martes, 19 de junio de 2012

Unas cuantas preguntas "cuchicuchi"

Miguel Ángel Gómez Polanco
Vía Crítica

A estas alturas, estimada y estimado lector, considero prácticamente inútil preocuparse por la terrible guerra sucia en la estamos inmersos los mexicanos. Se trata de una cuestión cultural de la que difícilmente nos desprenderemos, si no empezamos por impulsar el rechazo generalizado evitando ser partícipes de este atentado a la democracia. Lastimosamente, pareciera que nos encanta la alharaca que esto conlleva.
¿Qué sigue? Es la pregunta del millón. Las estrategias de polarización siguen aumentando de tono y ya pierden noción del peligro extremo en el que envuelven a quienes participan de ella, mediante la difusión y explotación del hartazgo que hoy en día distingue a la clase electorera contra la ciudadanía mexicana. Las Redes Sociales, de a poco, muestran signos inequívocos de una superficialidad que muchos, quizás, no quisiéramos ver pronto decantada en desinterés ante la falta cimientos.
            En este contexto, el ocaso de expresiones trascendentales como el #YoSoy132, por ejemplo, ya es tangible, debido a la conformación de grupos de choque cuya única intención es a todas luces, “velar” por la desinformación, descalificando su legitimidad. ¿En verdad esta vieja práctica que fomenta ignorancia y confusión, logrará abatir eso que llamábamos ilusionados la “Primavera Mexicana”?
Por otra parte, la divergencia de posturas políticas enfocadas a promover un falso populismo, también son parte de un dudoso actuar ciudadano que urge identificar, y así, lograr evitarlo.
Para muestra, el “cuchicuchi” de Josefina Vázquez Mota. Primero hubo quien demerito los alcances de una decisión popular radicada en la conciencia de la juventud, posterior al movimiento concebido en la Ibero. Ahora, la cosificación de la voluntad a través del sexo condicionado en un entorno fácilmente manipulable, deja entrever una clara confirmación de la degradada percepción que tiene la clase política respecto al pueblo, pues una cosa es el chistorete y otra, muy diferente, integrar y mantener esto en un discurso de mal gusto, ya no sólo como signo de mediocridad en la retórica de la aspirante en cuestión, sino como insufrible demostración de pobreza en su propuesta. Llegar a algo así es, en definitiva, jugarle chueco a la democracia y darle “circo” para entretenerla, olvidando sus necesidades, como la que por sí misma sugiere.
De igual forma sucede con la exposición de la vieja usanza (con matices prácticos y, al parecer, perdurables) representada por la satanizada y conocida dádiva electoral, como la legendaria despensa. ¿Quiénes son los convencidos de esta revelación? ¿Los que conocen de estas prácticas o quienes las reciben y son las verdaderas presas fáciles de la indecisión? ¿Realmente compartimos dicha información con quien más la necesita o sólo la criticamos con cuestionable y egoísta indignación?
Y del otro: su pasado, la arrogancia, intolerancia, faltas de respeto y socialismo tergiversado, ya no valen lo suficiente para mencionarlo. La partidocracia que caza los espíritus demócratas, convierte en ciego al sordo y viceversa. Está demás abordarlo.
México ya no da para más, debemos estar convencidos de ello; más de lo mismo, de lo que consabidamente es en detrimento de la dignidad que una vez tras otra, quienes “elegimos” utilizan para hacernos de lo menos, nada.
Por eso será bueno preguntarnos también ¿dónde radica la verdadera violencia de la que tanto nos quejamos? Si de nosotras y nosotros parten las prácticas que secundan la parafernalia inherente a la ignorancia, con campañas agresivas y ataques infundados que no hacen más que evidenciar nuestro frágil criterio.

SUI GENERIS
Quedan, pues, los anteriores pensamientos encerrados en interrogación para que usted elija cuál responder.
Esta vez y como siempre, la última palabra corresponde a quien se atreva a cuestionarse a sí mismo y descubrir que la falacia regularmente encuentra mejor acomodo en el conformismo generado por la desidia y los elementos que sólo en elecciones aparecen, más no en la historia; aquella que repetimos incansablemente por no conocer. Eso sí me da “cuchicuchi” vivirlo cada seis años ¿a usted?

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