jueves, 16 de mayo de 2013

Más calzado que dama

Salvador Muñoz
Los Políticos

Hace poco compré unos zapatos color café. Pienso seriamente regalarlos. No tanto porque hayan salido malos. Al contrario. Son bonitos, elegantes, pero opto por mis botas o guaraches para andar de la Ceca a la Meca. Vamos: prefiero la comodidad y tres pares de zapatos me bastan para darme ese ligero placer en los pies.
Las mujeres son todo lo contrario. Les gusta torturarse los pies. Si me pregunta (y si no, también) le diré que soy de los que piensan que la belleza de una mujer empieza en sus pies... Algo ha de tener mi pobre madre culpa de ello cuando me decía, siendo un niño, que ya le dolía el juanete, que el ojo de pescado, que la uña enterrada, que el callo...
Pobres de los pies de mi madre, víctimas de plataformas y tacones, de pisos fríos y siempre firmes ante una máquina que alimentaba durante ocho horas, y si se requería, hasta 16. A ello hay que sumarle la artritis. Hoy tiene que calzar zapatos especiales que sean lo suficientemente suaves para que no lastimen sus huesos... Su juanete.
Por eso soy muy fijado en los pies y le digo a Brenda que se los cuide porque no he visto pies tan bellos como los de ella... Y sus manos.
No obstante, como un gran porcentaje de mujeres, le gusta torturarse los pies en zapatos altos... Nueve, 12 y no sé si hasta 15 centímetros de altura en sus tacones que, si bien la hacen ver espectacular, sé que al final de la jornada, no aguanta los pies.
¿Cuántas zapatillas y botas tiene? Ni idea... Lo que sí sé es que tiene dos pares de tenis y unos que, aunque ya se les despegó la suela, ahí los jala, haciendo un ruido que pudiéramos calificar como chancleo ante mi insistencia de que se compre otros.
También sé que tiene mucho calzado y su mayoría, lo hemos escogido juntos... Quizás por ese tipo de fetichismo que tengo por sus pies que lo hago o porque me gusta su sonrisa, coqueta, sabiendo que disfruto verla, luciendo como modelo para un solo espectador... Sí, difícilmente otra mujer podría llenar sus zapatillas aunque... Más difícil se me hace creer que haya un hombre que presuma tener ¡más zapatos que una dama!
Andrés Granier, ex gobernador de Tabasco, salta a la fama pública por andar en malos pasos y con muchos pesos. En un alarde, según consta en grabación, dice tener más de 400 pares de zapatos, entre otras lindezas. En una sociedad como la nuestra, donde la mayoría de nuestros políticos hacen del servicio público la oportunidad para contradecir a Juárez en uno de sus más hermosos preceptos en cuanto a esta función: "No pueden improvisar fortunas, ni entregarse al ocio y a la disipación, sino consagrarse asiduamente al trabajo, disponiéndose a vivir, en la honrada medianía que proporciona la retribución que la ley les señala", su presunción es una cachetada de ida y vuelta a una sociedad que, entre lo más terrible, su mayoría no se entera, no conoce y tiene idea de quién es Granier. Otra parte de nuestra sociedad, la que entra a las redes y/o lee periódicos es la que, en voz de los callados, reclama... Vamos... Se ponen en los zapatos de esa gran sociedad mexicana que no habla, que ha perdido quizás fe, esperanza y hasta sentido a la vida para tratar de sobrevivir día con día. Granier es sólo un caso...
Dicen que los zapatos, a fuerza, no entran. Así les pasa a muchos candidatos, ya sea para diputados o alcaldes. Los casos más vistosos, a mi juicio, son Sergio Pazos Navarrete, en Boca del Río y Ramón Poo, en el Puerto. Quizás usted conozca más y pudiera citar Emiliano Zapata, Tuxpan, Martínez de la Torre y otros más. Sin embargo, a la vista del lector común, estos personajes dejan de ser candidatos para convertirse en los Mesías que necesitaba la sociedad para prosperar. ¿Cómo se logra ello? Fácil... Con un remedio que tenía mi abuelo cuando sus botas "Crucero" le quedaban apretadas: "maicearlos".
Sí. Para los zapatos nuevos, mi abuelo humedecía maíz y procedía a llenar el calzado y durante algunos días, dejaba que el grano, esponjado, hiciera su trabajo en las botas. Pues más o menos así se maicea a medios y militantes para que los candidatos entren sin necesidad de calzador.
De cierto modo, nuestra política es como un zapatero remendón... Cada nuevo proceso electoral, recicla al máximo a sus políticos, aunque a diferencia de unos zapatos remendados, muchos de éstos dejan de ser cómodos para el electorado.
En fin... Tengo unos zapatos nuevos, café, con una sola puesta, que creo habré de regalar... No porque sean malos, incómodos o feos, no.... Para nada. Lo que pasa es que prefiero mis viejas botas o guaraches, por el placer que me brinda un buen par de calzado. No necesito más, porque carezco de ese toque vanidoso que pueden tener algunas mujeres, y tampoco soy Granier, que estoy seguro que más se le hubiera festejado que en lugar de 400 pares de zapatos, reconociera calzar un solo par de herraduras.
Y sigo sin entender... ¡qué clase de hombre puede presumir tener más calzado que una dama!

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