lunes, 21 de enero de 2013

Todos para Uno

Erwin Bárcemas Oliveros 
Un clavo al Ataúd 

Para quienes vieron la película Los Vengadores el año pasado, (ya fuera en cine o en casa) habrán visto esta escena; para quienes no, hago una breve descripción:
Loki, villano protagonista del filme, se encuentra en medio de una multitud a la que ha sometido; arrodillados y humillados, reciben un discurso sobre la humanidad y su necesidad de ser sometida, postrada y obediente ante un ser “superior”, les habla sobre nuestra eterna necesidad de ser guiados... fin de la cita. 
Nuestra democracia a la mexicana nos ha llevado por décadas a vivir un régimen presidencial muy especifico y curioso, no por ello sano, en el cual, durante largos meses, millones de pesos invertidos y despilfarrados, infinitas horas-hombre invertidas, grandes despliegues mediáticos, kilómetros y kilómetros de lona recorrida (no hablamos sobre luchadores, sino de las impresas) con logos, frases de campaña, rostros sonrientes y de nuevo, miles y millones de pesos gastados en un solo fin: lograr que una opción, la de la mayoría (relativa o proporcional), llegue a dirigir los destinos de más de 100 millones de mexicanos.
Pero la formación político-democrática de la sociedad en este país padece un síntoma enquistado desde el inicio de la “democracia en México” por parte de la institución que fundó este sistema; el actual partido en el poder dejó para la posteridad la imagen paternalista del gobierno que todo lo hace para que tú no hagas nada; una imagen endiosada de un líder único al que se le debería lealtad y obediencia, tanto por sus propios correligionarios como por toda la clase obrero y campesina que formaban las bases tanto del PRI, como del Estado.
Al pasar de todos estos más de 80 años, viendo todas y cada una de las campañas que me han tocado vivir, razonando todo el movimiento que carismáticas personas con diferente escudo en sus solapas, buscando y hasta peleando por hacer que las palabras del personaje Loki en la película que cito, se tornen tan reales y tan tristemente ciertas en México.
Me permito presentarle, ya fastidiado lector, mi apreciación de este evento en lo más sintetizado que puedo ser:
Un país, donde millones de personas gastan millones de pesos, horas, recursos; invierten fe, esperanzas, ganas, energías, sacrificando familias, amigos, aliados, para poder colocar a sus propios candidatos en la silla presidencial y poder decirle “Mi líder”, “El jefe”, “El Chingón”.
Entonces, ¿qué tantas ganas tenemos entonces de libertad, justicia e igualdad, si por descuento queremos, a fuerza de democracia, obedecer a un grupo “selecto” de superiores?

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