Hoja de Ruta
Bien puede haber puñalada sin lisonja, mas pocas veces hay lisonja sin puñalada. Francisco de Quevedo
Desde el principio de estos tiempos sexenales, en la era del advenimiento de la fidelidad, en esos frenéticos e impenetrables primeros días, semanas y meses del sexenio que hoy declina, después de un parto doloroso sin médicos ni comadronas, incluso desde la concepción misma del sentido y alcance de la “fidelidad”, en el promiscuo declive del alemanismo, cuando crecía la deuda de Veracruz y mejoraban las finanzas de los alemanistas, el hiperactivismo del entonces senador, siempre candidato y hoy gobernador, así como la multiplicidad de mandos en su entorno y en su nombre, han sido una constante. Mientras el dinamismo personal fortaleció la imagen del hoy Ejecutivo, la caravana sin freno de los fidelistas impolutos dañó la línea de flotación de la campaña, disminuyó de manera inconcebible la ventaja sobre los otros candidatos a Gobernador, enturbió la designación de candidatos a alcaldes y diputados locales, esto, es cierto, con la “ayuda” de los inquilinos de Palacio en ese entonces, entorpeció la posibilidad de incorporar cuadros al naciente gobierno y eclipsó actores y figuras capaces de tener pensamientos propios y opiniones personales.
Después de la batalla librada casi en solitario tanto por ganar la candidatura como para triunfar en la elección, la estridencia generada por el tropel de aduladores emboscados como incondicionales dieron la sensación de festejo y algarabía a lo que era más bien confusión por la alharaca de los trepadores. Y así se dio la llegada de algunos, el reacomodo de los impertinentes y los serviles, el veto enfermizo y la ausencia de muchos, así como la incorporación tardía de antiguos aliados en espacios insuficientes. Historia inmediata y primitiva, anécdota que apenas fue ayer y ya es antigua.
Ya en el presente, inalterable desde el pasado lejano hasta el futuro inminente, con el aroma de jornadas y episodios idos pero reincidentes, apenas en estos días se pudo leer en la prensa el más reciente de los trances de esta historia. Dijo el Gobernador: “Que vengan los secretarios, los funcionarios, siempre me dejan a mí toda la chamba…” dice la nota de Edgar Ávila, en El Universal del pasado 15 de octubre. (Sí los funcionarios le dejan toda la chamba, entonces no funcionan, piensa uno con pueblerina ingenuidad).
Cita urgente, encerrona, severa y justa llamada de atención, señalamientos, órdenes, instrucciones y el epígrafe con reminiscencias de virreinato en las agendas de algunos servidores públicos: “Obedézcase, pero no se cumpla”, que es su forma de decir: “hagámoslo solo cuando nos convenga”.
¿Y cómo no? Acostumbrados desde siempre al eficaz hiperactivismo fidelista y a responder a las llamadas de atención con halagos desmedidos y mutis discretos, hoy varios integrantes del gobierno de la fidelidad se agazapan mientras piensan que es cosa de días para que el regaño más reciente se convierta en anécdota acumulada. Y también creen que es cosa de días, acaso semanas, para dar el paso que transmute definitivamente su fidelidad en oportunismo.
Estos tan falsos como fervientes seguidores de la fidelidad viven una permanente paradoja: por un lado, exaltan sin medida al ejecutivo, subrayando día y noche sus perfectas disposiciones, sus incuestionables preceptos, su diáfana clarividencia. “Gobernante perfecto, dirigente infalible”, repiten de día porque de noche todos los gatos son el gatopardo. Será porque buscan candidaturas, porque ya las sienten en la bolsa, porque buscan acomodo en el traspatio de la fidelidad o simplemente porque es su naturaleza, cambian solo para mantener sus privilegios e incrementar sus expectativas. Y mientras repiten que el gobernador es incansable, ellos no toman descanso para adularlo. Pero así como señalan la infalibilidad del gobernante, al mismo tiempo subrayan la tangible nobleza de Fidel Herrera, su don de gentes, sus tamaños de gran ser humano, hecho irrebatible. Pero entonces, sí es humano, ¿cómo es al mismo tiempo infalible? Reza la máxima que “Errar es humano”. Y es “errar”, sin hache, porque si no algunos levantarían la suela del zapato. Sí cometer algún error es asunto que refleja la frágil condición humana, ¿cómo explican los burócratas y subalternos formados en el credo de la insaciable alabanza, los practicantes de la enfermiza exaltación, la doble condición de perfecto y humano del gobernante? La capacidad del gobernante permite que un error de su parte sea improbable, pero por su condición humana eso no es imposible. Son incoherentes las palabras que se repiten siempre en el mismo tono.
(Discreto paréntesis, antes de que se aloquen y emitan condena los oficiosos cancerberos: No digo que elogios y reconocimientos sean infundados. El gobernador es hombre de talento. A él se deben los que son todo y cualquier cosa en la estructura política oficial de Veracruz. Pero es evidente que hay muchos cuya única forma de sentirse útiles es siendo inútiles, incapaces de pensar, de proponer, de sugerir alternativas, formas distintas, acciones que hagan la diferencia. Por temor o servilismo. Tienen incluso libro de cabecera, cuyos autores son hijos de distinto padre y la misma madre: A. Dula Dor y Ha Laga Dor. La adulación no es información y por lo tanto es inútil para tomar decisiones. A menos que las decisiones sean las que convienen a los aduladores, y que estos sean la única fuente de datos. Es un circo y un galimatías. Decía un sabio que los buitres devoran a los muertos, y los aduladores a los vivos).
Fidelidad, dice el diccionario, es “observancia de la fe que alguien debe a otra persona. Puntualidad, exactitud en la ejecución de algo. Reproducción muy fiel del sonido.” ¿Cuántos honran con certidumbre la fe y la gratitud que deben al ejecutivo, quiénes responden con exactitud y puntualidad en sus tareas, cuáles guardan y cumplen fielmente lo que escuchan? “Reproducción fiel de un sonido…”, dice una de las acepciones. Y hay quien lo entiende como la necesidad de convertirse en eco, ese efecto que parece hablar sin detenerse en lo que significan sus palabras, divertido ante el efecto de repetirlas. Lealtad, por otro lado, se define como “cumplimiento de lo que exigen las leyes de la fidelidad y las del honor y hombría de bien. Legalidad, verdad, realidad.” Sin palabras. Aún hoy todos se dicen fieles, y desde siempre muy pocos son leales.
Los que se ostentan como los más fieles intentan llegar al futuro de espaldas, caminando para atrás, sin perder de vista a quién los ha hecho tanto y les ha dado todo, para seguir adulándolo, para hacerle creer que siguen cerca mientras se alejan, que están adentro y lo acompañan en este sexenio, hogar de la fidelidad. Aunque para ellos ya se ve más grande la puerta que la casa.
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