jueves, 22 de agosto de 2013

Dos de tripa y uno de Salmón

Erwin S. Bárcenas Oliveros
Un Clavo al Ataúd

Voy, como oso sin pandero, requete-feliz, andando por las calles de la capirucha, del DFeo, de La Ciudad de los Palacios, y leo en un local ubicado sobre la avenida Reforma algo que pareciera una blasfemia a la vez de una especie de engendro que se hace llamar “Taquería gourmet”, y con voz parecida a la de Tláloc al pedir su cocol remojado, exclamo: ¡Y luego! ¿qué van a inventar? ¿aguas frescas purificadas en los montes franceses? ¿frijolitos de olla marca Lamborghini? ¿Tortas de pierna de pescado noruego?
Horrorizado, veo mesas más elegantes que las que uno encuentra en alguna tienda de esas que son parte de tu vida; meseros más arreglados que cualquier oficinista que asiste a una taquería promedio; un trompo de carne al pastor más diminuto que las cinturas de las damas que están comiendo en eso que parece más una joyería de Nueva York, que un lugar donde saborear el platillo más representativo de la comida mexicana.
El taco, como platillo mexicano, está tan alejado de la mesa de un restaurante de lujo en su representación, como éste de la tradición de comerse una orden completa parado en una caseta de la esquina, con el reto de no dejar caer ni un cachito de tripa, ni de desperdiciar el juguito que la mezcla de elementos genera dentro de la tortilla.
Un taco en un lugar de lujo es negarse el complemento distintivo que es pararse junto a donde las carnes y vísceras se cocinan y recibir el tradicional tratamiento facial de vapor al levantar el plástico; es perder la alegre voz del taquero ofreciendo tacos de “bistechupas, masisobas, longaniza con quesobabas, y sumo de limón”. Vaya, no imagino que pasemos de los clásicos perros callejeros a unos exclusivísimos leones o leopardos esperando a un lado de nosotros, a que se caiga un trocito de deliciosa y costosa carne.
Alejarse de eso es tener un taco vacío, indigno; será un taco en imagen pero carente de esencia; un taco en un lugar de lujo es como una morenita con su cabello pintado de rubio, un niño que prefiere su “tablet” a la pelota rebotando contra sus compañeros en un partido o un mexicano escribiendo en inglés en redes sociales o tomándole fotos a cada comida en lugares exóticos a los que entramos para que, por suposición, los demás digan “¡WoW! qué clase, qué eminencia, qué magnanimidad!”, todo eso, no tiene razón de ser más que el cómo los verán los demás, lucirse ante quién sabe quién, de intentar destacarse por otros medios que no son los propios; no hay carisma, sabor o imaginación; es ganas de ser lo que otros no son... vaya, ser un taco gourmet es como Pinocho pretendiendo ser un niño de verdad.
No quiero caer en el insípido discurso de las tradiciones que se pierden, sólo entablo la observación de un ridículo involuntario, como el papel de baño con aroma a lavanda o los productos milagro para bajar esos kilitos de más, mientras se come las chatarras que se anuncian después de ese infomercial; vivir bajo la idea de que darle otra presentación más exclusiva a lo que tenemos todos los días, nos lleva a pasar de ser unos “insípidos cualesquiera”, a ser unos “insípidos cualesquiera gourmet”.
¿Para qué leer, informarnos, convivir o cultivar nuestras personalidades?, ¿para qué crear algo que cambie nuestro entorno, cuando podemos pagar porque un producto nos dé distinción a meses sin intereses y que se le vea lo caro desde el logo que tenga en su frente?
El taco gourmet es una especie de mota-fora de la vida motherna, de lo que la clase cree que ofrece: el taco convertido en un innecesario iphone de la comida, en las zapatillas marca Giorgio Armani o en el Spa del bistec encebollado... mientras más nos podamos colgar encima, será para gritar visualmente: “¡Miren, vean, admiren lo exclusivo que soy, lo monumentalmente caro que llevo encima y lo excéntricamente oculto que mi gris personalidad está!”.
Bien podemos definir que, mientras más exclusividades necesitemos comprar, presumir, deslumbrar será para que el mundo sepa que “en la forma de comprar el taco, se nota al que es sangrón”.

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