viernes, 6 de agosto de 2010

Son como niños

Liz Mariana Bravo Flores
Andanzas de una Nutria

“Tremendo animalote me quería hacer papilla, entonces ya mi suerte empezaba a cambiar, cuando de repente el barco fue a encallar, contra un arrecife nos fuimos a embarrar”
Caló.


Siempre que intento iniciar un diario me hago la misma pregunta: ¿Qué sentido tiene escribir para mí misma las vivencias y emociones de mi vida? Ahora que mi memoria tiene menos capacidad que en la infancia, sé que debí iniciar mi diario el mismo día en que aprendí a escribir, pues seguro es que hay pasajes y sentimientos maravillosos que he olvidado.
Eso lo supe cuando ví “Son como niños” y una escena de la película trajo a mi memoria aquel día de pesca con mi padrino, Jorge García Gómez, “El Burro” Méndez –como le conocí desde entonces- mi padre y yo, en el que aprendimos que, siempre que subas a una embarcación, debes saber cómo desplazarte y comportarte a bordo.
Recién había adquirido él una lancha pequeña, pero funcional, para divertirse y salir a pescar; para estrenarla, emprendimos camino hacia “La Mancha”, ubicada a 20 minutos al norte de Cárdel, Veracruz.
La aventura comenzó desde que preparamos el equipaje de pesca pues, acostumbrados a cargar con todo aquello que nos provea de comodidad y facilite la estancia, a la lancha había que llevar lo básico porque el espacio era muy reducido.
La tarea de instalarla en el remolque y asegurarla con las cuerdas para el traslado tiene su chiste, no lo sé de cierto porque era muy pequeña para conducir, pero segura estoy de que manejar con un remolque y lancha enganchados a la camioneta no debe ser cosa sencilla.
Entramos al agua. La instrucción fue clara: cuidar nuestros movimientos a bordo pues, al desplazarnos rápida o bruscamente desequilibraríamos el peso de la lancha, mojando así a su tripulación y pasando de la pesca a la búsqueda de objetos debajo del agua.
Esa vez aprendí a trolear. Papá y mi padrino me ayudaron a seleccionar los señuelos y cucharas adecuados para llamar a los peces mientras navegábamos. No recuerdo con precisión qué sacamos, pero sí que fue una muy buena pesca.
Las horas transcurrían en calma, tanto que incluso “El Burro” Méndez tomaba una siesta a bordo cuando un pez grande mordió el anzuelo de Papá y comenzaron la lucha hombre–pez.
El animal jalaba con fuerza y en un segundo, la cara de papá se iluminó con una gran sonrisa. Lleno de emoción comenzó a recoger el hilo, y de un brinco, se puso en pie para sacar aquel bicho.
La lancha pasó de embarcación a catapulta, pues con el brinco de un hombre de 1.80 metros de altura y el peso necesario para hacerlo robusto, casi salimos disparados al agua.
Intentamos equilibrarla. Papá me hizo papilla al caerme encima. El sueño del “Burro” fue bruscamente interrumpido y la carcajada de mi padrino estalló como siempre, sonora y contagiosa: “Compadre, pareces niño. Cómo se te ocurre brincar, hasta el pez se espantó y mejor se fue”.
Si ves la película, sabrás a qué escena me refiero, pero mientras ocurre, escríbeme.

nutriamarina@gmail.com

1 comentario:

Unknown dijo...

Eso de las caidas en lancha son espectaculares!!!... de pronto el susto y el recibimiento en las aguas ponen la adrenalina a punto. Tu columna me recuerda Alvarado. Saludos Liz, un abrazo.