viernes, 11 de junio de 2010

Andanzas de una Nutria

Liz Mariana Bravo Flores

“Cantando al Sol como la cigarra, después de un año bajo la Tierra…”

María Elena Walsh


Exploró mi piel. La succionó del mismo modo que supongo un bebé come del seno de su madre. Mi risa nerviosa se hizo presente ante lo desconocido. La emoción de ver al animal de ocho brazos salir del mar y comiendo el camarón de mi anzuelo.
Nunca antes había pescado un pulpo y tampoco había tenido oportunidad de encontrarme con uno tan cerca. No sabía si podía lastimarme o no, así es que una vez que recogí el hilo y lo vi salir, brinqué sobre las piedras una a una en busca de mi compañero de pesca.
“Chocorrol, chocorrol pesqué un pulpo”, gritaba a todo pulmón con emoción y, enmarcado por un atardecer de ensueño, Fidel Serrano, amigo del Club de Pesca de Xalapa “El Baloncito”, a quien de cariño llamamos “Chocorrol”, por ser fiel a la empresa donde trabajó años atrás, corrió a mirar mi trofeo y a auxiliarme.
Me explicó que un pulpo pequeño, como era el caso del que saqué, aun no tenía sus dos dientes con los que pudiera lastimarme, así es que me animó para agarrarlo, lo pusimos en el agua marina que se encharcaba entre las rocas para admirar los cambios de color del pulpo, de blanco a café, a gris; lo perdimos un rato porque se mimetizó con las rocas, brincamos de un susto cuando lanzó la propulsión a chorro en defensa ante la amenaza.
Era un animal pequeño que, aunque segura estoy de que Fidel lo hubiera cocinado riquísimo en las brasas de la fogata, decidimos regresar al mar para que cumpliera su ciclo, y conservar el recuerdo de un maravilloso encuentro con el bicho de los tentáculos.
Pausamos la pesca para comer, pues la del domingo pasado fue improvisada. Después de desayunar en familia y ver que el clima era propicio para ir al mar, llamé al Chocorrol con la promesa de pasar por él en 30 minutos, y la petición de que tuviera las cañas listas. Mientras cargaba gasolina pasé a una tienda a comprar playera, shorts, chanclas, y a deshacerme de las zapatillas así como del atuendo dominguero.
Así emprendimos viaje a bordo de “Eleguá”, el Jeep que nos llevó al norte del estado hasta llegar a Boquilla de Oro, en donde atravesamos el terreno pedregoso para instalarnos a la sombra de un árbol.
Nuestra pesca fue sonorizada por el mar y el canto de las cigarras, que salen cada año del fondo de la Tierra para aparearse, así es que fue imposible recordar aquella canción de María Elena Walsh y que entonaba Mercedes Sosa.
Por la noche, buscamos cangrejos mudando de caparazón para usarlos de carnada, y fue con ésta con la que Fidel pescó un burriquete de buen tamaño y un bicho más grande que no supimos qué fue, pues esa lucha la ganó el pez que se escapó del anzuelo mientras salía del agua.
Después de cenar carne y la carnada que sobró preparada con la sazón de Chocorrol, nuestro regreso en la madrugada lo iluminó una luna menguante, enorme y anaranjada, como nunca antes había visto.

nutriamarina@gmail.com

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