Claudia Constantino
Las Crónicas del 2012
La vida de las mujeres indígenas está marcada por la discriminación y la exclusión, que se recrudece entre las más pobres y las que están privadas de su libertad. Organizaciones pro derechos de las mujeres indígenas se organizan, de sur a norte y de norte a sur, para reivindicar los derechos de los pueblos, pero en especial los derechos de las mujeres, y de a muy poco consiguen algunos avances; por principio: que las escuchen.
Así, muchas de estas mujeres indígenas, han expuesto cómo la discriminación ha permeado sus vidas, hasta el punto de negarles las oportunidades de empleo por vestir su ropa tradicional, así como las dificultades que enfrentan en su proceso de educación inicial por no hablar la lengua castellana.
Castigada con estudiar: el favor de su vida
“El maestro me pedía que me olvidara de mi lengua”, rememoró al respecto Felisa Segundo Mondragón. Cuando era niña, la ley era sólo para los hombres. “Nosotras no teníamos derecho a ir a la escuela. A mí me mandaron mis padres porque me castigaron, pero me hicieron un bien”, comentó Felisa, quien en 1989 representó a las mujeres en la Conferencia General de la Organización Internacional del Trabajo que adoptó el Convenio sobre los Pueblos Indígenas y Tribales.
Indígena mazahua (proveniente de Mazáhuatl, como se denominaba el jefe de una de las cinco tribus de la migración chichimeca al Valle de México y que algunos estudiosos del tema afirman que significa: “gente de venado”), esta mujer relata que, siendo niña, su familia emigró al Distrito Federal, en la capital mexicana. Segundo Mondragón sostuvo que, a diferencia de los años en que ella emigró, ahora la población indígena de México se mueve hacia Estados Unidos: “con que lleguen vivos, ya es ganancia”.
Por otra parte, Jakeline Romero Epiayú, integrante de la Fuerza de Mujeres Indígenas de Colombia, destaca la aportación de las mujeres como creadoras, luchadoras, artífices de las transformaciones y sus logros, aporte que ha sido “una y mil veces invisibilizado, excluido dentro de la exclusión”.
Demanda el análisis diferenciado de mujeres y hombres de los usos y costumbres, que ellas puedan participar en los escenarios políticos, que se tenga en cuenta su visión y que esto contribuya a la reducción de la marginalidad interna, ya no en la discriminación positiva en la construcción de derechos, sino desde la equidad basada en la diferencia.
Explica que el tema de los derechos de las mujeres se redujo a ideas generalizadas que dejan afuera, la realidad de mayor marginación y discriminación de éstas al interior de los pueblos; derechos que califica de homogéneos y estandarizados, y que, aunque reconocen el derecho consuetudinario de los pueblos indígenas, no cubren las demandas en lo general, y menos de las mujeres, en particular.
Las diversas “invasiones” del mundo occidental, amparadas en los discursos de salvación, modernización, desarrollo económico, civilización e, incluso, justicia, han dejado un saldo genocida y etnocida. La relación con el Estado-nación está marcada por la negación de la autodeterminación y el desconocimiento sistemático de los derechos consuetudinarios, una barbarie que ha obligado a la permanente defensa de la vida.
La demanda de participar en condiciones de igualdad, equidad y justicia, y de que sus derechos no sean situados en un rango de inferioridad, son un grito agudo en todo México.
La investigadora, y Leticia Aparicio, representante de la Asociación Hermanos Indígenas, considera que, a pesar de la exclusión de las mujeres en las tareas políticas, ahora se acerca el tiempo de la paridad: “los años que anunciaron nuestros abuelos mayas”. Aparicio ha dado a conocer que las indígenas presas padecen, además de la discriminación e inequidad durante los procesos judiciales, una serie de violaciones a sus derechos humanos.
Incluso son violentadas sexualmente; las instituciones carecen de traductores y, a pesar de ello, son enjuiciadas. Todo ello derivado de los prejuicios contra la población indígena, herencia de los colonizadores, cuya sociedad patriarcal hace más rigurosa la vida de ellas.
Amalia Salas, originaria de Xochimilco —una de las 16 delegaciones que comprenden el D.F.— ha dicho que nada tienen que celebrar los pueblos indígenas, originarios y afrodescendientes, y acusó al gobierno de la Ciudad de México de emprender acciones que buscan quitar la tierra para cultivos y las chinampas (antigua técnica agrícola mesoamericana) para convertir esa zona en un lugar turístico.
Pese a que la UNESCO proclamó las chinampas de Xochimilco como Patrimonio Cultural de la Humanidad, en la actualidad estas empiezan a desaparecer debido a la desecación de los lagos, situación que Amalia denunció como resultado de obras que emprenden los gobiernos para luego vender el agua.
Contó que fue su abuelo, zapatista, quien les dio el ejido donde, por generaciones, cultivaron hortalizas y flores, pero que fue el ex presidente Carlos Salinas de Gortari quien se las arrebató —lo anterior como resultado de una reforma que terminó con el reparto agrícola y dio inicio a la regularización de la tierra ejidal—, y a cambio sólo le dieron una parcela.
El caso de Xochimilco, añadió, es semejante a lo que sucede a los pueblos originarios e indígenas de Oaxaca, Chiapas y Veracruz, donde los gobiernos han desalentado el cultivo de las tierras para fomentar el turismo. “Lo que quieren es matar a nuestra madre tierra” y se alienta el consumo de productos “de desecho” procedentes de Estados Unidos, que venden en los comercios trasnacionales.
Por último, la poeta de Juchitán, Oaxaca, Martha Toledo, ha expuesto la importancia de las lenguas indígenas en la transmisión de la cultura y el pasado de estos pueblos, tras la destrucción que los colonizadores llevaron a cabo de los códices prehispánicos que contenían la historia de los pueblos originarios de América. Pareciera que tratándose de Pueblos Indígenas y de Mujeres Rurales, todo son intentos de destrucción, ante los que libran perene lucha para sobrevivir, pese a los afanes genocidas provenientes de todos lados, aún en nuestros días. Así es como siguen vivas, siguen luchando y seguimos dejándoles solas; como si no importaran, como si no existieran más o como si nada valieran. Eso haces tu, hago yo y hacemos todos por sistema. En su día, vaya un reconocimiento, puño en alto, para esta resistencia valiente.
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