domingo, 25 de diciembre de 2011

Aunque me tachen de Grinch

Salvador Muñoz
Los Políticos

Cuando llegó a su casa, lo encontró muerto. Una cuerda en su cuello parecía ser la responsable de su deceso... aparentemente.
Lo que a todas luces parecía un suicidio sólo era una salida fácil para cualquier autoridad que tenía a la vuelta de la esquina, el 24 de diciembre... sí, por eso, cualquiera que hubiera acudido a la escena del crimen, habría dictado con tranquilidad y parmoniosidad de Sherlock Holmes que era un simple suicidio conllevado por la época navideña y la soledad conque por lo regular, el sujeto pasaba varias horas en el domicilio.
Más tarde se sabría la verdad...
No fue suicidio (se los dije desde un principio)...

Los responsables, como en toda escena criminal, por lo común, estaban más cerca de lo que aparentaban. Sí... así es, fueron los vecinos.
Padres de familia, hijos, adolescentes, niños, familias enteras que para festejar su 24 de diciembre, arrojaron a diestra y siniestra cohetes que en los oídos de ese pequeño can, parecían cañones que le provocaron momentos de angustia, desesperación, estrés, malestar, ascos, y acabó por morir con la misma cuerda con la que su dueña, una internista, lo sacaba a pasear después de haber pasado varias horas, ambos, separadas por su trabajo.
Sí, esa mujer, cuyo único compañero era un perrito, acabó pasando la más triste navidad por un malentendido gozo entre algunas familias, por aventar a patios, calles y parques grandes cantidades de cohetones, petardos y demás explosivos para celebrar un festejo.
La muerte de este can ocurrió en la Ciudad de México...
II
Acá en Xalapa, al menos por mi vecindad, he de agradecer la ausencia de imbéciles arrojando cohetes... bueno, dos muchachos y un niño, cerca de las 20 horas del 24, impidieron que hiciera mi habitual recorrido con Harry quien, si bien no entra en pánico ante el estruendo, sí dubita al oírlo y voltea a verme y sé qué significa esa mirada: “No avancemos más... regresemos por el mismo camino”, y así lo hacemos por lo regular.
Pero no sólo fue ausencia de imbéclies arrojando cohetes, sino también de fiestas y ruido. Digo, ya el lunes, martes y miércoles hubo mucho movimiento para que el 24 de diciembre también lo hubiera... y sí, nuestra navidad en el vecindario fue callada, silenciosa, con pocos vecinos, tan pocos que significaran fiesta...
III
Hace muchos años, yo fui un imbécil. Quizás la misma imbecilidad que la mayoría padecemos al pasar por la juventud. Armaba “palomas” y cohetones. Teniendo parientes ferrocarrileros, “bajarles” dos o tres petardos era fácil. Ariel, con dos o tres años mayor que yo, me enseñó a hacerlos. Pólvora y periódico, así como pegamento, era lo que necesitábamos. Entonces, una noche cercana a la navidad, por la estación de ferrocarril, decidimos arrojar nuestras creaciones. Al final, iba la especial, ¡una “mega-paloma”! El encargado de arrojarla sería Ariel. Se prendió la mecha, vimos su avance y cuando Ariel sintió que era tiempo de arrojarla, llevó su brazo derecho hacia atrás y ¡booom! reventó casi en mi oído.
Un ardor en los dedos pero sin que hubiera pasado a mayores quedó en Ariel y mientras, un largo zumbido se hacía interminable... ¡pero estábamos bien! No sé si a ello se deba esa “ligera” sordera que me acompaña desde hace mucho.
IV
Debo felicitar a Seguridad Pública del Estado por el operativo que hizo contra la venta de cohetes... sí, sé que es una fuente de trabajo para algunos pero también puede resultar un ingreso al hospital por dedos reventados o decesos como el del pobre perrito de la historia al principio de este texto. Insisto, felicito a Seguridad Pública por ello, pero el reto apenas viene. Quiero ver si el operativo podrá frenar la costumbre de quemar al “Viejo”. Sí, ese muñeco hecho con diversos materiales, que van desde papel y aserrín, aderezado a veces con cohetes, que al sonar de las doce campanadas de la medianoche del 31 de diciembre, llevan a un holocausto...
¿Parezco un Grinch? A lo mejor... pero cuando el festejo contrae desgracias, accidentes y muertes, sean de personas o animales, por lógica, deja de ser festejo... a menos que estemos enfermos y no nos demos cuenta de ello.
Ojalá continúen los operativos contra la venta de cohetes, aunque me tachen de Grinch...

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