viernes, 25 de enero de 2013

¿Y la raíz del miedo?

Roberto Morales Ayala
Zona Franca
Las madrugadas frías y lluviosas como la que hubo el pasado jueves 24 de enero de 2013, no son comunes en el municipio de Las Choapas. Tampoco que decenas de familias la pasen en vela, llorosos y abatidos, frente a la agencia del Ministerio Público de la localidad acompañando el ataúd donde yace el cuerpo sin vida y sin descanso de un jovencito de 15 años; porque lo que sí es cotidiano, aquí y en todo el estado de Veracruz, es que la mano policíaca del gobierno abuse de la fuerza y que de manera automática el sistema judicial opere para ampararlos en la impunidad.
No lo mataron sus balas; tampoco sus puños. No lo mató el fusil ni el revólver. No lo cosieron a golpes ni le aplicaron toques eléctricos. Lo mató la fuerza del miedo, de saberse a su alcance, a expensas de su arbitrariedad y de sus formas violentas de fabricar culpables, como es la policía de aquí, sobre todo la municipal bajo las órdenes de un cacique, y como son las policías de todo el país.
Aquel domingo 20 parece un día lejano, pero no lo es. En tres, cuatro días, la muerte de un joven sacudió a Las Choapas. Su desaparición, primero, y el hallazgo de su cuerpo sin vida, después, nos recordó lo que somos: un pueblo sensible, extremadamente sensible, que no observa el dolor ajeno y sigue de largo. No, somos un pueblo solidario con la tragedia de los demás; que se irrita y protesta; que exige justicia y demanda castigo para quien motivó que perdiera la vida un joven, casi un niño, que apenas despertaba a la vida.
Dody Vicente Sierra era su nombre. El domingo, por la tarde, a eso de las 16:30, paseaba con un grupo de amigos en una de las muchas veredas de la ribera del río Tancochapa, en la congregación San José del Carmen. Veredas peligrosas donde transitan también bandas de asaltantes del tren y de ilegales que son a las que más les afecta las incursiones policiacas. Caminaban junto a un rancho, supuestamente de la familia Callejas. Al caporal se les hizo sospechosa su presencia y llamó a la policía.
A unos 200 metros de llegar al río, apareció una patrulla de Seguridad Pública del estado. Inició una persecución, mientras Dody y sus tres amigos corrían. Se escucharon disparos que provenían del área en que se hallaban los policías. Se debe haber nublado su mente por el miedo y la confusión. Lo único que se les ocurrió a los jóvenes fue tirarse al río Tancochapa. Unos lo hicieron, otros no. Dody se sumergió en sus aguas, aterrado por la amenazante presencia de los policías, sin reparar en que no sabía nadar.
Quienes no se lanzaron al río, quienes permanecieron en tierra, fueron los primeros en ser detenidos. Luego ocurrió lo mismo con uno de ellos, que se quedó casi en la orilla. Dody, que se hallaba metros más adelante, comenzó a gritar. Pedía auxilio pero nadie acudió en su ayuda. Ricardo Jiménez Ramos, uno de los menores, escuchó decir a uno de los gendarmes “que se lo cargue la v…”.
Dody se sumergió en las aguas del Tancochapa y no se le volvió a ver. Se lo tragó el río y ese funesto hecho provocó la ira de familias que hoy demandan justicia.
Apenas habían transcurrido unas horas cuando la madre del menor exigió castigo para los policías que lo orillaron a sumergirse en las turbulentas aguas del Tancochapa. Ahí se percibió la intención de encubrirlos. El agente conciliador del Ministerio Público, Alejandrino Martínez Arroyo, terminó maltratándolos.
La irritación crecía. Quienes conocieron a Dody Vicente Sierra, y aún quienes no sabían de él pero se conmovieron, expresaron su indignación.
En el paraje en que se produjo la persecución se hallaron casquillos percutidos, con calibres de 9 y 38 milímetros, los que usa la policía. Los testimonios apuntaban a que los uniformados se les fueron encima, aún sin saber quiénes eran los jóvenes y qué hacían en las cercanías del rancho de los Callejas. Los tres muchachos sobrevivientes fueron remitieron al Ministerio Público y ahí, al entregárselos a sus padres, la policía reconoció que todo había sido una confusión.
Cuando apareció el cuerpo, el miércoles por la mañana, cuyo hallazgo se produjo al momento en que un pescador tendía sus redes sobre el río y jalaba para ver qué tanto había caído, el malestar creció.
Sucesos como éste provocan dolor e ira. Horas después el féretro que contenía el cuerpo de Dody Vicente Sierra, era llevado a la agencia del MP y ahí fue velado. La demanda de sus familiares y amigos fue que los policías fueran presentados a la mayor brevedad.
Un negociador del gobierno, un político priísta de pésima fama porque siendo un apaga fuegos, no apaga nada, Martín Gracia Vázquez, les comunicó que el agente del Ministerio Público, Alejandrino Martínez Arroyo, quedó cesado de sus funciones.
Aún así, los indignados dolientes exigieron la presentación de los policías. Habían transcurrido tres días y la justicia era burlada, y los causantes de la muerte de Dody, encubiertos. Martín Gracia telefoneó a Xalapa, a Seguridad Pública, y de ahí provino la orden de presentar a los policías responsables, a más tardar en 12 horas.
Como siempre, la cuerda revienta por lo más delgado. Como primer paso cesan a un gris agente del Ministerio Público, que si bien carece de la astucia de muchos políticos para endulzar a las personas, se sabe que informó oportunamente a sus superiores de la grave situación que se estaba presentando por los sucesos. Alguna cabeza debía rodar.
Con la salida de Alejandrino Martínez Arroyo se pretendió sofocar la protesta. Era el chivo expiatorio que permitiría solapar a los policías que provocaron la muerte de Dody Vicente Sierra. Así actúa el aparato judicial para encubrir a su gente. Es la conjura para burlar el dolor de los agraviados.
Un homicidio no se produce sólo cuando alguien acciona un arma o cuando un grupo de policías arbitrarios usan la violencia. Ocurre cuando esos policías generan las condiciones para que alguien pierda la vida. Es lo dice la ley. Y es lo que hicieron los policías de Seguridad Pública, los policías del secretario Arturo Bermúdez Zurita.
Las Choapas tiene un historial de atropello. El abuso no le es indiferente. Por lo menos en dos ocasiones, por la muerte de ciudadanos a manos de la policía, el pueblo se ha enardecido. El saldo ha sido un palacio municipal en llamas. Todo por no querer hacer justicia. Hay que evitar que el conflicto escale. Aún hay tiempo.
(romoaya@gmail.com)(@moralesrobert)

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