miércoles, 15 de mayo de 2013

Manifestantes


Rafael Durián 
Crónica Ácida 

La manifestación del pasado lunes, en donde padres de familia de Rafael Lucio exigían se reanude la construcción de la Telesecundaria “Álvaro Gálvez y Fuentes”, exhibió la pronta respuesta que el personal de Apoyo y de Seguridad de palacio de Gobierno tiene para solucionar de manera pronta, pero no eficiente, los diferentes problemas vertidos en Plaza Lerdo.
Llegaron en poco tiempo y eran cerca de cuarenta, la mayor parte mujeres, cansadas de que la construcción de la Telesecundaria, en donde acuden más de 200 alumnos, está detenida desde hace cinco meses.
Los manifestantes, cansados de recibir prórrogas a sus peticiones, decidieron cerrar la calle pasando las 9 de la mañana, y no moverse de ahí hasta que tuvieran una solución concreta a sus demandas. Debo reconocer que en ese momento, los automovilistas, al notar dicho cierre, rápidamente se dirigieron a las diferentes vías alternas que salían del centro. 
Poco después, el arreglo al parecer fue esperar a cambio de librar dos carriles de la avenida Enríquez; sin embargo, al no lograr antes del mediodía un acuerdo inmediato, volvieron a cerrar dicha arteria.
¡Hora pico en Xalapa!, las decenas de cláxones no se hicieron esperar. Los agentes de la policía vial cerraron inmediatamente las calles y abrieron sentidos alternos para desahogar el tráfico.
Los automovilistas de la primera línea trataban de negociar con los manifestantes su paso. El primero, a bordo de vocho, salió vistiendo toda su ropa blanca, así como una bata. Les mostró su gafete y les dijo: “voy para el CEM, allá trabajo”, y le permitieron el paso. El segundo, en taxi, de la tercera edad, les mostró a los manifestantes unas severas lesiones en las manos como estigmas, que eran medianamente cubiertas con vendoletes; les mostró la herida y les dijo: “voy a la Cruz roja” y pasó. Un taxi aparentemente sufrió un avería y el operador echó mano de sus dotes de mecánico. 


Dos vehículos quedaban en espera: una camioneta con caja fría, que decía a los costados “Peñafiel”, y un vehículo Gol, aparentemente nuevo, pues lucía debajo de sus tripulantes, los plásticos en los asientos. Al frente, un joven; detrás, una señora. Después de notar el paso de los demás vehículos, la señora descendió del auto, y dirigiéndose a los manifestantes como “pinches indios”, les señaló que a ella no le importan sus problemas. Les dijo que se movieran para la Plaza, que dejaran de hacerse pendejos y quitarle el tiempo a las personas que de verdad tienen cosas que hacer; se las refrescó casi a cada uno de los manifestantes.
Volvió a subir al vehículo para ordenar al joven operador le siguiera sus maldiciones vía claxon. Por su parte, el repartidor de bebidas refrescantes armonizaba con exagerados acelerones de motor y claxonazos ininterrumpidos hasta por cerca de 20 segundos para después continuarlo.

Al notar la enorme impaciencia del repartidor, manifestantes defraudados pertenecientes a otra manifestación, le suplicaron dejar de acelerar el camión y esperar. Él señaló su apretada agenda y sus exigentes horarios y entregas por cumplir, a la par de que la señora señalaba como única prioridad ir a recoger al niño a la escuela, al ritmo en que bajaba el vidrio del auto nuevo y sacudía el brazo sin miedo alguno. Bajó la ventanilla e instruyó al joven para acelerar, sin tomar en cuenta a los manifestantes y éste obedeció hasta que las madres de familias se aglutinaron frente al vehículo. Un manifestante golpeó fuertemente el cofre. Personal de Palacio y de la Secretaría de Seguridad Pública veían de lejitos. 

Algunas personas señalaron que los policías no se pueden poner del lado de los manifestantes; otros, que la sola presencia de la policía agravaría la percepción del protestante; ahora yo sé que el manifestante que resalta su ciudadanía, a su vez la pierde para entrar en un estado de indefensión, no tan solo de autoridades, sino también de personas alejadas de la búsqueda del bien común.

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