Salvador Muñoz
Los Políticos
Que este fin de año, todas sus metas, deseos y sueños se cumplan. Que en su corazón no albergue odio, resentimiento y culpa. Que el pulso no le tiemble cuando extienda la mano para saludar a alguien, pero sobre todo, viva feliz cada momento de su vida…
A todos esos políticos que han sido citados en esta columna, les ofrezco mi respeto y admiración por su buen humor, pero sobre todo, porque hayan servido estas líneas para que, si estaban equivocados, corregir el camino, y si no lo estaban, no errarlo. Y si yo me equivoqué, que me lo hayan hecho saber.
También quiero agradecer a quienes cooperaron a lo largo de este año con la Fundación de los Niños Pobres… de mi casa.
¡Claro! Tuve que abrir una fundación para tratar de allegarme recursos extras a lo que gano como reportero y es que lamentablemente mis hijos no son mayores de edad para poderlos meter a trabajar al Gobierno del Estado… ¡vaya! Y como son como su padre, ni tienen chance de una beca que los apoyara para los boletos de su autobús…
Quizás por eso es que, además de reportero, columnista, editor, niñero y otros oficios que se me presentan, todavía hago labor social en las parroquias de Xalapa ya no para ganar dinero, sino indulgencias que un día me lleven al paraíso del político en jauja.
Así que un domingo, el sacerdote de la parroquia de Las Animas, contrató mis servicios para hacer limpieza general.
¡No! Era una polvareda que sudé y sudé al grado de apestar a cochinero… pues para no hacerles el cuento largo, estaba limpiando por dentro el confesionario cuando arribó una persona y me dijo, en tono desesperado:
–¡Padre! ¡Quiero confesarme!
–Pero es que yo…
–¡Lo necesito urgentemente! Estamos a días del fin de año y necesito expiar mis culpas…
–Es que yo…
–¡Confieso ante Dios que he pecado! Soy culpable de haberle dado un pellizco al erario… ¡oiga! Huele a cochinero…
El espíritu del seminarista que se rajó hace más de 20 años por el camino de Dios se apoderó de mí y no pude evitar decir:
–Hijo, ¡no debes agredir a tus semejantes! Y sobre el olor, ha de ser tu imaginación…
–¿Cuál semejante?
–No dices que pellizcaste a Erario…
–El erario son los recursos del pueblo, ¡la lana! Pero insisto… ¡huele a cochinero!
–¡Ah! Ya entiendo… ¿y qué hiciste con ese dinero? El olor ha de ser los pecados que cargas…
–Pues vine a Xalapa a buscar un humilde carrito… ¡huele a cochinero!
–No huele a nada… ¿y qué carro escogiste?
–Nada, casi nada… un Mercedes… ¡de verdad que huele a cochinero!
–¡Huyyy! Casi nada… me imagino que austero… ¡y no huele a nada!
–Pues para el Muñeco, qué mejor que un SLK Class 350 Premium… ¡huele a cochino!
–No huele a nada… ya me imagino tu carro por la ciudad…
–¡Está loco! ¡Cómo cree que voy a andar paseando por las bachosas calles de Catemaco mi Mercedes!... perdón padre… ¡huele a cochinero!
–No huele a nada… pero, entonces, dónde dejas tu carro…
–Pues tuve que comprar una casa ad hoc para el carro para estacionarlo… oiga… ¡huele a cochinero!
–Que no huele a nada… ¿y de dónde sacaste para la casa?
–Bursatilicé unos ahorros y Peso a Peso logré hacerme de una casita… huele a cochinero…
–Que no, hijo, no huele a nada… ¿en dónde la compraste?
–Acá en las Animas, en Ernesto Gómez 4 ahí tiene su humilde residencia… ¡oiga! Esto es serio… apesta a cochinero…
–Mira hijo, si bien puede que apeste a cochinero, tú apestas a rata ¡y ni quien te diga nada! Y vete porque yo no soy sacerdote y ni creo que se te perdonen tus pecados.
Feliz fin e inicio de año…
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