martes, 28 de febrero de 2012

Encuesta borrascosa

Ángel Lara Platas

Don Jesús Reyes Heroles decía que la política es demasiado seria para que sus acciones sean determinadas por el temperamento y la emoción, al margen de la cabeza. “Sin emplear la cabeza muchas cosas se pueden hacer, pero no política”.
Hace unos días en una reunión privada –así calificada a pesar de los 800 invitados-, el Presidente Felipe Calderón decide subirse, sin titubeo alguno, al podio de las especulaciones.
En esa súper secreta reunión, el mandatario asume el honroso papel de encuestólogo y con gráficas en mano, da a conocer una encuesta de opinión cuyos resultados daban empate técnico a Josefina Vázquez Mota con Enrique Peña Nieto. Llamó la atención que en el mismo sondeo, el amoroso y tierno candidato de las izquierdas don Andrés Manuel López Obrador, quedaba tan rezagado que bien podía confundirse con la estrella menos refulgente del firmamento.
La presentación de las inéditas cifras como niebla pesada gravitó por todo el salón. Los consejeros de Banamex escucharon sin interrumpir, pero sin una señal de aprobación o desagrado. Solo en sus miradas había sorpresa: trataban de adivinar si se trataba de una mera ocurrencia, o si mientras permanecían dentro, afuera los acontecimientos rodaban con tanta rapidez que las simpatías por los candidatos se habían invertido.
Sin embargo, la tecnología se encargó de romper con la secrecía decretada por la Presidencia. Antes de concluir la reunión la noticia ya había doblado esquinas y traspasado fronteras.
Y levantaron el vuelo las especulaciones, los sobresaltos y las murmuraciones.
Los chepinistas, con gesto de conocer las señales de Calderón, dijeron que la verdadera intención del jefe máximo fue lanzar el mensaje que a López Obrador ni de reojo.
Los peñistas, con el código en la mano externaron que el Presidente no tan solo estaba violentando las leyes electorales, por contratar con recursos públicos a una supuesta encuestadora, y viciar el proceso por haber dado a conocer los resultados de una encuesta de autor y metodología desconocidos.
Y que esa actitud lo colocaba de facto como el presidente del PAN y coordinador de la campaña de su candidata, dualidad que conseguiría hacerlo caer en alguna responsabilidad electoral, ya que podría ser acusado por llevar a cabo actos anticipados de campaña.
En la calle, eran muchas las voces que recomendaban al jefe de las instituciones aprender el arte de callar, para quitarle un poco de presión a la olla donde se cuece el caldo gordo que se degustará en la jornada electoral. Otros, de plano, proponían casi casi emparedarlo en el silencio.
No faltó quien, en actitud desconfiada, afirmó que el Presidente pretendió hinchar sus velas de poder con los vientos de la confusión.
Los reclamos, que de forma inmediata tuvieron rostro y nombre, fueron en el sentido de que el Presidente debía reconsiderar su actitud y enmendar lo que terminó siendo una estrategia proselitista fallida, para inclinar la balanza del lado de la panista.
Dijeron que estaba afectando la equidad en la elección y que debía comportarse como Jefe de Estado, no como campañólogo; y, de paso, entender que también en política todo lo que empieza termina.
Lo curioso es que en el panismo también hubo desconcierto. Por ejemplo, los diputados decidieron abandonar el recinto legislativo porque carecían de argumentos de peso para defender las gráficas que su jefe político había presentado horas antes.
Después de un silencio atronador, el PAN salió al quite y trató de hablar alto para ofrecer su versión y re direccionar lo ocurrido. Pero entre la tolvanera de cuestionamientos de líderes políticos y destacados comentaristas apenas resultó audible.
A los voceros panistas les costó trabajo hacerse escuchar y contener un poco las especulaciones que ponían en tela de duda la imparcialidad del Presidente Calderón.
Los encuestólogos más reconocidos aunque reaccionaron con cautela, de inmediato pusieron a trabajar a sus equipos para detectar algo que les hubiese errado. Estaba en juego la quiebra ética de las que fallaran.
Los resultados resultaron tan sorpresivos, que Pedro Joaquín Coldwell se vio obligado a declarar que se trataba de una encuesta “patito”.
Las cosas se aclararon cuando el dueño de un noticiero entrevistó al autor de la euforia numérica del Presidente: Lauro Mercado director de MERCAEI. En la entrevista, el doctor Mercado habló de la historia de su empresa, y trató de rescatar el prestigio que en horas vacías de información cayó hasta el piso
En una vaga explicación, trató de justificar que los 4 puntos de diferencia entre Peña y Josefina sí se podían dar, siempre que se jugara con los máximos y los mínimos del margen de error. Algo así como juntos pero no revueltos.
La sospecha crece cuando Lauro Mercado reconoce que uno de sus clientes preferidos es el PAN.
Pero… ¿qué tal si el Presidente solo quería tantear qué tan duchos eran los cuates de Banamex, en cuestión de incrementos con cargo al cliente?
Como sea, va a estar dura la borrasca.

alaraplatas@hotmail.com

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