miércoles, 2 de enero de 2008

Mis propósitos

Juan Antonio Nemi Dib
Historias de Cosas Pequeñas

Si hay algo completamente artificial y hecho a mano es nuestro calendario; lo diseñaron para que se ajustara a las fiestas religiosas de la iglesia Occidental y, de paso, coincidiera en lo posible con los movimientos naturales del sistema solar y con los cambios de clima que se corresponden a las estaciones del año; de hecho, nuestro almanaque es inexacto y cada cierto tiempo hay que ajustarlo para compensar algunos atrasos debidos –entre otras cosas— a que en 1582, el papa Gregorio XIII no tenía a la mano computadoras ni relojes atómicos.
Sin embargo, por más artificiales e imperfectos que sean, los ciclos en que se divide ese calendario –precisamente los años, que son el tiempo que la tierra tarda en girar alrededor del sol— ejercen una influencia mágica en mucha gente: las profecías más inquietantes, las leyendas más conmovedoras y la mayor cantidad de expectativas y buenos deseos, se construyen alrededor de los inicios y fines de año.
El año que muere se lleva lo malo, lo inútil, lo desagradable, aquello que nos causó dolor; el año que nace convoca a la alegría, al movimiento optimista, produce la convicción de que las cosas serán mejores y los sueños se cumplirán. La fiesta del año nuevo tiene un propósito muy parecido en distintas culturas: la renovación de la esperanza, la creación de expectativas, sin las cuáles la vida sería un verdadero infierno (y parece una adecuada definición del infierno: cuando alguien no puede o no quiere esperar nada bueno de la vida; ése pesimismo atroz no es otra cosa que las tinieblas más profundas). Es evidente que vivimos de esperanzas, por pequeñas que sean, hasta el último momento de nuestra existencia, y el año nuevo sirve precisamente para renovar esas ilusiones.
Por eso es de esperarse la enorme disposición de numerosas personas para empezar el ciclo anual con buenas intenciones: bajar de peso, controlar el colesterol y la glucosa, hacer ejercicio, dejar de fumar, no emborracharse, reestablecer la comunicación con la suegra, leer más y ver menos televisión, ordenar la habitación, estudiar para aprobar el examen de matemáticas y pagar las deudas, suelen ser las finalidades más socorridas en la lista de compromisos personales para empezar el año.
Todas esas intenciones son saludables y si llegan a cumplirse aunque sea en parte, seguramente serán de beneficio hasta para terceras personas. Yo las asumo sin rubor, menos la de mi querida suegrita que de cualquier modo acabará horneándome como lechón con todo y manzana, pero también me propongo innovar un poquito en eso de los propósitos de año nuevo y estoy pensando en algunos adicionales para ampliar mi catálogo de opciones y portarme bien a partir del primero de enero:
1.- Como añejo visitante de la Internet y adicto a los juguetes tecnológicos (soy de esos que se interrogan cómo era la vida antes de los celulares) probaré a hablar más con las personas cara a cara y reducir al mínimo posible los intercambios de mensajes de texto, los correos electrónicos y los “chats”; eso podría recuperar el sentido realmente personal de la comunicación, rescatando la sensibilidad, los gestos, las inflexiones, las sutilezas y todo aquello que la técnica aplicada se empeña en quitarnos.
2.- Me tomaré un poco más en serio eso de proteger al planeta y evitar una catástrofe climática. Las acciones de un individuo, por pequeñas que sean, repercuten positivamente en la creación de conciencia por parte de otras personas. Usaré focos ahorradores, cuando pueda viajaré en el transporte público y, mejor aún, caminaré mucho más. Reciclaré y obedeceré sumisamente a mi esposa para optar por cristal en lugar de plásticos. Veré dónde siembro algunos árboles y ahorraré agua.
3.- Es infame y cruel decirle a un enanito que lo está, o a una novia que se ve fea el día de su boda. Y permanecer callado, en ciertas circunstancias, equivale a mentir. No se trata de justificar las “mentiras piadosas” ni pretender que es sano adulterar los hechos por compasión, pero siempre que pueda evitaré las apariencias que me sirvan para justificarme o aprovecharme de otros; si todas las falsedades son malas, éstas –las egoístas— son de la peor calaña. Un mundo más cercano a la realidad será más confiable y más habitable para todos.
4.- Intentaré (¡Dios me ayude!) no gastar más dinero del que tenga. Sé que esta es una regla de oro que salva de muchas catástrofes y garantiza tranquilidad por sí misma; quizá también consiga yo un poco de frustración por no comprar todo lo que se me antoja, especialmente lo que no me hace falta y aquellas cosas que los comerciantes le meten a uno hasta por las orejas, pero el no deber a las tarjetas de crédito, “no tiene precio”.
5.- Me preguntaré si las cosas que hago le sirven realmente a los demás y actuaré en consecuencia.
6.- Seguiré disfrutando mucho el gran privilegio de estar vivo y empezaré en este momento por desearle a usted un maravilloso 2008, lleno de cosas buenas para todos. Felicidades, muchas felicidades.
antonionemi@gmail.com

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