lunes, 25 de febrero de 2008

Fidel Castro Ruz

Juan Antonio Nemi Dib
Historias de cosas pequeñas


Es absolutamente cierto que con sus acciones algunos hombres definen el rumbo de la historia pero es todavía más cierto que son otros hombres los que la escriben, filtrando los hechos, los éxitos y los fracasos de los protagonistas por el tamiz de sus fobias, simpatías, gratitudes y agravios, por el insomnio y hasta por las agruras de los cronistas, además de los intereses, prejuicios y convicciones intrínsecos a toda persona.
Ni siquiera Fidel Alejandro Castro Ruz, a quien Hugo Chávez llamó –parafraseando a Neruda— “Padre Nuestro que estás en la tierra” escapará a ese designio cruel: ser descrito, analizado, interpretado y juzgado por humanos que amándole u odiándole, queriéndole o despreciándole, harán cada vez más lejano y más subjetivo lo que se sepa en el futuro respecto de ese hombre que justo ahora cumpliría 49 años de gobernar Cuba, un pequeño país de 11 y medio millones de habitantes pero de influencia notable en las últimas 6 décadas de historia del mundo.
Con o sin razón, muchos lanzan al aire opiniones en torno a este individuo presente en todos los grados del espectro emocional, que concita multitudes de fanáticos ardientes y también legiones de personas deseosas de desollarlo vivo y muy lentamente.
Ahora que el “Comandante en Jefe” anuncia su renuncia/jubilación/licencia médica/no reelección, yo no puedo sustraerme al tema de moda, puesto que llevo unos 35 años de mi vida observándolo y teniéndolo –igual que muchos en mi generación— como la referencia obligada de lo que constituye un político hábil, poderoso y, hasta ahora, imbatible. Lo conocí en septiembre de 1985, en La Habana, a propósito de un coloquio internacional sobre la deuda externa de los países del tercer mundo, al que acudimos convocados por Castro –con los gastos pagados por el gobierno cubano— cientos de jóvenes de distintas filiaciones políticas procedentes de todo el mundo.
Estuvimos en la isla 15 días y la estancia habría sido mayor de no cruzarse el terremoto del 19 de septiembre que nos hizo volver a México de inmediato; en esas dos semanas hubo numerosos y prolongados encuentros con Castro, para quien no había otra prioridad que cautivar con su encanto a las ingenuas delegaciones juveniles de todos los países que –en un modernísimo, cómodo y abarrotado Palacio de las Convenciones— nos suponíamos dictando línea al Fondo Monetario Internacional y al Banco Mundial para que cesaran de una vez por todas sus inmorales cobros; seguramente nuestras sesudas conclusiones pusieron a temblar a más de un banquero de Wall Street y en algún momento hicieron reconsiderar al Presidente De la Madrid, que para frustración nuestra, siguió pagando puntualito, sin moratorias, con todo y temblor, con todo y nuestro flamante congreso en Cuba.
En el lujoso vestíbulo del Palacio de las Convenciones había decenas de computadoras (nada comunes hace 23 años) que de manera impresionante compendiaban y mostraban la información estadística de todas las naciones del mundo, incluyendo los datos económicos, el impacto de la deuda externa sobre la calidad de vida, los niveles de acumulación de capitales y hasta las correlaciones ingreso/gasto familiar. Lamentablemente, “por razones técnicas” la única información no disponible –y la más solicitada— era la de Cuba.
Castro moderó en persona los debates todo el tiempo, nadie se atrevió a interrumpirle durante los 5 días que duró el encuentro, como si fuésemos la única prioridad de Cuba; nos hizo sentir importantísimos. Yo estuve físicamente muy cerca de Fidel unas cuatro ocasiones, una de ellas en la playa, cuando se nos apareció de repente, durante las jornadas de recreo y vi a jóvenes cubanas y no cubanas desmayarse –literalmente— en presencia de un líder sabido de su impresionante carisma y habilísimo para utilizarlo.
Al verlo “operar”, entendí por qué ni aún sus más ácidos detractores restan méritos a este individuo que burló a todos y cada uno de los aparatos de inteligencia de Occidente, que trascendió sin doblarse la caída del emblemático Muro de Berlín, que convirtió peligrosísimas crisis en sus mejores momentos (Bahía de Cochinos, los misiles, los “marielitos”, Elian), que apenas un poco despeinado nomás, vio transitar a diez presidentes de Estados Unidos, que fue excomulgado en 1962 por Juan XXIII y acabó asistiendo a misa con Juan Pablo II, en La Habana.
Castro Ruz basó su liderazgo en las poderosas herramientas que le dio natura y también en las adicionales que cultivó siempre: inquebrantable disciplina personal, método en el trabajo, memoria excepcional, avidez de conocimiento y estudio incansable y sistemático sobre todo y sobre todos, gran orador, envidiable en el manejo de la propaganda y la contrapropaganda. Sin embargo, dicen los que le conocieron que su mayor ventaja fue la certidumbre y el cumplimiento cierto de los compromisos personales que asumía, lo que le garantizó la lealtad y la gratitud de quienes le rodeaban; sólo eso explica por qué superó más de cien intentos comprobados de asesinarle. “Hombre agradecido”, afirman quienes le siguieron y a quienes recompensó; a ello atribuyen realmente la permanencia y el éxito de Castro, aunque otros le cuestionen la partida de Cuba de Ernesto “Che” Guevara y el oscuro fusilamiento del general Arnaldo Ochoa, veterano de la Sierra Maestra.
Los que acusan a Fidel Castro de dictador salvaje tienen razones sobradas para hacerlo; los grandes logros de la Revolución –salud, educación, cultura, deporte— se han visto opacados por los efectos del devastador bloqueo económico contra la isla y aunque miles de cubanos lo idolatran y lloran sinceramente el retiro de Castro Ruz, otros miles están retenidos contra su voluntad y, si pudieran, hace tiempo que habrían dejado su país. Frente al racionamiento y la escasez, los cubanos se alimentan de mucha dignidad; quizá si estuviera en sus manos, algunos optarían por más comida en los anaqueles y menos orgullo nacional cubano. Cuestión de preferencias.
La pregunta importante que flota en el aire, y que nadie sabe responder, es si Cuba estará mejor o peor con Fidel jubilado, al tiempo que otros aseguran que esta separación es de “mentiritas”, en tanto su salud se repone o acaba muriendo. Por otro lado, para bien o para mal, ningún cronista podrá excluir a Fidel Castro de la historia, aunque sí, contarla a su modo.

antonionemi@gmail.com

No hay comentarios: