Pedro Manterola Sainz
Los personajes parecen opuestos, incompatibles, en apariencia disonantes. Por un lado, empresarios de la agricultura y el comercio, exitosos por herencia y por contagio, algunos aficionados a la pantomima y los reflectores, otros, a la familia y los amigos. Por el otro, un ayer empresario por herencia, hoy funcionario estatal, proclive a recoger elogios de si mismo. Cada uno entre sus pares goza de un prestigio contradictorio, algunos respetables, otros de carácter intransigente, unos más con fortuna de origen ambiguo. Para el que sabe quien es quien, se antoja rara la mezcla, una alianza contra natura, la unión confusa de seres que se desdeñan mutuamente y en campaña se vuelven compañeros de mesa, en este caso. Despiertan opiniones divergentes con una sola coincidencia: algunos tienen de sí mismos una exaltada opinión que no siempre corresponde con la realidad.
Saborean bocadillos caros, arrellanados en muebles suntuosos, envueltos en el aire acondicionado que acompaña con su ronroneo los artificiales arrumacos entre los empresarios y el fallido estratega. Algo hay de falso, de teatral, en el encuentro, el escenario y el diálogo.
Discuten y deciden el concepto de empresario y elaboran el catálogo de quienes caben en su definición, jueces sin nombramiento de una clase a la que no se sabe a ciencia cierta si todos ellos pertenecen. Una vez aclarado el término, enlistan a los elegidos y preparan la logística de un festejo destinado al candidato y disfrutado más por ellos que por el aspirante. Hablan de política, o sobre lo para ellos es política. Parlotean sobre estrategias electorales, o de lo que creen que es estrategia. Confunden suma con sumisión y diálogo con monólogo. Predican sobre un promisorio futuro, o lo que ellos esperan que sea el futuro. No parecen muy atinados, pero esconden tras el múltiple intercambio de elogios el desdén que provocan en uno y otro sus propias palabras.
En algún momento señalan errores, aluden deficiencias, advierten peligros, proponen rectificaciones. Nunca sobre sí mismos, sobre sus actos, sus palabras y acciones. No. Un error suyo es impensable, pero también cotidiano. En su mundo, las opiniones ajenas, si son discordantes, son palabras de aprendices que no cargan, como ellos, varias derrotas electorales y algunas caravanas con sombrero ajeno. Los errores siempre los comete un tercero, incluso el propio candidato, sobre todo si escucha a quien piensa distinto a ellos.
Acostumbrados al dinero, o a su añoranza, en un instante luminoso descubren la falta de recursos como el origen de los tropezones y las turbulencias de una campaña que está ganada a pesar, y no gracias, a ellos. Temerosos de plantear al candidato los efectos de la sequía, buscan caminos alternos y acaban atascados en una brecha. Su desesperación se revela en una interrogante: “Oh, y ahora, ¿quién podrá defendernos?”. Angustiados por la intermitencia de recursos, invocan al dios de su verdadera fe y se arrodillan furtivamente en el oratorio al “grillo” arcaico, al rancio emisario del pasado, hoy curandero de sus modernas aflicciones. Generales de tropa loca, se engañan al montarse en el futuro regresando al pasado. Acuden de manera en apariencia incoherente a pedir la tutela de un personaje con rango menor: ellos, que pretenden ser generales, se ponen a las órdenes del capitán. “Vamos a hablarle”, suelta uno, como sondeando, atrapado entre el desprecio y la veneración.
A pesar de denostarlo en público, mantienen enmascarada ante la plebe su simpatía y admiración por el sombrío personaje, quien ya ha generado en el pasado inmediato varios dolores de cabeza al candidato, cuando estaba en vías de serlo. Tocado por el descrédito ajeno, el aspirante se deslindó a tiempo de formas y pertenencias a un grupúsculo con ínfulas de cacicazgo. Libre de ataduras y lastres, percibido apenas ahora como candidato de todos y no de uno, el aspirante observa como sus aliados están a punto de replegarlo al pasado de la mano de un teléfono y una comida que sellará la alianza. Ya con todos sumados al esfuerzo colectivo por desterrar la mentira y la deshonra del Palacio Municipal, convenientemente agazapado hasta hoy, vuelve uno de los aventajados exponentes de la forma de hacer “política” que tiene hoy a sus discípulos con un pie fuera del Palacio Municipal. Ayer impulsor del panismo oportunista, hoy regresa por la puerta de atrás, a expiar sus culpas y meter mano en la malograda estrategia, invocado por el propio estratega y de la mano de los empresarios.
El número telefónico está guardado en la memoria de cada uno de los celulares. “¿Bueno?”, contesta el superior de esta tropa. De ahí en adelante, los sujetos y protagonistas de esta imaginaria historia verídica, se intercambian el auricular para expresar sus temores, reiterar sus respetos, y preguntar insistentemente por la llegada de recursos. El veterano capitán asume el papel de jefe de la soldadesca, aunque su rango es menor. Ofrenda la presencia de funcionarios, asegura su influencia para beneficio de los hombres del dinero, propone una comida tumultuaria para celebrar la nueva alianza en torno suyo, que no del candidato, y sella su insano enlace con los virginales neo-políticos sugiriendo la construcción de un arca en al que quepan todos antes del próximo diluvio electoral: la nueva arca de la alianza, con los empresarios a los pies del hombre que desprecian, prestos a curarle su añoranza por el poder. Desde su nueva atalaya, el comandante de las devociones intercambiables tranquiliza al casi estratega y a los hombres de negocios, asegura la presurosa llegada de apoyos, recursos, favores, y profetiza el pronto fluir de agua fresca, agradecido por recibir otra vez, como siempre, como cada seis años, la oportunidad de tutelar a las ovejas descarriadas. El oficial de las lealtades sexenales deja a los aprendices de hombres poderosos felices como niños con chupirul, ansiosos por llegar de blanco a la ceremonia, hijos pródigos incapaces de entender que se arrastran a los pies de una imagen pagana, que se preocupan por el futuro escurriéndose al pasado. Arrebatados, descubren un nuevo principio: Cuando te acerques al infierno, clama por el ángel caído, para que te lleve al purgatorio. O bien: cuando algo funcione, cuando algo no sirva, llama al que lo descompuso, para que te arregle las cosas.
Nada de esto sucedió, aunque pudo haber sucedido. En tiempos electorales nada es imposible. El candidato es un hombre bueno, perspicaz, dueño de una nobleza propia y una confianza contagiosa, un hombre franco acordonado por la torpeza ajena. Vamos a ganar, porque este triunfo debe ser de todos aunque lo quieran presumir unos cuantos y otros lo ensucien con vanidad, oportunismo, celos e intransigencia. Vamos a ganar sin héroes ni heroínas, sin rangos ni villanos, sin estrategia ni estrategas, sin próceres ni capitanes sin nombres ni apellidos. Pero será sólo por esta vez.
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