jueves, 3 de abril de 2014

Ser o no ser un criminal... ¿esa es la cuestión?

Miguel Ángel Gómez Polanco
Vía Crítica

El problema, como siempre, es de interpretación. Así se maneja la retórica política en México -principalmente-, pero a la sociedad nos encanta ver moros con tranchete y esconder algunas de nuestras banales frustraciones, haciéndonos los ofendidos.
Otro problema, también, son los intereses electorales de las fuerzas políticas, elemento donde radica el lenguaje que utilizan y cómo lo capta la gente. Ahora dicen, por ejemplo, que la nueva Ley del Deporte (antiviolencia en estadios) "no criminaliza al aficionado", esto, con tal de no ser víctimas de la opinión pública al sentirse "agredida" con algún adjetivo mal utilizado.
Pero, estimada y estimado lector, entonces ¿de qué otra manera se les puede llamar a esos seudo aficionados que provocan y ejercen la violencia en los estadios? ¿No son unos criminales?
Y es que, como dice Felipe Guerra: “En segundos, el aficionado, deformado en fanático, cambia drásticamente su estado de ánimo y su carácter: alegría, tristeza, impotencia, frustración, coraje; se va tornando agresivo y el cúmulo de reacciones adversas, e inclusive positivas, provocan la histeria estallando la violencia”, y eso no es producto precisamente de la intensidad con la que se vive un encuentro futbolero.
O sea, ¿todo es interés?, ¿de triunfar, de burlarse; adquirir un falso poder que neutraliza el sentir humano y muta para convertirse en una conducta instintiva? Porque de ser así, entonces el futbol y el deporte, en general, no son más que factores contextuales.
Vamos, en todas partes lo vivimos. ¿O qué, ya no se acuerdan nuestros legisladores de las grescas que protagonizan en recintos oficiales? No nos vamos lejos, por ejemplo: aquella del 18 de marzo pasado, cuando se aprobó la Ley de Pensiones, donde se dio luz verde al Seguro de Desempleo y la Pensión Universal (ambos, garantizados con remanentes de otras instancias, como el Fondo de Vivienda para los Trabajadores). Buenos guamazos los que se dieron ahí, sin balones, pero sí con las playeras de sus “equipos” más que puestas y muy pocas coincidencias.
Pero la violencia no es únicamente de trancazos, señoras y señores diputados, algo que seguramente desconoce su compañero y “digno” representante popular, Ricardo García Cornejo, sí, aquel que se desprendió de su ropa en diciembre de 2013 para reclamar por la reforma energética, haciendo (según él) una alegoría de “cómo despojaría dicha modificación constitucional a los mexicanos”, respecto al petróleo.
¿No les digo? El problema es retórico.
El crimen y la violencia han adquirido un nuevo perfil en nuestro país: no es sólo la violencia lo que justifica al criminal, también lo es la actitud con la que se asumen las cosas… seas o no un golpeador profesional.
¿Acaso la corrupción no es un acto criminal? ¡Ah! Pero pareciera que este concepto culturalmente arraigado por todas y todos los mexicanos, sirve de redención a quienes representan al pueblo y los incitan a evadir realidades propias y de quienes los llevaron ese puesto, cuidando su “lenguaje” para no herir –irónicamente- susceptibilidades que se traduzcan en una menor cantidad de votos.
En todos lados “se cuecen habas”. Dirigentes acusados de encabezar redes de prostitución, expresidentes que abren la boca para cínicamente decirle al ciudadano lo mucho que sabía y lo más que se calló; legisladoras que “heridas” al nacer con un nombre que no les gustaba, se lo cambian para “sonar más bonito” en tribuna… Y así, el hecho es violentar la paz, pero sobre todo. el descuidado entendimiento de las y los mexicanos.

SUI GENERIS
Total que ni a cuál irle. Unos queriendo tapar el sol con un dedo, moderados y con un lenguaje insuficiente, en lugar de procurar no generalizar sus conceptos; como si los hubiera educado “El Tigre” Azcárraga con su “televisión para jodidos”. Mientras, otros ofendiéndonos y despepitando hasta por lo que no comemos, porque “el Gobierno tiene la culpa” y teniendo como máximas referencias de análisis herramientas como… ¿las redes sociales? ¡Válgame!
Prudencia. Ése debería ser nuestro “problema”: excedernos en la prudencia. Ser o no ser un criminal está en cada quién, no en lo que diga una Ley. Lo de los estadios y la afición no se arregla con “leyes” que entamben a los rijosos, sino con la generación de un ambiente que propicie la sana convivencia, que depende de todas y todos. Pero ¿quién se avienta este paquete?
¿O ya tampoco nos acordamos que cierta “guerra” en México no era tal y nos convirtió en histéricos pasivos?
Prudencia, y quizás coincidencias, es lo que necesitamos.

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