lunes, 11 de julio de 2011

Violencias

Juan Antonio Nemi Dib
Historias de Cosas Pequeñas

I] Informa la prensa de un padre que mató a cuchilladas a sus dos hijos sólo para cumplir la amenaza que había hecho a su esposa: si ella lo dejaba, el asesinaría a los vástagos de ambos. Le cumplió. Dicen los reporteros que el filicida no se arrepiente. Mejor no detenerse en los detalles, son horrendos.

II] El DIF recibe del ministerio público la custodia temporal de una pequeña de 5 años de edad, golpeada por su madre en la cabeza, hasta que le produjo fractura de cráneo. La niña, hospitalizada, intenta sonreír a pesar de la hinchazón y los ojos de mapache, mientras la señora dice que actuó sólo porque “tiene problemas”, no puede o no quiere dar otra explicación. En algún momento la golpeadora amenazó con suicidarse, pero por ahora está presa y si llegaran a fijarle fianza, debido al tipo e intensidad de las lesiones, sería altísima; difícilmente saldrá de la cárcel en corto tiempo.

Compleja ecuación: pequeñita gravemente lesionada por su propia madre en un arranque de neurosis, seguramente las lesiones no sólo son físicas, y la progenitora presa, sujeta a proceso. ¿Volverán a juntarse?, si se reúnen... ¿cómo se garantizará la integridad de la niña?, ¿ayuda en algo a la víctima que su propia madre permanezca en la cárcel?, ¿podrá nuestro sistema de readaptación social rehabilitar a la golpeadora?, ¿entenderá la madre en toda su dimensión el mal que hizo?

III] Paso del Macho se cimbra con la historia de una madre que asesina violentamente -a golpes- a sus dos hijos en la casa de la abuela; recién habían llegado de visita, procedentes del Distrito Federal. Dicen los expertos que pudo tratarse de un padecimiento mental, algo así como ausencia de cordura (para mí, locura, simplemente locura). En momentos de lucidez la homicida dice que quiere privarse de la vida, pero que desea hacerlo ella personalmente, asegura que no permitirá que nadie le cause daño.

El sepelio de sus hijos fue una impresionante manifestación de duelo popular, quizá no exenta de morbo pero sin duda tampoco de la frustración colectiva por los terribles homicidios que no pudieron -y debieron- evitarse.

IV] En Paso del Toro, un adolescente mata a su padre con la pistola de éste, mientras el progenitor agredía gravemente (con un palo) a su esposa -madre del homicida- y después de que el sujeto había golpeado al otro hijo, hermano del matador, como solía hacerlo con harta frecuencia.

Los jueces de responsabilidad juvenil determinaron, seguramente con razón, que no hubo conflicto con la ley penal, en tanto que el muchacho actuó en legítima defensa de su madre y de su hermano.

Sin embargo, es un hecho que el joven mató a su propio padre, al esposo de su madre y padre de su hermano; ¿qué ocurrirá con él en el futuro?, ¿cuál habría sido la evolución de los hechos si el muchacho no hubiese accionado en repetidas veces el arma?, ¿en qué condiciones estaría actualmente su estado emocional si simplemente hubiese dejado al padre golpear a la madre sin intervenir, como otras veces ocurrió?, ¿cuántos miles de niños y jóvenes presencian diariamente agresiones violentas contra sus madres u otras personas, sin capacidad para hacer otra cosa que callar?, ¿de qué forma influyen estos hechos violentos en la reproducción de patrones culturales?

V] Muere la madre. El padre abandona a la pequeña por ir “con su otra familia”. La tía queda al “cuidado” de la menor. Al poco tiempo el ministerio público entrega la niña al DIF: brutalmente golpeada en todo el cuerpo y especialmente en la cara, con una tabla, sí con una tabla. La tía está prófuga, la niña sigue recuperándose de las lesiones... sin padre y sin madre.

VI] Cientos de niños son empujados a la vía pública en busca de la subsistencia, a veces por explicables razones económicas, de desintegración familiar (con todo lo que ésta implica, incluso violencia severa contra ellos), abandono, omisión de cuidados y -lo acepto- hasta por determinación personal en algunos casos, pero es innegable que muchísimos de ellos son inducidos a la mendicidad, a la comisión de pequeñas travesuras y también delitos serios (en ocasiones, hasta por familiares cercanos). Hay datos de algunos menores cooptados a la fuerza.

Por otro lado, cada vez son más frecuentes las desapariciones -algunas incluso sin documentar, en tanto que no existen referencias precisas ni familias que busquen a los menores en situación de calle- y los riesgos que éstas implican: desde el “enganchar” a las víctimas en los círculos de adicción/delincuencia que controlan eficaces redes de explotación infantil hasta las agresiones sexuales como la que sufrió un pequeño de la Huasteca que trabajaba en cruceros limpiando cristales de coches para completar el ingreso familiar, pasando por posibles levas de la delincuencia organizada. Para muchos, calle es sinónimo de adicciones, de promiscuidad, de inclemencias.

El debate que surge entre el derecho de los menores a optar por la calle -ofreciéndoles la posibilidad de una inserción social voluntaria y progresiva- y la necesidad urgente de proteger su integridad e incluso su vida se vuelve cada vez más complejo y no sé si útil: me pregunto de qué sirve ser respetuosos del derecho de los menores a decidir dónde y como vivir si el permanecer en la vía pública los hace sumamente vulnerables y los pone en peligro real hasta de muerte, si los abusos contra ellos se multiplican en las actuales condiciones de violencia que vive México, si el Estado y la sociedad no tienen, objetivamente, la suficiente capacidad para protegerles en la vía pública. Supongo que dejarles en la calle, democrática y participativamente, es otra forma -muy refinada y sutil- de violencia.

antonionemi@prodigy.net.mx

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