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Erwin S. Bárcenas
Un Clavo al Ataúd
La neblina de Xalapa tiene la magia y
el misterio del México colonial, pero con ese toquecito cosmopolita
que le dan los Oxxos, los Sears, Chedrauis, Telcel y cajeros ATM de
todas las entidades que comercian ese rubro.
Las galerías, museos, cafecitos y
espacios para el desarrollo de las artes, cualquiera, todas y cada
una, se ven coronados y complementados de formas casi surrealistas
por un sinfín de oficinas, dependencias, secretarías, despachos,
estacionamientos, rincones mafiosos tanto gubernamentales como de la
iniciativa privada, casetas de teléfono de tarjeta y de monedas; una
flotilla de taxis que en números, envidian tanto el ejército
mexicano como la marina, por la cantidad de unidades con las que
cuentan.
Puede uno caminar por sus angostos
barrios, por sus empedrados callejones y tradicionales cocinitas
mientras ve pasar a chicas y chavos, bien en sus “mothernas”
naves entrando al Starbucks, mientras en el centro, el ambiente
perfuma el aroma de café recién tostado de los tradicionales
hornos, mientras se sube o se baja por los cerros que son sus calles
y los comerciantes que son sus inquilinos más tradicionales.
Xalapa tiene esos detallitos que
maravillan al foráneo. Es una ciudad compacta, goza de todo y padece
de lo que una capital debe; aunque con menos espacio, cuenta con lo
necesario para el que turistea y carece de lo que sus habitantes más
alejados necesitan, pero cumple con la labor de ser una ciudad con
aroma de pueblo.
Tan carismática es la llamada Atenas
Veracruzana, que librerías y bibliotecas se salpican de panaderías
y boutiques en medio de cada una; de farmacias símiles y cadenas de
comida fast o medio fast y eso la vuelve versátil a pesar de la
pérdida de identidad.
A la par de estos contrastes que sí se
aprecian desde el sentido de maravillarnos con nuestros incoherentes
claroscuros, debo resaltar algo: La alcaldesa de esta ciudad. En los
estrictos cánones físicos (y considerando la fauna política local)
está bastante mamacita, guapetona y desde que asumió su cargo, ha
sabido lucir bien la figura... eso lo digo estrictamente en el ámbito
de mi gusto por las morenazas.
Elizabeth Morales ha sido objeto de
harto escándalo, de muchas críticas y de no pocos resbalones, pero
a la par, le regresó un poco de ese toque pícaro, sexy y a veces
incitante que solo una mujer le puede dar al lugar donde labora.
Xalapa, hablando estrictamente como miembro de la comunidad cultural
de mi estado, revitalizó su participación como ciudad de cultura,
como lugar de artes y como lienzo para las diversas expresiones
sociales, a propósito o no, pero llegó.
No puedo caer en la defensa de ella
como político, pues si ha hecho bien algo, era su deber, su chamba,
porque se le paga bien y eso es suficiente para cubrir que el trabajo
se haga. No aplaudiré sus decisiones acertadas pues al pretender un
cargo de elección popular, estaba consciente de que ésa era la
virtud más importante y sí, como antes, como después, comentaré,
dibujare y remarcaré errores, resbalones tanto en cartones,
ilustraciones o textos.
Pero algo sí extrañaré de la
Morales, algo que aunque se le exija, el próximo alcalde no tendrá
ni creo que quiera tener, pero que le daba distinción a la munícipe
actual: un glamour, coquetería y picardía involuntaria; la figura
grácil de una mujer guapa y que yo sinceramente agradecí entre el
mar de fealdades que van desde el gobernador hasta los barrenderos
(democrática crítica, para que vean).
Externo así, que una vez que se le
revise lo que haya que revisarle, a Elizabeth Morales le doy las
gracias porque durante este tiempo, al menos, le dio a esta ciudad
esos aires de contraste entre lo bonito y lo malo, que los políticos
masculinos, no podrían ni aunque se pusieran zapatillas.
Twitter: @ataud
www.zoociedadanonima.com
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