Andanzas de una Nutria
“Tristísimo panteón, yo te saludo, A ti me acerco sin temor ni espanto…”
Oscar Chávez
La neblina, el frío y el fuerte viento anuncian la llegada de los muertos. Mi corazón vibra y se estremece con la idea de recibir a quienes se han ido antes, a quienes compartieron con nosotros la vida y que, tradicionalmente, regresan al mundo terrenal a disfrutar de los manjares que les ofrendaremos en el altar.
Con la alegría que ahuyenta cualquier miedo ante la presencia de los seres que llegarán, me dispongo a preparar casa, platillos, licores, juguetes, tabaco y sí, también las croquetas para mis tan extrañados perros y la pelota de Sabina que, segura estoy también vendrán a visitarme.
El aroma a incienso, copal y cempaxúchitl penetra mi nariz hasta los huesos anunciando su cercanía.
En la pesca como en la vida también hemos convivido con ellos. Aunque no lo crea hay un cúmulo de historias escalofriantes que contar mismas que, durante este mes compartiré con ustedes.
De inicio viene a mi mente aquella noche de pesca en Boquilla de Oro, con Fidel Serrano, “Chocorrol”, cuando emprendimos camino sobre las piedras para ir en busca de cangrejos que estuvieran mudando de caparazón, pues según me explicó mi amigo, el cangrejo “desnudo” es una excelente carnada, y no es que estuviéramos escasos de ésta, sino que la travesía permitiría inyectarle una dosis más de adrenalina y emoción a la pesca.
Como el viaje fue espontáneo, las chanclas que llevaba a bordo del Jeep en el que viajamos no eran ideales para el recorrido, por lo que en un descuido las espinas de una nopalera atravesaron la sandalia para insertarse en mi pie, lo que no detuvo la locura de la búsqueda de cangrejos en la solitaria y oscura playa.
Encontramos un par de bichos y de regreso al campamento Fidel comenzó a apretar el paso. Yo brincaba de piedra en piedra equilibrándome sobre las resbaladizas chanclas, cuando de repente escuché un ruido a mi espalda, me detuve y con seguridad “Chocorrol” sostuvo que sería un conejo. Seguimos la caminata y yo volteaba constantemente a mis espaldas, pues el ruido continuaba detrás de mí, cercano, avanzando.
La sensación de que alguien nos seguía aceleró mi corazón y mi andanza. Un frío extraño envolvió mi cuerpo. Sin comentarlo, Fidel y yo avanzábamos a prisa hasta llegar al campamento, lugar en que desapareció el frío, el ruido y aquella sensación de persecución.
Mi compañero de pesca hizo lo propio, ensartó un cangrejo en el anzuelo y comenzó a pescar. Por mi parte, el corazón latía velozmente y mis piernas temblaban aun, por lo que me acomodé en una piedra cercana al “Chocorrol” para dormir un rato.
El hambre y una ola traviesa hicieron de las suyas para interrumpir mi sueño. Preparamos la fogata, la carne y los camarones que sobraron de la carnada para calmar a las tripas. Fue entonces cuando Fidel y yo comentamos lo sucedido y confesó que en ese lugar, pasando el bosque de pinos, es frecuente que espanten a los vivos.
En medio de un cúmulo de anécdotas semejantes que me compartió, decidimos emprender regreso a Xalapa, levantamos las cosas y comenzó la búsqueda.
Al llegar a Boquilla de Oro pusimos las llaves del Jeep en un punto estratégico dentro de éste para que no se perdieran, mismas que pendían de un llavero enorme, morado y llamativo que haría difícil su extravío. Sacamos las cosas de nuevo del auto, vaciamos bolsas, mochilas, buscamos y re buscamos. Las llaves no estaban.
Recordé algunas historias de chaneques que compartiré en otra ocasión y en mi mente comencé a decir “devuélveme las llaves chaneque travieso”. Por su parte Fidel confesó que comenzó a insultar al espíritu que se las había llevado. A ciencia cierta no sabemos qué es lo que dio resultado, pero tras el aullido del perro que había acompañado nuestra pesca, las llaves aparecieron justo en el lugar donde las habíamos dejado y en el que habíamos buscado por más de 30 minutos.
La neblina, el frío y el fuerte viento anuncian la llegada de los muertos y con ello la imposibilidad para ir a la playa a pescar.
nutriamarina@gmail.com
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