domingo, 5 de septiembre de 2010

Señales

Liz Mariana Bravo Flores
Andanzas de una Nutria

"Abracadabra, siga la pata en su cabra, girasol, alhelí,
la mariposa besó al colibrí"
Silvio Rodríguez




Aunque en su mayoría los pescadores niegan que la superstición, magia, corazonadas o astros rijan sus vidas, o que tienen cierta creencia en éstas, la realidad es que al momento de salir a la pesca siempre volteamos a ver la luna para conocer cómo se moverá la marea, hay quienes nunca van de día y hay quienes jamás lo hacen de noche, de acuerdo con la suerte que hayan tenido, las historias narradas y los miedos infundados.
Hay los que dicen que en algunas playas espantan y se hacen de dichos y mañas para evitarlo.
Sin excepción, todos tenemos el señuelo, caña y carrete de la suerte, aquél con el que sacamos el mejor pez o ganamos el torneo; y el anzuelo que, a la hora de atrapar animales, no sabe fallar.
Resulta que esta pescadora además escribe décimas, y deseaba con el corazón estar en la presentación del libro del que soy co-autora, “Décimas del Bycentenario”, en la Ciudad de México. Pese a mi emoción, desperté con la extraña corazonada de que no debía acudir. No suelo guardar precauciones como otras personas cuando visito y me desplazo en la “gran ciudad”, sin embargo en esta ocasión tuve la tentación de dejar mi computadora que para esta nutria es como el caparazón a la tortuga.
Como buena pescadora, hice caso omiso a la intuición y emprendí trayecto hacia la capital del país, no sin antes percatarme de que la boda que me haría regresar a primera hora del sábado a Xalapa no era por la tarde como pensaba, sino que la invitación indicaba función de matiné. Había que cambiar planes y regresar del DF apenas concluyera la presentación del libro.
Empeñada en llegar al magno evento, abordé el autobús con el ánimo de, en un abrir y cerrar de mis ojos, llegar a la tierra del Ángel de la Independencia y la Diana Cazadora. Había transcurrido una hora apenas cuando el aire dentro del camión se terminó. Desperté sin respirar. Me ahogaba. De un salto me puse en pie en busca de la ventana que, de manera general, tienen los baños de esos transportes, pero éste parecía fabricado con el plano de una cámara de gases porque por ningún lugar entraba ni salía aire.
Mis manos se fueron a mi cuello en el intento de abrirlo para respirar. Con velocidad llegué al otro extremo del autobús donde viajaba el conductor, abrió la única entrada de aire que había, una minúscula ventana del lado izquierdo, y comenzamos a charlar en medio del tráfico en reposo.
Supo de mis agendas apretadas y del motor que me llevaba a la “ciudad del smog”. Tras una comunicación por el radio, tomó el micrófono y anunció que regresaríamos a Xalapa porque la carretera de Perote estaba cerrada a causa de un accidente y plantón de los habitantes. La idea era llegar al Puerto y desplazarse en busca de aventuras por más de siete horas a bordo del camión.
Mi cara lo dijo todo y su palmada en mi mano selló la complicidad de nuestro secreto. No iba a llegar a tiempo a mi evento y lo sucedido me implicaba ocho horas de ida y otras tantas de regreso sin que valiera la pena.
En mi ayuda, el chofer de un transporte de lujo que, a mi entender no puede parar como totolero en cada esquina, sugirió: “Señorita, si se siente muy mal cuando pasemos por Xalapa, puedo bajarla en el punto que me indique”.
Dudé en aferrarme y hacer todo por llegar a lo de las décimas, pero eran demasiadas señales sacudiéndome ante los ojos la oportunidad de quedarme a salvo en casa y, cual pez al anzuelo, decidí tomarla para comprobar que, como buena pescadora, también me guía el corazón, aunque no siempre hagamos caso.

nutriamarina@gmail.com

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