martes, 4 de septiembre de 2007

Huellas, heridas y señales después de la batalla.

Pedro Manterola Sainz
(Primera lectura)

¿Que pasó, a que horas vas por el PAN? A ninguna, según se ve. ¿Y ahora dónde estás, honestidad valiente? Perdida y beligerante, errática y aturdida. ¿Y tú, jubiloso priísmo, a dónde vas? A la madre de todas las elecciones de la mano de Fidel.
Las tentaciones después del 2 de septiembre son variadas y dispersas. Para el panismo, la tentación de la intransigencia, del arrebato, el presagio del mal perdedor patentado por Andrés Manuel en el 2006 tiene en este Veracruz 2007 una versión blanquiazul. Con menos radicalismo tropical, es cierto, pero con las mismas dificultades para digerir un fracaso con muchas explicaciones y una sola conclusión: la soberbia no hace política. Conclusión por cierto hoy aplicable al panismo patidifuso pero atendible por todos los que quieran evitar errores de este tipo en las elecciones por venir. Desde el 2005 los panistas confundieron cortesía con debilidad y fortaleza con intransigencia. Así les fue en este 2007. Por ello, de cara al 2010, el panismo estaría obligado a la rectificación de formas, estrategias, nombres y aliados.
Por su parte, el perredismo anda sin brújula desde hace un buen rato. No solo por sus exabruptos en cadena nacional, que cuando se moderan, son censurados, sino por su falta de visión, de estrategia y apertura. Tan ensimismado está el PRD en la contemplación de sus derrotas y la exaltación de sus héroes caídos, que es incapaz de formar un partido de ciudadanos decididos. Bajo el riesgo de llegar al 2010 en el papel de comparsa, el perredismo parece obligado a la reflexión, el relevo y la apertura.
Para el priismo renace la añorada fiesta del carro completo. Bajo el influjo de esta evocación, entre los aires de una justificada y merecida celebración, debajo del inmenso tapete de 28 diputaciones y más de 150 alcaldías se pueden ocultar todos los errores, excesos y omisiones de las campañas. Por ello, el priismo veracruzano debe dar espacio a la mesura, a la madurez, a la sensata y ecuánime explicación de hechos y resultados.
En este recuento de razones, una supera a cualquier otra, y es el papel del Ejecutivo. Inteligente, hiperactivo, perceptivo y dominante, con esas características guió Fidel Herrera el proceso en casi todas sus fases y en prácticamente todos los terrenos y espacios. Los demás actores que normalmente destacan en tramas político-electorales ocuparon papeles de soporte y/o secundarios, fueron solo espectadores o quedaron reducidos a comparsas.
La apuesta de Fidel fue grande y fuerte, y el riesgo asumido solo por él, ante la mirada atónita y oficiosa de algunos de sus cercanos. Si la derrota era notable, de ese tamaño sería la debilidad adquirida. La victoria fue aplastante, y ahora debe superarse el riesgo de la infalibilidad y el triunfalismo, para transformar votos, distritos y municipios en una fuerza incluyente de cara al 2010. Por ello, el próximo reto, la medalla y la estrellita lo tienen a él como único portador, aunque otros buscarán colgarse el triunfo o de los triunfos, según sea el caso. Hoy, todos los enviados, oficiantes, asesores, operadores, asistentes y agregados buscan exagerar los méritos propios y demeritar los errores del adversario. Y en no pocos casos son estos últimos los que explican el resultado final o descifran el tamaño de las diferencias al cierre de la jornada.
Ahora viene una etapa más compleja y promiscua en la que muchos querrán ser ya no los padres sino los padrinos de la criatura nacida el 2 de septiembre. Y en esa confusa y denigrante rebatinga, en este desesperado cobro de favores imaginarios y facturas falsificadas, las apariencias llegan a tener más peso que las verdades. Y a la luz deslumbrante de los logros alcanzados, si se sacan conclusiones desfiguradas y se revive o premia a los protagonistas equivocados, no tardarán en revertirse los logros obtenidos y en perderse las plazas recuperadas.

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