martes, 1 de noviembre de 2011

Un capítulo de Xenofobia

Ángel Lara Platas

El México posrevolucionario se ufanó siempre de su respeto a otros pueblos y naciones, así como de su solidaridad internacional expresada en ideologías como la Doctrina Estrada de no intervención. Pero aunque parezca inverosímil, en ciertas épocas se dieron signos claros de xenofobia, esto es, repudio y persecución de extranjeros. Incluso se formaron agrupaciones cuyo principal objetivo era hostilizar a los inmigrados.
En el siglo XIX, liberales y conservadores trataron de resolver el problema de la escasa población en extensas regiones atrayendo “hombres laboriosos que las explotaran”. Por ello favorecieron la colonización con familias francesas, belgas, italianas, rusas, inglesas japonesas, estadounidenses y alemanas. En la realidad, la colonización extranjera fue desorganizada y el proyecto culminó en el Porfiriato con una verdadera política migratoria.
Cuando los intervencionistas –extranjeros y nacionales- se percataron de que en México no se podía conseguir personal técnico calificado para los ingenios azucareros o para la construcción del ferrocarril, por ejemplo, requirieron mano de obra extranjera.
En 1908 se expidió la primera Ley General de Migración, que ponía particular atención en la condición física del inmigrante. En 1926, el presidente Plutarco Elías promulgó la segunda ley y aumentó los requisitos de ingreso.
En opinión de algunos expertos, como la revolución mexicana carecía de un sólido cuerpo doctrinario que la sustentara y de una ideología política clara, el vacio de valores generó el nacionalismo. La gran aportación del movimiento armado fue descubrir una verdad elemental: existía México y existían los mexicanos.
El gran proyecto nacional sería, pues, rescatar los recursos naturales y reconocer los valores del pasado prehispánico, menospreciado por la corriente liberal del XIX, y más aún por el Porfiriato.
Es conveniente recordar que el concepto de nación es relativamente nuevo (apareció en Europa hace unos 220 años). Puesto que los clanes y las asociaciones de tribus existen desde que el hombre habita la tierra, el egoísmo de grupo y la xenofobia son constantes antropológicas anteriores a cualquier forma social conocida.
Esta constante explica los acontecimientos de carácter xenofóbico y antisemita que se dieron en México desde 1931 hasta fines de la segunda guerra mundial. Fueron la manifestación clara de la exacerbación de un nacionalismo que, empeñado en resaltar las características de lo mexicano, también enfatizó con la violencia la distinción de lo “propio” frente a lo “extraño”.
En esa época se formó la Liga Antichina, que acusaba a los orientales de haber desplazado a lavanderas, zapateros y comerciantes de sus fuentes de trabajo. Se hablaba, en términos coloquiales y peyorativos, del “peligro amarillo”, sobre todo en los estados del norte del país.
También surgió la Liga Antijudía, que culpó al presidente Plutarco Elías Calles de haber favorecido “la invasión judía”. Calles había acogido con solidaridad a comunidades hebreas que habían sido expulsadas de Europa.
En 1931, tras declarar que los peores azotes del obrero mexicano eran los israelitas convertidos en patrones, los miembros de la liga promovieron ataques a establecimientos propiedad de judíos en calles cercanas al mercado de la Merced. Incluso surgió en los periódicos Omega, Hombre Libre y La Prensa, una campaña nacionalista que invitaba a la ciudadanía “a desterrar la plaga de los extranjeros indeseables”. Los ataques de los diarios atribuían a los judíos la paternidad de una confabulación internacional para adueñarse de las riquezas del mundo. La ceguera de algunos criticaba “sus instintos nómadas contrarios al catolicismo, así como su resistencia a asimilarse con otra raza”.
El colmo del antisemitismo llegó a denunciar el origen judío de Vicente Lombardo Toledano: su madre, Isabel Toledano, originaria de Teziutlán, Puebla, procedía de una familia sefardita. En realidad, se cebaron en Lombardo Toledano porque, junto con Fidel Velázquez, había firmado una protesta pública que denunciaba las matanzas de judíos en Alemania.
En 1934, Nicolás Rodríguez, un general que había combatido con Francisco Villa, organizó en el seno del partido Acción Revolucionaria Mexicana un grupo de choque llamado los Camisas Doradas. Se había inspirado en los Camisas Doradas de Hitler, los Camisas Negras de Mussolini y los Camisas Azules del Partido Popular Francés. Todas estas asociaciones exaltaban ideas nacionalistas, anticomunistas y antisemitas.
El clímax de estos arrebatos de intolerancia se dio el 20 de noviembre de 1935, en la celebración del 25 aniversario de la Revolución. Los Camisas Doradas se enfrentaron con los miembros del Partido Comunista con saldo sangriento. La sociedad civil reprobó el radicalismo de esos grupos y aplaudió que el presidente Lázaro Cárdenas, en 1936, desterrara a Nicolás Rodríguez y disolviera ese grupo de claras tendencias fascistas.

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