martes, 27 de septiembre de 2011

Fox en el periférico

Ángel Lara Platas

A casi una semana de haber tomado posesión Vicente Fox Quezada como presidente de México, los mandos medios de todo el gobierno federal fuimos convocados al Auditorio Nacional, en la ciudad de México, para sostener una reunión de trabajo con el nuevo mandatario.
No dejaba de tener matices jubilosos escuchar al Presidente de la República. Seguramente hablaría de las fórmulas que le quitarían a nuestro quejumbroso país, todos los males sociales, políticos y económicos.
La reunión sería a las once de la mañana, pero desde las diez ya estábamos haciendo gala de nuestra puntualidad. Además sería la primera de Fox con todo el gobierno federal.
Resultaba verdaderamente interesante poder escuchar al recién estrenado, que desde su campaña para presidente con su característica voz engarbada, a cada cosa le llamaba por su nombre. Seguramente ahí nos hablaría de sus planes para acabar con la trepidante corrupción y el desempleo; de cómo administrar una boyante economía y, para la burocracia que estaba a punto de aclamarlo, habría anuncios de mejores salarios, de la aplicación del servicio civil de carrera, y de la posibilidad de ascender, previa evaluación, a niveles superiores de la burocracia.
No sin antes repetir que la preocupación no debía invadir el ánimo de los trabajadores al servicio del Estado, porque él brindaría la seguridad de que nadie sería removido de sus puestos, tal como lo prometió en varias ocasiones durante su campaña.
Durante los días previos a la jornada electoral, este y otros compromisos con los burócratas fueron lo suficientemente reforzados por los medios de comunicación afines al proyecto blanquiazul. La burocracia de los niveles inferiores, esperanzados por tal ofrecimiento, acudió sin dilación a las urnas, de paso invitando a todo ciudadano que encontraban en el camino. Todo por la seguridad laboral.
A las once y media de la mañana de aquel lunes, todos adentro pero aún sin la presencia de Vicente Fox, por la mente de la concurrencia pasaban las fantasiosas imágenes del regreso a casa.
La familia entera escucharía atenta la historia del esperanzado funcionario público, de cómo el nuevo mandatario construiría el nuevo país, con abundancia y sin pobreza. Esto era motivo más que suficiente para ofrendarle al jefe de las instituciones, en cuanto arribara al lugar, la más incólume de las lealtades.
Las identificaciones partidistas y las inclinaciones ideológicas de cada quien, era cosa que debía guardarse en el más secreto de los compartimentos del portafolio personal.
Como para hacer menos tediosa la espera, los convocados tuvieron tiempo para observar el entorno. Sobre el escenario, un pequeño presídium con tres sillas nada más; el pódium a la izquierda y, atrás, un diseño que a simple vista no ofrecía forma alguna, hasta que alguien en voz baja exclamó que se trataba del águila de los símbolos patrios, pero mocha.
La idea de compartir el espacio y el aire con el hombre que a todos metería en cintura, exactamente como lo hacía todos los días con su cinturón piteado en plata, borraba cualquier expresión de sorpresa por el nuevo diseño.
Las botas de piel de avestruz del primer mandatario también pasaron por la imaginación de los hombres del presidente. Si mantenían a raya a las víboras prietas, a las tepocatas* y a todo tipo de alimañas, qué no harían con los delincuentes.
Pretendiendo encubrir la tardanza, a las once y media subió al estrado quien después se identificó como el Jefe de la Oficina de la Presidencia. Se dirigió al presídium, colocó su saco en una de las tres sillas hasta el momento desocupadas; se desabotonó los puños de la camisa, se recogió las mangas, tomó el micrófono y comenzó la regañina.
Que la obesa burocracia, que los funcionarios improductivos, que la pesada herencia del pasado; Y luego lo peor: había que reducir la burocracia en un 50%.
Lo único que detuvo la embestida discursiva de Ramón Muñoz Gutiérrez, fue la señal del arribo del Presidente. El Estado Mayor había destinado el acceso de la derecha, donde formó una suerte de valla humana desde la entrada hasta el estrado. Pero, inesperadamente, Fox eligió el acceso de la izquierda donde no había escalerilla para subir al escenario. El guanajuatense intentó hacerlo de un salto pero no lo logró. Vaya desconcierto de cuerpo de seguridad.
Ahí, todo el mundo constató que al Presidente no le gustaban los protocolos ni ser guiado.
Antes de iniciar su improvisado discurso, Fox ofreció disculpas por la demora que, según dijo, fue culpa de un congestionamiento vial en el Periférico. Luego, contrario a lo esperado, avaló lo dicho por Muñoz Gutiérrez.
¿Un Presidente atrapado en el Periférico? ¿Y los dispositivos de emergencia? ¿Y los helicópteros? –Se preguntaban los regañados servidores públicos con asombro.
Años después, los burócratas despedidos afirmaban que el presidente sí permaneció atrapado en el Periférico, pero fue durante todo el sexenio.

*”tepocata” no aparece en diccionarios.

alaraplatas@hotmail.com

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