jueves, 20 de octubre de 2011

Un día sin auto, ¿lo siguiente?

Salvador Muñoz
Los Políticos

Hoy concluye el piloto de “Un día sin Taxi” así como “Un día sin Urbano”.
Mi percepción, la de un motociclista que hace su traslado en hora pico, de la casa al trabajo en 15 minutos máximo, y viceversa, es que no sirve. Sigo viendo mucho tráfico. Incluso, sobre la popular avenida de Pípila, acá en Xalapa, me han tocado enormes filas de carros, camiones, taxis, y yo, claro, en mi condición de “moto”, pues paso suave entre ellos como cuchillo en mantequilla.
Insisto, para mí, es un fracaso... pero para un taxista con el que platiqué, me dijo que no.
Asegura que ayudó bastante la disminución del servicio urbano y de taxis. Incluso, dice que la cuenta del día salía más rápido.
Además de considerar bueno el programa de “Un día sin...” piensa que si se generaliza a particulares, quienes realmente podrían salir ganando, además de los pulmones de los ciudadanos, sería el transporte público en cualquiera de sus modalidades: taxi, combi, urbano...
Confía en que si hubiera “Un día sin auto” la gente haría uso del transporte público.
Respetable su opinión.
Sin embargo, creo que además de buena voluntad hace falta algo más: Que se aplique la Ley. La modernización del transporte público fue una burla y se demostró en la última ocasión en que subió la tarifa: Hay carcachas circulando por la ciudad. La verificación vehicular es una mofa ante tanto carro (sean particulares o transporte urbano) que parece que la leña verde es su combustible. ¿Y qué decir de las motos? Sigo sin entender por qué hay imbéciles que gustan de “afinar” sus escapes con la idea de que a más ruido, se oyen mejor... nunca he visto que un agente de Tránsito detenga a un motociclista por hacer un disturbio público.
En fin... fueron dos meses en los que se hizo un intento por disminuir el flujo de vehículos en una ciudad que no está hecha para tanta unidad. Para mí, digo: No sirvió el programita... para el amigo taxista, dice que sí... ¿y cuál es su opinión? ¿Sirvió o no? ¿Se aventaría a un día sin carro?
II
Educar es el verbo.
Antes se llamaban “Sombrero Verde”. Cuando cambiaron el nombre, me gustó la canción de “Rayando el Sol” y de allí p’al real, difícilmente hubo otra rola que me gustara... quizás esa que dice “Oye Cucú, papá se fue, prende la luz que tengo miedo...”
En entrevista con Loret de Mola, hubo un comentario que me llamó la atención de Maná: La ocasión en que les trataron de cancelar dos conciertos en Guadalajara.
La razón: Durante los conciertos, el grupo promovía el uso del condón. Dicen que fue hace quince años... hablan de que quien les “boicoteó” era un gobierno panista. Fueron a Conasida, hablaron con las autoridades y se comprometieron a no mencionar el uso del condón en el concierto... al final, fueron multados porque promovieron el uso del condón.
Sí, no es mi grupo favorito, pero trataré de escuchar más sus canciones.
Las personas que se mueren en la raya por sus ideales, valen la pena... aunque no me gusten sus canciones.
Igual, Maná habló de la importancia de educar, de la educación... y vaya que nos hace falta.
Apenas el miércoles, salí por la tarde a dar la vuelta con Harry, y en el parque se encontró a Osa, una perra pachona. Lo solté y empezaron a jugar, a corretear, a brincar. En un jugueteo, fueron a parar tras unos arbustos y fue entonces que vi pasar a una saeta perruna hacia ellos. Era el “Muchacho”, un perro callejero. “Se van a pelear” pensé y salí corriendo hacia ellos. Tras pasar los arbustos, ya Muchacho estaba encima de Harry sólo por su tamaño y ambos pelando los colmillos. A sabiendas de que Harry no se amedrentaría por su condición de Terrier, decidí tomar al Muchacho por la nuca, como cargan las madres a su cachorro y justo en ese momento, se desató la pelea. Rodé por el suelo con el perro sujetado en mi mano y Harry atacándolo. Como pude, lo contuve y Muchacho se retiró.
Los niños dueños de Osa intentaron pegarle a Muchacho con un palo pero se los impedí. Les dije que el perrito era bueno, sólo que como su perra estaba en celo, estaba agitado. La respuesta del niño mayor, como de doce años, me dejó frío:
—¿Celo? ¡No! Mi perra no tiene eso... está bien— mientras la revisaba con la mirada por el lomo y le veía la cara.
Era evidente que no sabía de lo que yo hablaba. Tomé a Harry y regresé a casa. Ambos, con nuestras respectivas huellas de batalla. Harry, con una rasgadura de cinco a diez centímetros en el lomo, nada grave, y yo, con un golpe en el muslo y un trago amargo de cuán tan ignorantes pueden ser los padres para permitir a sus hijos tanta ceguera.
Al pan, pan... al pene, pene.

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