lunes, 10 de noviembre de 2008

Llegar a viejo

Juan Antonio Nemi Dib
Historias de Cosas Pequeñas

Según las cuentas de la familia, mi tío murió a los 101 años de edad, meses más, meses menos. Prácticamente hasta el final mantuvo intactas sus capacidades intelectuales (que no eran pocas) y aunque convivió muchos años con una audición disminuida –y los últimos, con poca visión— nadie dudaría que tuvo una vida plena. Una herencia biológica envidiable, un poco de suerte (para que nadie lo atropellara o le tocara un terremoto mortal, por ejemplo) y una vida metódica le permitieron cumplir con lo que para muchos no pasa de ser un sueño: una existencia centenaria y de calidad.
De acuerdo con las estimaciones de la Organización Mundial de la Salud y la base de datos “Index Mundi”, mi tío vivió 35 años más de los que se espera vivirá –en promedio— un habitante del planeta, 17 años y medio más que un andorrano (el sitio en el que la gente muere más vieja), y 69 años más que un habitante de Suazilandia, el país en el que –dice la estadística— la gente se muere en promedio, antes de los 40 años.
La enciclopedia precisa que “la esperanza de vida es la media de la cantidad de años que vive una cierta población en un cierto periodo de tiempo. Se suele dividir en masculina y femenina, y se ve influenciada por factores como la calidad de la medicina, la higiene, las guerras, etcétera”. En forma muy simplificada, este indicador se construye obteniendo el promedio de edad de las personas fallecidas en un año. Se trata de una herramienta invaluable para medir los niveles de desarrollo de un país y suele ser una de las estadísticas que mayor interés producen en el público.
Podría pensarse que a mayor riqueza de un país corresponde una mayor expectativa de vida en sus habitantes y, aunque no hay duda de que la abundancia de recursos propicia una existencia más prolongada, no hay una correlación exacta entre producto interno bruto y expectativa de vida. Por ejemplo, aunque en Macao puede llegarse sin problemas –de acuerdo con la estadística, desde luego— a los 82.32 años de edad, la segunda población más longeva del planeta, su producto interno bruto per cápita alcanza apenas el número 43 en la estadística mundial.
Si se distribuye la riqueza anual de los Estados Unidos de América entre sus habitantes, EUA es el 9º país del mundo, apenas por debajo de Luxemburgo, Noruega y Singapur, entre otros. En cambio, la expectativa de vida de estos ricachones está en el “ranking” número 45, con una esperanza de 78.14 años, de acuerdo con el famoso “World Fact BooK” publicado por la CIA.
Obviamente, no todo es dinero, aunque mucho ayude.
México ha sufrido una importante evolución en los resultados de estas mediciones. De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI) y el Consejo Nacional de Población (CONAPO), en 2008 la esperanza de vida al nacer en este país es de 75.1 años, aunque las mexicanas vivirán más (77.5 años) que los mexicanos (72.7 años).
Esta medición ha aumentado: en 1930 se esperaba que un recién nacido mexicano viviera 33.9 años en promedio; para 1980, el valor fue de 66.2 años, y en 1990 de 70.6 años. La información oficial también registra que entre 1970 y 2008, la esperanza de vida en México se incrementó en 14.2 años; 13.9 en los hombres y 14.5 en las mujeres. Las personas de sexo femenino tienden a vivir más años y el incremento en su esperanza de vida ha sido más acelerado que el de los varones; en 1930, la esperanza de vida de las mujeres era 1.7 años mayor a la de los hombres, para el año 2008 la diferencia es de casi cinco años.
De acuerdo con el reporte oficial, ni la delincuencia ni la contaminación ni la vida frenética hacen mucha mella en las cuentas, puesto que por entidad federativa, Quintana Roo y el Distrito Federal presentan la mayor esperanza de vida en el país con 76.2 y 76.1 años, respectivamente. Una extraña mezcla de playas paradisíacas e “Imecas” que no parecen tener mucha relación entre sí. Por contrapartida, vivir en Guerrero y Veracruz parecería más mortífero que Tijuana, Culiacán o Reynosa, puesto que ambos estados registran la menor esperanza de vida: 73.5 y 73.9 años, respectivamente.
Es muy probable que estas tendencias continúen consolidándose y que la gente de todo el mundo viva cada vez más tiempo. De hecho, Alberto Boveris y Juan Hitzig, especialistas en medicina del envejecimiento y prevención gerontológica se muestran convencidos de que en el futuro la especie humana podrá rebasar la barrera de los 120años. El secreto, dicen, está en la combinación de tres factores: una buena alimentación rica en vitaminas, ejercicios físicos moderados y actividad neurológica.
Sin embargo, no se trata sólo de llegar a viejo sino de cómo llegar. Hay una serie de condiciones como independencia, lucidez, razonable estado de salud y movilidad que hacen de la vejez algo realmente digno y deseable. De otro modo, la prolongación de la existencia puede convertirse en atadura y tormento.
Y queda otro tema: llegar a viejo, ¿para qué? La vida merece vivirse siempre que hay una razón para ello, no sólo romper el record de longevidad.
Vivir por vivir puede convertirse en el peor de los desperdicios. Los viejos son el mayor compendio de amor, de tolerancia y de conocimiento profundo de que se puede disponer; malhaya del anciano que no prodigue afecto o que carezca de una buena lección que ofrecer a los demás. Bienaventurado el que tiene un anciano junto, del cual aprender.

antonionemi@gmail.com

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