jueves, 26 de junio de 2014

La literatura y el consuelo

Armando Ortiz
El Hijo Pródigo

Dice la Escritura en el libro de Proverbios: “Arroja tu pan sobre las aguas, pues no sabes cuando te regresará”. Así también es con la literatura.
Hace algunos años recibí la llamada telefónica de una persona que decía conocerme, bien por el programa de radio que conducía, bien por mis notas escritas en los medios, bien por los libros que he publicado. Me habló de la situación por la que pasaba, de los estados depresivos en los que se sumía, de sus problemas con los excesos. Algún buen amigo le recomendó que buscara ayuda profesional; yo le dije que eso era precisamente lo que debería hacer. Pero también me dijo que alguien le sugirió hablar con alguna persona que hubiera pasado por lo mismo. “Yo me acuerdo -dijo-, que alguna vez usted habló de la hipersensibilidad y de la depresión. Algo también leí sobre eso de usted”. Me solicitó entonces una cita para hablar conmigo y de ser posible ayudarlo a encontrar la salida. Como yo sé lo que se siente ser rechazado, y no quería que este hombre se sintiera así, le propuse vernos por la tarde.
Yo no me sentía del todo bien. Estaba en medio de una situación difícil. Cuando él me suplicó ayuda para recibir consuelo, me sentí como el Bautista cuando Jesús se le acerca y le pide ser bautizado. “Yo soy el que debería ser bautizado por ti”, interpuso Juan. Tuve la intención de decirle: “Yo soy el que debería buscar consuelo”.
Cuando la hora se llegó me estaban esperando en mi oficina unas personas. Cuando los vi quedé conmovido. La verdad es que esperaba ver a un escritor frustrado, un artista reprimido, un creador bloqueado, algún tipo con problemas existenciales; pero no. En mi oficina estaba un hombre de 39 años, con su esposa. Dos personas sencillas, amables. Él trabaja de balconero y ella es ama de casa. Cuando en el saludo sentí sus manos me asombraron sus callosidades. De inmediato me hizo una reseña de lo que él consideraba mis audacias en Radio UV, de algunos de mis artículos que más lo habían gustado. Después pasó a referirme su tribulación, su verdad.
Me dijo las cosas como si se estuviera confiando con un amigo, y acaso, considerando el tiempo que llevaba escuchándome y leyendo mis notas y libros, lo era.
Cuando terminó me sentí motivado a exponerle también mi verdad, las razones de mi sufrimiento. Se lo expliqué sin pudor, sin temores, con la concentración de alguien que está rindiendo cuentas al pueblo; porque eso era él, un representante del pueblo y me sentí conmovido de que mis locuciones, mis artículos, mis cuentos, mi palabra en sí, llegara a ellos.
Así, la literatura es un acto de fe. Uno escribe algo y lo arroja al río y no sabemos en que ha de regresar convertido. A veces la literatura es satisfacción, amor, dinero, gloría y a veces también es consuelo; consuelo para el que la recibe y consuelo para el que la otorga.

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