Andanzas de una Nutria
“Afloja tu sentimiento y deja volar la pena, que el fandango es una vena con la sangre incontenida donde la tristeza anida y serena el pensamiento…”
Manuel Vázquez
Mi corazón latió a toda velocidad cuando, por mi trabajo durante el sexenio pasado, mi Jefe, Carlos García Méndez, me dijo que le acompañara a la fiesta de La Candelaria.
Automáticamente mi corazón vibró con la oportunidad de disfrutar de una de las más hermosas tradiciones de Veracruz y que, además, está llena de elementos y música que me apasiona.
Jaranas, faldones, requinto, décimeras, bailadoras, versos, rimas, repentistas, tamales, mamones, toritos de guanábana, cacahuate, coco o cajeta por mencionar sólo algunos sabores, tarimas; fiesta y tradición están nuevamente a nuestro alcance con la llegada de febrero, del día dos, del de La Candelaria.
Tlacotalpan, nido de la festividad, de talentos, de alegría. Joya veracruzana, patrimonio de la humanidad. Pueblo colorido, lleno de vida, de tejados bajos, lleno de energía, de música que resuena. Tierra azotada y hundida bajo las aguas de los huracanes, que recientemente dañaron a Veracruz. Ciudad que otra vez está de pie para ser, otra vez, la sede que nos atraiga como metal al imán para disfrutar de la celebracion.
Aquel dos de febrero del 2005 acompañé a mi jefe a una de las comisiones que más me emocionaron de la administración, pues asistía a trabajar en la cuna de las décimas que tanto disfruto escribir, al lugar del son jarocho y el zapateado que tanto disfruto.
El Paseo de la Virgen en panga a lo largo del río me causaba una ilusión sin igual, pero el mal tiempo obligó a cancelarlo.
Recorrimos la fiesta y mis deseos por subir a la tarima me jalaban a la celebración, pero mis responsabilidades y obligaciones por trabajar para el Gobierno me obligaban a comportarme y me limitaban a observar.
La prisa, la agenda apretada y los compromisos por cumplir no dejaron que disfrutáramos los encuentros de decimeros, aunque las atenciones y hospitalidad de sus habitantes lo compensaron con deliciosos tamales a la hora de comer.
Nunca olvidaré el momento en que, entre la multitud y nuestras carreras, atrapé a mi jefe cuando se tropezó con un adoquin mal puesto. Su pie se inflamó en sólo minutos y, pese al dolor, siguió firme con la encomienda de trabajo asignada.
Volvimos de Tlacotalpan sin el sabor del torito, la miel de las décimas y sin el son, pero contagiados de la alegría de su gente y convidados a volver.
Espero regresar el día dos de febrero próximo a esa tierra, con la misma emoción que hace seis años, con décimas por compartir, enamorada de Veracruz y de mi pareja, y con el tiempo libre para entregarme completa a la festividad, a la tradición, comida y música.
Por último, a propósito de “mi pareja”, a muchos lectores de las columnas de las dos últimas semanas les quedó la duda de quién es el afortunado, la persona que toca mis cuerdas para producir en mi corazón la más hermosa melodía, quién me enamora cada día y con quien compartiré el resto de mi vida… de mis andanzas.
Su nombre es Dan Uri del Moral, mi amigo desde la universidad, de 10 años atrás, con quien he compartido proyectos, negocios, risas, emociones, tristezas, dolores; mi pretendiente constante, mi amigo, mi novio, mi prometido y casi esposo, quien me hace vibrar y quien me motiva a ser una mejor persona, una mejor mujer y compañera.
A todos quienes nos han escrito, agradecemos de corazón sus buenos deseos y esperamos que sigan cerca de nosotros para compartir muchas andanzas más.
nutriamarina@gmail.com
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