales del gobierno de Javier Duarte y evitar que sean manipulados electoralmente. El Pacto por Veracruz le viene como anillo al dedo a la red mafiosa del poder para dar un golpe de opinión pública, al lanzar el mensaje de que el apoyo social es intocable y que nadie lo usará para llevar agua a su molino o votos a su casilla.
En los hechos, los priistas se roban las elecciones. El PRI de Fidel y ahora el PRI de Javier Duarte han lucrado con los programas sociales y han convertido a los beneficiarios en su voto duro para mantenerse en el poder.
2010 es un ejemplo de la voracidad y la capacidad de la pareja Fidel-Duarte para manipular los programas sociales federales y canjear la ayuda social por operación electoral y votos. Así aseguraron la sucesión y que Duarte llegara al gobierno de Veracruz a encubrir el peculado de su antecesor.
Hoy, el Pacto de Veracruz o el Pacto de Mandinga, como se le denomina con evidente sarcasmo, tiene como misión propiciar una percepción de opinión pública favorable a Javier Duarte, presentarlo como un demócrata y como un garante de la legalidad y la democracia. Su compromiso, se pregona, es que nadie se valga de los apoyos sociales, sobre todo el PRI, para torcer la elección del 7 de julio. Pero en los hechos es todo lo contrario.
Fraguar pactos es el estilo de Fidel Herrera. Concretarlos es la encomienda de Javier Duarte. De proponerlos se encarga el PRD. Para eso los perredistas son sus empleados.
(romoaya@gmail.com)(@moralesrobert)

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