martes, 31 de enero de 2012

Sindicatos con fecha de caducidad

Ángel Lara Platas

En ese momento nadie hubiera creído que el hombre de baja estatura, lentes grandes con aro de plástico, enfundado en un pantalón de dril que parecía barato, que en la acera opuesta a la del restaurant donde comíamos paella caminaba aprisa con movimientos que intentaban ser de alguien que se ejercita, y seguido tan solo por un tipo más alto y fortachón que simulaba ser su acompañante en la caminata; se trataba de un poderosísimo personaje que asumió un liderazgo tan fuerte, que para la familia petrolera era como un fanal colocado en medio de las tinieblas.
Lejos de su tierra, ni automovilistas ni transeúntes detenían su mirada en el personaje que se dirigía a ningún lado, para luego regresar al mismo lugar. Nadie lo reconocía. Cuando nos retirábamos del lugar, coincidentemente entraba al mismo para tomar una soda, lo que venía haciendo de manera cotidiana desde hacía varios meses. Lo reconocí porque muchos años atrás lo traté en Ciudad Madero. ¿Usted es don Joaquín Hernández Galicia? –le pregunté-
-Sí, yo soy, y usted quién es?
Así inició un interesante diálogo que continuó en una modesta casa muy cerca de la Avenida Teopanzolco, “…una de las condiciones para alcanzar mí libertad, era radicar en Cuernavaca durante algún tiempo”
La vida de Hernández Galicia al frente del sindicato de PEMEX, fue un encadenamiento prodigioso de sucesos que provocaron modificaciones en la cultura de los habitantes de las regiones petroleras del sur de Tamaulipas y norte de Veracruz. Todo tenía que ver con su liderazgo.
La Quina -curiosamente apodado en femenino-, concentró mucho poder y mucho dinero. En sus 30 años de ejercicio sindical, dio, ayudó, financió y decidió el destino de muchos.
Francisco Ortiz Pinchetti lo definió así: Era, ante todo, un hombre del sistema. Conocía sus reglas y sus secretos. Sabía hacer alianzas, negociar, imponer. Respaldado desde las cúspides del poder nacional —sindical y político— hizo suyo no solamente al sindicato petrolero sino toda una región del país, el sur de Tamaulipas… El cacicazgo de Joaquín Hernández Galicia desbordaba en efecto el control petrolero… Tomaba como sus empleados a los presidentes municipales de Ciudad Madero, Tampico. Aldama y Altamira.
Él nombraba jefes policiacos, jueces, agentes del Ministerio Público. Imponía dirigentes obreros y campesinos. Controlaba medios de comunicación, la Universidad, el Tecnológico. Construía caminos, entregaba placas de taxis, pavimentaba calles, financiaba siembras, otorgaba préstamos, castigaba indisciplinas, repartía contratos y canonjías, ayudaba a desvalidos, perdonaba deudas… aprobaba —y condicionaba— gobernadores del estado. Tenía incondicionales suyos en el Congreso local. Designaba diputados federales. Daba órdenes a delegados de dependencias del gobierno federal. Ayudaba económica o políticamente a sindicatos. Edificaba casas. Apoyaba obras pías. Designaba directores de escuelas. Aplastaba enemigos… Tamaulipas era, en la práctica, casi propiedad de La Quina…”
Hernández Galicia concentraba tanto poder que sin calcular consecuencias siempre pretendió, sin reverencia alguna, jugar a las vencidas con los mandatarios en turno. Olvidó que dos poderes iguales no caben en la misma silla.
Era tal la influencia de La Quina en la política, que en el ámbito de los petroleros se decía que a todas las autoridades las tenía en un puño.
Todo el mundo competía por los dones del gran líder, con mayor ahínco los políticos y quienes aspiraban a cualquier cargo de elección popular.
Cuando los vientos del sindicalismo soplaban con mayor fuerza, , Carlos Salinas de Gortari -sin vacilación alguna- ordenó al ejército que fuera en busca de Hernández Galicia para cumplir una orden de aprehensión. Dicen los que vieron que durante el operativo se sembraron armas y un muerto, que resultó ser un agente del MP que había fallecido días antes en otro operativo.
El 10 de enero de 1989, el líder fue detenido y consignado a 35 años. (9 años después fue absuelto).
Con esta maniobra, Salinas logra legitimarse como Presidente. Como se sabe, la elección de Salinas fue altamente cuestionada.
Hernández Galicia recuerda los severos reclamos a Carlos Salinas cuando era Secretario de Programación y presupuesto. Pero lo que no perdonó el ex presidente fue que en 1988, en las campañas para presidente, el líder del sindicato más poderoso del país apoyó a Cuauhtémoc Cárdenas, que jugaba para el mismo cargo pero por el Frente Democrático Nacional. Salinas estuvo a un tris de la derrota.
A sus casi 90 años, La Quina difícilmente recobrará el antiguo influjo. Su poder está eclipsado, aunque no anochecido.
En otros tiempos y otras formas, pero el priista Enrique Peña Nieto ya enseño parte de su juego de gobierno.
Rompió con la poderosísima líder magisterial y dueña del PANAL, Elba Esther Gordillo. Seguramente alguien le demostró que la maestra y su partido recibían más de lo que daban.
Dos poderes, dos historias, un destino.

alaraplatas@hotmail.com

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