Erwin S. Bárcenas Oliveros
Un Clavo al Ataúd
La jefecita carga en una mano el morralito lleno entre aguacates y erizos hervidos; en la otra, bolsitas llenas de ciruela roja, dulce; 10 pesitos el puño; 20, el “montoncito” del cremoso aguacate negro con pulpa cremosa y verde. Mirada perdida entre arrugas, sudor y cansancio, sus plateados y cansados cabellos, mandil remendado un sinfín de veces, y unos piecitos de ésos que ya casi nadie conoce, recuerda o imagina: descalzos en pleno centro de la capital del país.
Entre el antojo, el dolor empático hacia sus manitas y la gracia de su sonrisa al ver en sus manos la venta, le aligero su carga y me llevo ciruelas y aguacates; le veo y admiro la fuerza que a sus calculados, a ojo de buen cubero, 1 metro y 20 cm y más de 75 años, la madrecita espera paciente el alto en la avenida, para cruzar hacia la esperanza de una venta pronta y poder regresar a ese espacio de descanso que todos tenemos como meta que es el hogar.
- Termino de vaciar la canastilla en la caja rápida 5 de un supermercado, apostando a que no son más de 20 artículos y después de asegurarle a la simpática cajera que no necesito saldo en el celular ni retiros de dinero, al Don que empaca mi compra, para resumirla en dos bolsas, sus anteojos le hacen de broma y broma, resbalando de su lugar optimo hacia abajo, enfundando en la fosforescente armadura que dice que es voluntario, no oculta la ansiedad de meter en su bolsillo esos tres pesitos que dejo al lado del paquete de bolsas; le digo que no se preocupe, mientras cumplo con mi parte del trato por embolsar mis artículos. Caballero cano, de 1.70 o un poco más; 72 a 75 años, piernas, espalda y vista encorvadas, gestos endurecidos por una vida de trabajo que ha durado hasta estos días.
- Don Tereso se va tambaleando, va de aquí para allá, siendo de todo y sin medida, alegre borrachín, caña en mano y barbas blancas, (“mis milpitas” como él les llama, “al rato les paso el azadón, susurra con ese aliento perfumado a aguardiente y arrabal), abraza amorosamente su “tarro de miel” de un litro, recargándose entre el poste y sus ganas de ir al baño; le pega besos y sorbos a esa botella que lo mantiene con los pies lejos del piso en el que seguramente terminará durmiendo. Su piel morena, prieta al sol, sus arrugas casi grabadas artesanalmente por tiempo, mugre y sudor. Más de 80 años, unos menos de podar pasto, cortar árboles y hacerla de plomero. Brazos tan fuertes que aún denotan músculos donde en otros casos ya sólo hay suéteres de lana.
- Doña Ana lleva a la escuela a su nieta, por entre microbuses, camiones, calles e increíbles retos que a diario viven, cumpliendo por segunda vez esa labor de madre y padre, al ser la que tuvo que terminar cuidando no sólo a su nieta, sino los sueños que no quisieron sacrificar los padres biológicos de tan simpática damita. A sus 65 años, Doña Ana y sus piernas dolidas, con su jubilación manteniéndolas, recupera a punta de amor, sacrificio y razón por vivir, las ganas de volver a vivir.
Cuatro historias cuatro, de cientos de miles que al día la historia nos pone enfrente, los antes viejitos, vejetes, rucos o abuelitos, hoy adultos mayores; vidas que aún se cuentan sin necesidad de sentirse inútiles, con fuerzas para aun levantarse más temprano que nosotros, de ir tan lejos como nosotros podríamos, con ganas de vivir tanto como nosotros aún no entendemos que podemos hacer... de dormir menos de lo que nosotros podemos aún gozar.
Obviamente siempre hay la otra cara, la de no saber cómo envejecer con dignidad, con clase o sabiduría, pero eso es aferrarse a los sueños o cosas que no pudimos dejar atrás... vaya, la tercera es una edad donde la vida es más fuerte como la necesidad de trabajar para ganar lo necesario para poder vivirla... y aun así, los vemos con ganas de que ya no nos quiten las nuestras y como siempre, no pensamos en que como sea, nosotros estaremos en camino hacia allá.
Miguel Angel decía que para conocer la esencia de una escultura, debían dejarla caer desde un cerro; que al terminar de bajar, lo que se mantuviera intacto, eso era lo que de verdad valía de dicha escultura, todo lo demás, sobraba… así es la vejez... déjenme citar a Mick Jagger, el GRAN BOCA-lista de los Rolling Stones, que ya nos lo decía entre advertencia y sentencia de justicia divina: “Pronto nos haremos viejos”.
Twitter: @ataud
Galería: ataud.tumblr.com
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