viernes, 4 de marzo de 2011

La primera vez

Liz Mariana Bravo Flores
Andanzas de una Nutria

“…Allí nada ha cambiado, nuestro río sigue igual, con sus aguas tan claras que se pierden en el mar”.
Miguel Ríos


Aferré manos y uñas a una enorme piedra debajo del agua en espera de rescate. La noción del tiempo se fue con la corriente del río.
Es cierto que el guía que nos explicó cómo hacer el descenso dijo que en caso de que cayéramos al agua adoptáramos posición de muerto y dejáramos fluir nuestro cuerpo en el rápido para que río abajo nos rescataran; sin embargo, eso en mi caso implicaría no sólo hacerle al difunto sino fenecer, ya sea ahogada o ahorcada.
Fue la primera vez que hice rafting. Mi trabajo para el Gobierno de Veracruz me llevó a un evento en Tlapacoyan y el entonces presidente municipal organizó un descenso por el Río Filobobos.
La aventura comenzó con caras de pánico, nervios, poses y algunos chispazos aventureros por parte de los más jóvenes.
Conforme descendíamos, el río nos arrancaba lo más puro, la esencia del ser humano. El trabajo en equipo al momento de remar hacia cualquier lado para entrar al rápido o evitar chocar nos amigó de inmediato. A pocos minutos las risas se hicieron presentes y nos dejamos atrapar por la magia natural.
De pronto, una de las balsas encalló entre dos rocas y al guía de la lancha en la que viajaba se le ocurrió lanzarles una cuerda para que, al avanzar nosotros, lográramos ayudar a nuestros colegas.
La idea inicial no era mala, sólo que no contempló que, al caer, haría función de catapulta para nuestra balsa. Así fue como caíamos al agua los seis que conformábamos la tripulación Tritón.
En mi caso, la balsa cayó volteada, justo encima de mí, pero lo que realmente llenó mi cuerpo de adrenalina fue el hecho de intentarme dejar ir río abajo, pues la cuerda que lanzamos para “el rescate” rodeó mi cuello, brazos, piernas y pies por lo que mi única opción de salir con vida era aferrarme bajo el agua a una roca, con la esperanza de que algún compañero llegara a rescatarme.
Sentí cuando mis sandalias dejaron mis pies descalzos y, al poco tiempo de eso, cual cenicienta fui rescatada por el hijo y guarura de una diputada del partido de oposición.
Tras deshacerme del agua que entró a mi cuerpo sin permiso, continuamos la aventura río abajo, dejando atrás colores, preferencias y compromisos.
El conocimiento que tienen los guías del Río Filobobos permitió que nos detuviéramos en un sitio que tiene un tobogán natural debajo del agua, para que lo disfrutáramos los más intrépidos y, como si aún no tuviéramos suficiente, más abajo paramos en un lugar que nos obligó a bajar de la balsa para entrar a un túnel.
Resulta que formó parte de los acueductos que hidrataban a la Hacienda El Jobo, que perteneció a Guadalupe Victoria, primer presidente de México y, actualmente, se puede caminar entre el lodo para salir por la pared. Para poder abordar de nuevo la balsa es necesario brincar al agua desde una altura de aproximadamente cinco metros.
Recuerdo que las piernas me temblaban. Yo había decidido bajar y arriesgarme en la aventura, no había vuelta atrás, tenía que saltar. Detrás de mi había varias personas más esperando y por la puerta sólo cabe una persona en cuclillas. La entrada estaba un kilómetro atrás por lo menos y, cinco debajo de mí.
Todos me echaban porras y gritaban “licenciada, licenciada”. Por mi cabeza lo último que pasaba era si hacía o no el oso, más bien buscaba el modo de armarme de valor para brincar. De pronto, sólo lo hice y, el descenso libre en el aire antes de tocar el río, hizo del rafting y la aventura una adicción en la vida de esta nutria.

nutriamarina@gmail.com

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