martes, 6 de diciembre de 2011

Naguales y guaruras

Salvador Muñoz
Los Políticos

Su sola mención ya significaba un escalofrío recorriendo nuestro cuerpo. Ni siquiera pensar en salir a la calle o al enorme patio que había en la casa del abuelo. Sí... teníamos miedo a alguien o algo que nunca habíamos visto u oído. Sólo teníamos noción de sí, por la narración de mi madre o mi tía que juraban que ellas la vieron en el campo flotando entre los sembradíos... era ¡la Llorona!
¿Recuerdan su grito?
“¡Aaayyy mis hijos!”
Los domingos por la tarde, si no mal recuerdo, en el canal 4, vía una telefunken, alguna vez vi la película de La Llorona lo que dio forma y figura a ese ente que me inspiraba temor...

II
Por supuesto, en mis relatos de terror de la bella Orizaba, no podía faltar aquél que refiriera al nagual...
Por más que intento, no puedo recordar quién me contó esa historia, pero lo que sí recuerdo tan fresco como estante de frutas y verduras, es que me decían que ocurrió en el patio de la estación del ferrocarril.
El patio del ferrocarril es el lugar donde había máquinas y carros parados, esperando ser movidos para trasladarse a un nuevo destino, por lo que su dimensión, su tamaño, era inmenso. Además, las penumbras eran cómplices no sólo de sombras imaginarias rondando al valiente que pasara por allí, sino también de mariguanos y malvivientes que en más de una ocasión ofendieron a mi Orizaba por sus crímenes.
Pues según me contaban, un hombre, cierta noche, de regreso a su casa, se le ocurrió pasar por el patio de la estación del ferrocarril y en su camino, de manera sorpresiva, se le cruzó un enorme perro negro que le impedía el paso.
Juraba que sus ojos chispeaban y se veía amenazante. El hombre, narran, no podía avanzar pues el tamaño del animal, además de inmenso, provocaba un miedo paralizador.
¡Era un nagual!
Así es... ese brujo o bruja con poder de mutar en cualquier animal, lo tenía enfrente pero, según cuenta la leyenda, la única forma de hacer mover del camino a un nagual, si alguien tenía una pistola, era poniendo la señal de la cruz sobre el arma y si disparara contra el ente, con la seguridad de que si se le impactaba, sería herido. En su defecto, si la persona traía un cuchillo, bastaba hacer lo mismo con los dedos cruzados, y amedrentarlo. Pero el recurso más efectivo, sin lugar a dudas, afirmaban, era insultar al nagual para que se apartara del camino.
III
Voy camino al trabajo y a punto de dar la vuelta para llegar a la oficina, algo llama poderosamente mi atención... no, no es ningún nagual que se cruza en mi camino... es un inusitado movimiento de guaruras... uno, dos, tres, cuatro... un policía con arma larga cruzando la avenida con la vista aguzada... otros amigos se han percatado de la presencia “guaruril”. “¿Pasó algo?”, les pregunto mas no saben qué ocurre, pero están observando.
Otro amigo me cuenta que una camioneta blanca, de manera imprudente, se le cerró a un motociclista a punto de mandarlo al suelo... la indignación se asoma en el rostro del hombre sobre dos ruedas que, valiente, sin medir las consecuencias, reclama al cafre que resulta ser conductor de una unidad que parece ser de Gobierno del Estado por la prestancia y servilidad con la que acuden los policías de la caseta de la avenida Araucarias.
Una mujer desciende entre un diamante (formación de protección entre guaruras) y se dirige a un Spa que acaban de inaugurar en dicha avenida. El chofer imprudente se hace de palabras con el motociclista que termina lanzando mentadas de madre y se retira mientras se desperdigan los guaruras y los policías cerca del Spa, por el parque del Huarache y esperan pacientes la salida de la dama...
IV
Sí, para muchos, las historias de terror que nos contaban nuestros padres han cambiado... hoy, esos cuentos narran escalofriantes embotellamientos en varias de nuestras calles, muertos arrojados en las avenidas, salarios de miedo tanto para pobres (cómo sobrevivir con eso) como para políticos (cómo es posible que ganen eso) y para rematar, rendición de cuentas de nuestros funcionarios donde todos, cada uno de ellos, desde diputados, alcaldes, gobierno estatal y federal, nos hablan de un mundo de caramelo que no refleja el diario acontecer de nuestros cuentos espeluznantes de cada día...
Creo que tendré que empezar por contarle a mis hijos las leyendas de la Llorona y el nagual... total... no creo que les dé tanto miedo como encontrarse un día de estos con los naguales que sirven de escolta a nuestras autoridades.

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