lunes, 7 de enero de 2008

Jaime Sabines y Lupe Dib

Juan Antonio Nemi Dib
Historias de Cosas Pequeñas

Tengo muchas cosas por las cuales admirar –y envidiar— a Jaime Sabines. La más evidente es su genialidad de poeta: sus piezas literarias le tocan a uno las fibras más profundas del alma sin necesidad de complejidades ni sofisticaciones y cada vez que leo uno de sus versos acabo preguntándome por qué caramba no se me ocurre a mí escribir algo similar; Sabines hizo poemas maravillosos diciendo exactamente –pero de forma magistral y sublime— aquello que yo quisiera decir y no puedo ni siquiera en forma elemental.
Ese chiapaneco singular también fue un valiente en muchos sentidos: en plena década de 1940 tuvo los arrestos suficientes para abandonar los estudios de medicina, de los que había cursado tres años, para sustituirlos por los de lengua y literatura española, de los que habría de titularse y luego obtener un postgrado; con todo y sus méritos académicos abandonó la metrópoli y regresó a su tierra natal para ser simplemente comerciante; en medio del conflicto con el EZLN cuestionó públicamente las acciones del obispo Samuel Ruiz que evidentemente no le simpatizaba y cuya intervención en política no compartía, sin temor al linchamiento intelectual de las “fuerzas progresistas”; Sabines rechazó sistemáticamente el papel de “prima donna” de la élite literaria de México y sin el menor recato asumió por convicción una militancia que evidentemente no necesitaba para su provecho personal.
Un texto anónimo lo define con precisión: “Sabines ha sabido ser un ciudadano sin ponerse el uniforme de ninguna burocracia, ni academia, ser poeta sin renunciar a la prosa, salir a la calle sin renunciar al amor, amar sin perder el sentido del humor y sonreír, en fin, en el seno del más lúgubre duelo.”
No sé si queriendo o sin querer, con esa práctica de decir adelantado lo que uno quisiera gritar, Sabines me hurtó, “me agandalló” dirían los jóvenes. Una de sus mejores piezas, cercana a la perfección –me parece— rinde homenaje genial y preciso a su tía:
“Hiciste bien en morirte, tía Chofi,
porque no hacías nada, porque nadie te hacía caso,
porque desde que murió abuelita, a quien te consagraste,
ya no tenías qué hacer y a leguas se miraba
que querías morirte y te aguantabas.
¡Hiciste bien!”
Pero igual la protagonista del poema puede ser Lupe, mi añorada tía Lupe:
“Yo no quiero elogiarte como acostumbran los arrepentidos,
porque te quise a tu hora, en el lugar preciso,
y harto sé lo que fuiste, tan corriente, tan simple,
pero me he puesto a llorar como una niña porque te moriste.”
Necesariamente tengo que preguntarme si habrá sido Lupe la reencarnación de Chofi?, ¿serían almas gemelas?, ¿a quién de ellas describió en realidad Sabines?, ¿pueden existir espíritus idénticos?:
“Tan miserable fuiste que te pasaste dando tu vida
a todos. Pedías para dar, desválida.
Y no tenías el gesto agrio de las solteronas
porque tu virginidad fue como una preñez de muchos hijos.
En el medio justo de dos o tres ideas que llenaron tu vida
te repetías incansablemente
y eras la misma cosa siempre.”
Hace justo un año que Lupe se fue; su vacío no se llena. Pero queda la poesía de Sabines para paliarlo. También queda el recuerdo de una buena mujer.
Al menos la tía generosa no tengo que envidiársela al poeta, la tuve a plenitud.

antonionemi@gmail.com

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