lunes, 15 de septiembre de 2008

¡Palo!

Juan Antonio Nemi Dib
Historias de Cosas Pequeñas

La historia demuestra una y otra vez que dos cosas son veneno mortal para un político: las decisiones que se toman con el estómago (y/o con el hígado) y la falta de un cálculo preciso sobre las consecuencias de esas decisiones. Barack Obama acaba de comprobar que es posible cometer ambos errores simultáneamente y sufrir sus consecuencias por partida doble. Hace apenas un mes, el candidato demócrata a la presidencia de los Estados Unidos disfrutaba de una comodísima ventaja sobre su adversario republicano, John McCain, a quien muchos analistas consideraban prematuramente derrotado en la elección del próximo 4 de noviembre; la mayoría de las encuestas serias promediaban un margen hasta de 8% más en las preferencias para el primer negro que alcanzó una senaduría federal abanderando al Partido Demócrata.
Obama –de padre keniano— escoge como su candidato a vicepresidente a Joseph Biden, sajón y suficientemente güerito, con un poco de sangre irlandesa; nacido en Hawái y senador por el portentoso e industrial Illinois, el candidato selecciona como su compañero de fórmula a su colega de Delaware (prototipo de la economía agrícola y la supuestamente idílica vida de los pioneros y granjeros norteamericanos); de la Iglesia Cristiana el primero, de la Católica el segundo; bisoño en la política nacional (apenas fue investido senador en enero de 2005) Barack Hussein opta por “Joe” Biden, electo senador por primera vez en 1972 y, desde entonces, reelecto en 5 ocasiones, además de presidente, en dos ocasiones anteriores y ahora por tercera vez, del Comité de Exteriores del Senado Estadounidense; de 65 años Biden, de 47 Obama, equilibrio entre juventud y experiencia. Parecía la simbiosis perfecta, el equilibrio y la mejor candidatura posible.
Sólo lo parecía…
En el camino para la selección del candidato a la vicepresidencia se quedó Hillary Rodham Clinton, ex primera dama, senadora por Nueva York, prototipo de la mujer norteamericana de éxito que, sorprendentemente, fue derrotada por Obama en unas complejas y, por mucho tiempo, indefinidas elecciones primarias del Partido Demócrata, famosa y reconocidísima mujer a la que Barack no consideró otorgarle un premio de consolación ni, tampoco, aprovecharle como activo electoral.
Es sabido que, si se trata de preferencias la señora Clinton avasalló (y lo sigue haciendo, aún como perdedora de las elecciones primarias demócratas) entre los segmentos liberales del electorado, en las mujeres (aún en las más conservadoras de su país, según muchos sondeos), en los potenciales beneficiarios de su siempre atractivo programa de salud universal, así como en algunas minorías étnicas.
Sin embargo, el debate Clinton-Obama fue siempre agresivo, en ocasiones excesivamente, incluso más que contra los republicanos; obviamente se provocaron agravios profundos (muchos más los ataques de la señora Hillary a don Barack, quien solía no responderlos, es cierto) que ni los discursos de unidad partidista y los posteriores elogios mutuos lograron restañar.
A ello debieron agregarse las deudas de campaña de la esposa de William Clinton y, muy probablemente, la convicción de que la inteligente abogada habría sido siempre una poderosa y molesta piedra en el zapato de Obama. Además, con 8 puntos de ventaja en las preferencias de los electores, probablemente Barack pensó que no tenía por qué premiar a quien fuera su ácida rival.
Decisión emotiva y mal calculada. Craso error del demócrata.
Aprovechándolo, John McCain seleccionó como su compañera candidata a la vicepresidencia de los Estados Unidos a Sarah Palin, Gobernadora de Alaska, de 44 años; guapa, madre de familia, ubicada ideológicamente bastante más a la derecha que el propio McCain, también prototipo de mujer exitosa, esforzada madre de una familia numerosa e integrada, de lenguaje llano, llanísimo, y reflejo claro y profunda de lo que quisieran ser millones de mujeres norteamericanas, pero más precisamente de lo que ya son: Palin les representa.
En retrospectiva, queda claro que si la señora Clinton hubiese resultado seleccionada como candidata a la vicepresidencia, habría llevado consigo los votos nada despreciables de quienes la apoyaban y, por otro lado, el “efecto Palin” sencillamente no habría existido.
Sin embargo, hay analistas que ven las cosas desde otro ángulo: aseguran que estando próximo el momento decisivo de la elección, quedan atrás los esbozos de liberalismo juvenil que parecían impregnar a sociedad estadounidense respecto de la candidatura de Obama y que luego de jugar un rato a ser “humanistas y progres”, hoy aflora el auténtico racismo que pervive en los norteamericanos, muy sutil en sus demostraciones externas, pero muy profundo en su arraigo. Dicen que los estadounidenses “no están preparados para un presidente negro”.
En cualquier caso, el último sondeo de la empresa Gallup después de la Convención Republicana y la selección de Palin, concede a Barack Obama sólo un 1% de ventaja sobre John McCain, como me lo anticipó un importante funcionario de la Cancillería Mexicana, en una reciente conversación informal. Tal vez por eso el candidato demócrata modifique algunas de sus posiciones políticas y de repente se entusiasme por lo que tradicionalmente rechazó, como demuestra la declaración incluida más recientemente en su plataforma electoral, que dice textualmente:
“El precandidato por el Partido Demócrata a la presidencia de Estados Unidos, Barack Obama, prometió esta mañana que si es elegido Presidente, en su primer año de gestión reavivará el proyecto de reforma inmigratoria que contemple la residencia permanente para los 12 millones de indocumentados en el país.”
Obama se equivocó y le dieron un buen palo; quizá los resultados de ese error nos beneficien a los mexicanos, especialmente a los migrantes. Ojalá.

antonionemi@gmail.com

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