miércoles, 31 de octubre de 2012

Las malas cuentas del Obispo

Roberto Morales Ayala
Zona Franca

No es nuevo el amasiato entre el poder religioso y el poder público, a veces matizado por cierta relación discreta, en lo oscurito, y a veces a la vista de todos, sin pudor, con descuido y con mesurados aires de complicidad.
Lo vemos en campañas electorales, jugando al dan que darán, las iglesias comprometiendo el voto de los feligreses y los políticos ofertando promesas de obra, exención de impuestos, una calle, un drenaje, una lámpara de alumbrado, lo que sea y convenga que al fin y al cabo por cualquier camino se llega al cielo y al triunfo en la mesa de votación.
Sólo así se explican los favores mutuos de políticos y religiosos, los curas dispensando la bendición y la indulgencia, los presbíteros tripulando también al creyente, y el funcionario aplicado en la atención de las obras de Dios, las que las iglesias quieran, todos en santa paz. Amén.
Viene a cuento la reflexión por el espaldarazo del obispo Rutilo Muñoz al operativo implementado por el alcalde de Coatzacoalcos, Marcos Theurel Cotero, que restringe horarios a restaurantes, antros, cantinas y depósitos para frenar, supuestamente, el consumo de bebidas embriagantes en el malecón, y el retiro obligado del ciudadano del malecón, se divierta sanamente o no, y que evidentemente conculca la libertad de tránsito, que es derecho constitucional.
Lo razona el obispo católico con el argumento de que la medida servirá para preservar a los jóvenes de los vicios, concretamente el consumo de alcohol.
“Es una buena medida, para proteger a los jóvenes —dijo el prelado—. La gente adulta es mucho más responsable. Es una medida que a tratar de crear conciencia del cuidado de las personas. Todos esos establecimientos no deben sobrepasarse. Hay que apoyarla. Ellos tienen que cuidarse. Ellos —los jóvenes— están en una dinámica de excesos, tanto de alcohol como de otras experiencias”.
Algo, sin embargo, no encaja. Desde la lógica del obispo de Coatzacoalcos, está bien que los chicos tomen pero que no sea más allá de las 2 de la mañana.
Es decir, que chupen pero nomás tantito, hasta que el horario de Theurel se los permita.
¿No habría sido más sensato que el obispo Rutilo Muñoz se hubiera pronunciado por aplicar la ley en su esencia, que prohíbe ingerir bebidas embriagantes en la vía pública, precisamente para “proteger a los jóvenes”?
Avalar la aberración de Theurel es insostenible e inaceptable en un prelado de la jerarquía del obispo Rutilo Muñoz. Es como si se permitiera pecar a medias, incurrir en pecados inocentes o pecar hasta las 2 de la mañana.
Como hombre de fe, y de formación humanista, pudo apelar a argumentos más sólidos y menos cuestionables. Ingerir alcohol en la vía pública es ilegal y una regulación de horarios equivale a ir dando carta de identidad a una trasgresión a la ley.
Resulta, pues, decepcionante lo que expresa el obispo de Coatzacoalcos. Rutilo Muñoz es el pastor del rebaño católico y su misión es la prevenir a los feligreses de incurrir en conductas que van contra su naturaleza y contra su integridad.
Una cita bíblica, tomada del libro del profeta Ezequiel, capítulo 33, da luz sobre el papel de los pastores: “Si tú no le adviertes que cambie su mala conducta, el malvado morirá por su pecado, pero a ti te pediré cuentas de su sangre. En cambio, si le adviertes al malvado que cambie su mala conducta, y no lo hace, él morirá por su pecado pero tú habrás salvado tu vida”.
En Proverbios 23, también advierte:
“No llegues a estar entre los que beben vino en exceso, entre los que son comedores glotones de carne. Porque el borracho y el glotón vendrán a parar en la pobreza, y el adormecimiento vestirá a uno de meros andrajos”.
No hay medias tintas en el rol que juega un prelado católico relativo a la conducta de su rebaño. Convalidar un horario para el chupe, es incurrir en omisión.
En las mismas anda el presidente de la Cámara de Comercio de Coatzacoalcos, José Antonio Wilburn González, quien no tiene sotana pero razona como prelado católico.
Dice el líder del comercio que aplaude la reglamentación impuesta por el alcalde Marcos Theurel porque negocios y consumidores han incurrido en excesos.
“Puede ayudar a que no se abuse del alcohol. Todos sabemos que hay una cierta tolerancia en el malecón a pesar de que es una vía pública. Se puede ir a convivir y se puede ir a tomar. A mí me parece que ha habido un abuso. A veces son las 4 o 5 de la mañana y la gente sigue ahí, a pesar de que es una vía pública”.
Que los comerciantes respalden a los políticos no escandaliza a nadie. Poder y dinero van de la mano y son fórmula para construir proyectos, obtener ganancias y consolidarse socialmente.
Pero el papel de la jerarquía católica resulta lastimoso cuando se opta por respaldar a la autoridad pública en agravio de la ley y de la feligresía a la que se representa.
Quizá haya una explicación a la posición adoptada por el obispo Rutilo Muñoz, que convalida la aberrante reglamentación del alcalde de Coatzacoalcos. Se trata del habitual acercamiento entre la iglesia católica y el poder público, donde la interlocución entre ambas partes se convierte en acuerdos, tolerancia y a veces en complicidad.
Hace un par de semanas, el prelado fue visitado en la sede de la curia por el alcalde Marcos Theurel y su esposa, Guadalupe Félix, en un hecho que llamó la atención de vecinos y curiosos, pues sobre la calle Ignacio de la Llave permanecía a la expectativa el grupo de guaruras de los que se hace rodear el edil.
Días más tarde, en el Casino Petrolero, se reunieron Dios y el diablo, la jerarquía católica y los políticos encabezados por la pareja Theurel-Félix, con costo por asistente de mil pesos.
Oraron juntos, cerraron los ojos, derramaba lágrimas la señora Theurel y culminaron la escena rezando abrazados el obispo, el alcalde, la alcaldesa y el motivador. Fue algo así como predicar en el infierno.
Después vendría el respaldo a la reglamentación del horario para consumir alcohol en el malecón. Diría Morris West, Dios salve su alma.
(romoaya@gmail.com)(@moralesrobert)

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