lunes, 17 de diciembre de 2007

Deudodres 2

Juan Antonio Nemi Dib


Con emoción y sincero respeto me referí ya a una generación de mexicanos que fue víctima de la grave crisis financiera de 1995 y que sufrieron dramáticas experiencias, perdiendo en muchos casos el patrimonio familiar, la tranquilidad y las esperanzas en un futuro promisorio. Nadie duda que fueron víctimas inocentes e involuntarias.
Pero lamentablemente ellos no son los únicos deudores incumplidos, los hay de otra naturaleza y motivaciones.
“Vivir de prestado” forma parte de nuestra cultura, o por lo menos es práctica común de buena parte nuestras familias. Resulta relativamente fácil localizar a personas que pasan toda su vida productiva accediendo al crédito para comprar objetos y pagar servicios, pidiendo dinero prestado y, muchas veces, dejando sin pagar compromisos que les reportaron algún beneficio material fiado. También es común, muy común, la práctica de conseguir préstamos para pagar deudas anteriores con la sabida consecuencia de que los pasivos se incrementan, a veces, a niveles asfixiantes: destapar un hoyo para tapar otro, suele decirse.
Condenado por muchos de los textos religiosos clásicos y en algunos momentos penalizado por considerársele pecaminoso y carente de ética, el crédito es tan antiguo como la misma acumulación, es decir, como la propiedad, y se le encuentra presente en la mayor parte de las culturas; hay que decir, también, que el crédito ha trascendido a todas y cada una de las maldiciones y que, como es obvio, hoy resulta totalmente legal y “bien visto”.
La ciencia económica ha demostrado que el crédito es un instrumento no sólo útil sino necesario para lograr crecimiento de la riqueza (individual, familiar, nacional) y que es a través de financiamiento como se puede acceder a condiciones que permiten competir adecuadamente en el mercado (adquiriendo tecnología y equipamiento en las empresas, por ejemplo) y elevar la calidad de vida de las personas (con préstamos para la compra de casas o automóviles, sólo como muestra de todo aquello para lo que sirve el que uno se endeude).
En otras palabras: las deudas son buenas cuando se usan adecuadamente y con prudencia. Pero cabe entonces la pregunta: ¿cuándo es adecuado y prudente endeudarse?
Primero, parecería correcto hacerlo cuando el endeudamiento responde a un propósito de auténtico beneficio para quien recibirá el préstamo. Es cierto que al tratarse de gastos personales este criterio de utilidad se vuelve subjetivo porque no son pocas las personas que consideran de alta prioridad y enorme necesidad el financiar una generosa fiesta de quince años para la hija que debutará en sociedad; en cambio, endeudarse para jugar ruleta o black jack en Las Vegas no parecería un objetivo crediticio prometedor.
El segundo criterio para endeudarse es bastante más preciso puesto que simplemente se trata de reconocer que el dinero como tal es una mercancía en sí misma y que los que lo prestan han de recibir una compensación que normalmente se corresponde con el nivel de riesgo de sus inversiones; de otra manera: uno ha de devolver necesariamente más de lo que recibió prestado y, en ocasiones, ese excedente –el famoso “costo del dinero”— suele resultar muy elevado, demasiado. Se nos olvida que al comprar una televisión o un juguete fiados, en realidad nos están prestando el dinero para esa compra, de modo que el negocio de los vendedores está en prestar dinero, no en vender los objetos. Desde luego que la usura, el lucro desproporcionado y el salvajismo inmoral de algunas instituciones financieras y mercantiles contribuyen a la opresión que sufren muchos deudores y la permisividad con que se les permite operar a esas empresas es indignante y habría que ofrecer de inmediato mejores mecanismos de defensa a sus usuarios.
¿Podremos pagar lo que nos presten, agregando a esos pagos las utilidades y costos del prestamista? Ésa es la tercera y más importante premisa para endeudarse: ¿tenemos el nivel razonable de certidumbre de que nuestros ingresos futuros serán suficientes para cubrir nuestras necesidades cotidianas y, adicionalmente, liquidar lo que debemos al banco, a la financiera, al usurero, a la mueblería, a la casa de empeño? Todo crédito es un compromiso de los ingresos futuros; vale la pena recordarlo.
Cuando se paga la cuenta del supermercado con la tarjeta de crédito (quizá porque el dinero líquido del salario ya se nos acabó) hay que tener muy presente que el banco nos está prestando para comprar la comida, que estamos gastando anticipadamente una parte de nuestros ingresos del próximo mes y que, muy probablemente, el dinero líquido del que dispongamos entonces será menor del que tuvimos ahora, pues habrá que pagar, adicionalmente, los intereses del dinero que tomamos prestado para comer esta semana. Así empiezan los ciclos de deuda esclavizante, hasta que no queda más dinero disponible para la compra del supermercado y todo se va en pagar la deuda.
Por otro lado, sería sumamente injusto desconocer que hay miles de familias que tienen ingresos por debajo de los niveles de subsistencia razonables y que, debido a su pobreza, se ven forzadas a usar el crédito como complemento de sus precarias entradas; la condición material de estas familias suele ser verdaderamente frágil y se convierten en piezas de un lamentable círculo vicioso que les condena a ser rehenes casi perpetuos de financieras que cobran réditos feroces, de usureros crueles ávidos para apoderarse de los pírricos bienes otorgados en garantía, de casas de empeño multiplicadas como hongos y de las frustración que implica el empobrecerse más y más cada día, ahogadas por sus deudas y frustradas con razón por no ver mejora en su calidad de vida. Pobreza y deudas suelen formar matrimonios prolongados y dolorosos.
Están también los cínicos. Aquéllos que se endeudan a sabiendas de que no pagarán, aquéllos para los que la responsabilidad y la vida con base en principios son una extraña y ajena idea que no da de comer en el salvaje mundo contemporáneo. Ojalá que estos deudores nunca sean mayoría.
En cualquier caso el abuso de quienes prestan, ni justifica ni perdona a quienes pudiendo hacerlo no pagan lo que deben, sean quienes sean.

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