lunes, 26 de noviembre de 2007

Graffiti

Juan Antonio Nemi Dib

(Historias de Cosas Pequeñas)


Se llama Calet. Aprendí más con él en diez minutos de charla que en decenas de artículos y sesudos análisis sobre esta práctica que nos molesta a muchos y que, sin embargo, crece y crece en cualquier parte donde haya jóvenes y un sitio que pintarrajear. A sus 18 años, se expresa muy propiamente, no en el sentido de que hable bonito, sino que posee ideas claras, definidas, y las transmite puntualmente y sin reparos.
Su técnica para pintar es completamente empírica, la aprendió en la calle, según confiesa. A pesar de ello, no sólo ha llegado a galerías de arte con sus creaciones sino que ya ha recibido algunos encargos formales para hacer pinturas, sobre todo murales y, a estas alturas de su incipiente carrera pictórica, ya “vive de su oficio”. Su vocación artística es evidente, al punto de que hace tiempo que ha dejado los estudios escolares y se dedica de tiempo completo a la plástica, de modo que puede definírsele sin problema como un profesional de la pintura.
Empezó confesando: dijo que la emoción causada por una pinta –la primera de su vida– lo introdujo en un mundo novedoso y atractivo que se prolongó por varios años. También dijo que él, como seguramente muchos de sus colegas “graffiteros” tampoco, jamás pensó que sus pintas, leyendas y dibujos fueran algo indebido y, por el contrario, sus mensajes sólo respondían a una profunda necesidad de expresarse. A pregunta concreta, reconoció que jamás había reflexionado –mientras graffiteaba– sobre el daño que estaba causando a terceras personas.
Sin que yo le preguntara, habló de que la compra de sus insumos de “trabajo” constituye una verdadera proeza para los graffiteros pues las pinturas en aerosol son particularmente costosas y de difícil acceso para un joven sin ingresos. Después hizo una distinción determinante para él, significando a quienes “hacen arte en la calle, con autorización y sin violar leyes”, lo que evidentemente nada tiene que ver con la práctica del graffiti vandálico que agravia a la sociedad. Dijo que es precisamente lo que él empezó a hacer en la segunda etapa de su vida de pintor callejero, enfrentando el juicio popular no como vándalo sino como artista.
Ahondando esa distinción entre graffitero y creador de arte, el pasado 14 de noviembre, 49 diputados de todos los partidos representados en el Congreso del Estado de Veracruz aprobaron por unanimidad la introducción al código penal de un nuevo delito, llamado GRAFFITI ILEGAL, en estos términos:

“Artículo 228 Bis. A quien, sin importar el material ni los instrumentos utilizados, pinte, tiña, grabe o imprima palabras, dibujos, símbolos, manchas o figuras a un bien mueble o inmueble, sin consentimiento de quien pueda darlo conforme a la ley, se le impondrán de tres meses hasta diez años de prisión, multa hasta de trescientos días de salario y trabajo en favor de la comunidad y de la víctima u ofendido.”

Independientemente de las causas que dan origen a este fenómeno que daña sitios de propiedad pública y privada, monumentos y componentes del mobiliario urbano, a veces de manera irreparable, los diputados locales coincidieron en que ahora se cuenta con una herramienta jurídica eficaz para combatirlo, pues antes de esta adición al Código no existía una sanción específica para sus responsables de esos daños al patrimonio. El dictamen votado en el Congreso del Estado, expresa que a fin de cuentas, el graffiti es una conducta antisocial que resulta necesario inhibir.
Estas travesuras dejaron de serlo, para convertirse ya en un delito, así sea la semilla de grandes artistas en potencia.
A los jóvenes verdaderamente necesitados de espacio para decir cosas les queda ahora el recurso de pedir permiso para hacer sus pintas en lugares disponibles y apropiados para sus expresiones, aunque a decir de los expertos, la autorización pedida y concedida le quita todo sentido a unos mensajes que deben ser


“…filtrados por la marginalidad, el anonimato y la espontaneidad y que en el expresar aquello que comunican violan una prohibición para el respectivo territorio social dentro del cual se manifiesta”


En pocas palabras: un graffiti autorizado no es graffiti, no tiene sentido pues deja de ser una atrevimiento.
A quienes hemos sufrido en carne propia (o mejor dicho, en pared propia) la aparición furtiva de una leyenda, de un símbolo imposible de entender, de un manchón de lodo o pintura o de un dibujo por bueno que sea (y que pocas veces lo son, por cierto, dado que no todos los graffiteros son Calet), nos cuesta mucho trabajo la interpretación del sociólogo Michel Maffesoli que define al graffiti como

“…el hecho de compartir un hábito, una ideología, un ideal, determina el ser conjunto y permite que éste sea una protección contra la imposición, venga de donde venga.”

Cualquiera puede decir a los jóvenes graffiteros, con toda razón, que con toda libertad compartan sus hábitos, sus ideologías y sus ideales, que hagan equipo y que se protejan contra las imposiciones, pero que lo hagan por favor, en las bardas de sus casas. Como establece el sabio aforisma:


“Si tu padre fue pintor y heredaste los pinceles, píntale el… a tu… y no rayes las paredes”.


Calet piensa que es imposible erradicar esta práctica, que el graffiti subsistirá; ojalá que se equivoque, sólo en esto, pero que se equivoque.

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