lunes, 30 de marzo de 2009

Me basta con saber que eres un ser humano

Jorge Arturo Rodríguez
Tierra de Babel

Tuve la oportunidad de ver la película “Milk”, ganadora de los Oscares al mejor guión original (Dustin Lance Black) y mejor actor interpretando al activista gay Milk (Sean Penn), cuya historia es, precisamente, sobre Harvey Bernard Milk, quien “aceptó su homosexualidad siendo adolescente, pero mantuvo sus relaciones sexuales en secreto y con discreción hasta convertirse en adulto”. (Wikipedia).
Pero realmente no es sólo la historia del homosexual Milk; incluso, no es la historia de Milk, sino, como apunta Fernando Zamora, se trata de un film del director Gus Van Sant que cuenta una historia con moraleja política. Que Milk sea gay o no, importa poco o nada, lo fundamental es conocer las vicisitudes por las que atravesó para convertirse en lo que fue, un político defensor de los derechos humanos de las minorías y marginados, dejando atrás todo, incluyendo el amor y la vida privada.
Sí, efectivamente, Milk, al cumplir cuarenta años encuentra el sentido de su vida, “lo encuentra en la política en el sentido más amplio, en dar, recibir y devolver a una sociedad que necesita ser un poco menos cruel; lo encuentra en la defensa que emprende para que no sigan vapuleando a muchachos como los que le llaman o vienen hasta su oficina”, es decir, homosexuales. (“Tenacidad”, de Fernando Zamora, en Laberinto, suplemento cultural de Diario Milenio).
Pero el mundo sigue siendo cruel, porque cada vez más importa menos la dignidad humana, aún persisten la discriminación, distinción, exclusión y restricción para que muchas personas se desarrollen en condiciones de igualdad de los derechos humanos. Vaya, que todavía vivimos entre actos de racismo.
No nos hagamos penjamos: en nuestro país también existe la discriminación, pero simulada. ¿Acaso no es peor y más peligrosa? Importa poco –y pocos conocemos- el artículo 1º de la Constitución Política de los Estado Unidos Mexicanos donde dice que “Queda prohibida toda discriminación motivada por origen étnico o nacional, el género, la edad, las discapacidades, la condición social, las condiciones de salud, la religión, las opiniones, las preferencias, el estado civil o cualquier otra que atente contra la dignidad humana y tenga por objeto anular o menoscabar los derechos y libertades de las personas”.
El caso de Milk es efectivamente solo un caso, pero aquí y en China a diario nos enteramos de terribles discriminaciones, pero ya son tan usuales que ni nos damos cuenta. Harvey MIlk entendió que democracia sólo es la dictadura de las mayorías si no es capaz de defender a las minorías. Ojalá lo entendamos pronto así, y no sólo de las minorías, sino también de esa gran mayoría que vive en la marginación y la pobreza. Entonces, ¿qué hacer en el Día Internacional para la Eliminación de la Discriminación Racial este 21 de marzo? ¿Sólo lamentarnos, ofrecer estadísticas y casos concretos? ¿Y luego qué? Dejemos de simular lo que no somos ni hacemos. Empecemos en nuestra propia casa y aceptemos al pariente y al vecino que es homosexual, lesbiana, sexoservidora, priista, panista, perredista, etcétera, y acordémonos de Karl Marx, quien dijo que el obrero tiene más necesidad de respeto que de pan, porque como expresó Dalai Lama “así como tú tienes el deseo natural e instintivo de ser feliz y evitar el sufrimiento, lo tienen todos los seres conscientes; así como tú tienes el derecho de lograr esa aspiración innata, así lo tienen todos los seres conscientes. Entonces, ¿en base a qué discriminas?”.
En fin, lo digo con Lichtenberg, concede a tu espíritu el hábito de la duda, y a tu corazón, el de la tolerancia. O como escribió Walt Whitman: “Cuando conozco a alguien no me importa si es blanco, negro, judío o musulmán. Me basta con saber que es un ser humano”. Porque de qué sirve una casa sino se cuenta con un planeta tolerable donde situarla, sostuvo Henry David Thoreau.
Vaya, no sigamos con la canción “La maldición de la Malinche”, de Gabino Palomares: “Hoy en pleno siglo XX, nos siguen llegando rubios y les abrimos la casa y los llamamos amigos. Pero si llega cansado un indio de andar la sierra, lo humillamos y lo vemos como extraño por su tierra. Tú, hipócrita que te muestras humilde ante el extranjero pero te vuelves soberbio con tus hermanos del pueblo”.
Ahí se ven, chamacos apestosos, dijera Brozo.

De cinismos y anexas
* Mientras, sigamos dando al pueblo pan y circo, pero sobre todo carnavales. Nada de cultura y educación; así, ni se dan cuenta de lo que pasa, o más bien, de lo que les pasa. ¿O no Davicho?

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