sábado, 7 de mayo de 2011

El Gordo, sobreviviente a un cafre






Este sábado, cuando circulaba sobre la calle Predio de la Virgen para llegar a la vía del tren, me llamó la atención un perro que parecía dormía sobre el arroyo vehicular. Dos hombres lo observaban con curiosidad. Paré la moto, bajé y le hablé al canino. Sólo movió su ojo hacía mí. Babeaba. No era para menos, mínimo, debía tener quince minutos en el sol. Los hombres que curioseaban me dijeron que lo habían atropellado. Supervisé cada una de sus patas, sus costados... todo indicaba un golpe. Levanté al perro y lo puse a la sombra. Un veterinario, a unos cincuenta metros del lugar, tenía su consultorio. Me dirigí hacia él y le pedí que checara al animalito. Mi diagnóstico fue similar al del doctor Reyes: Sólo había recibido un fuerte golpe sobre el costado derecho pero no presentaba fractura ni lesiones internas.
Le pedí que lo atendiera y tras confiar en mi palabra, pues no traía dinero, lo inyectó y dejó en una jaula. Mientras, iba a la casa por dinero. Regresé con alimento para perro y un trasto para que bebiera agua.
Más tarde, como a las cinco pm, regresé para sacarlo de la jaula. El amigo pesa fácilmente unos 30 ó 35 kilos. Le di de comer una pieza de pollo que devoró con gusto... sobrevivió.
Sí, pueden decir que los perros callejeros son una plaga, pero se quiera o no, son nuestros perros callejeros, los hemos hecho por nuestra irresponsabilidad, de comprar perros chiquitos, bonitos y cuando dejan de ser cachorros, olvidarlos en los techos, en los patios encadenados o en la calle.
El Gordo, como le llamé al amigo, es noble. Ni chistó cuando lo cargué para llevarlo a la veterinaria, ni cuando lo saqué de la jaula ni cuando lo atravesé (cargando) una calle... es noble. Ahí está, esperándome a que salga ante la mirada vigilante, desconfiada, arisca, de mi terrible Harry.

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