lunes, 7 de abril de 2008

La misma luna

Juan Antonio Nemi Dib
Historias de cosas pequeñas

Su argumento es predecible casi todo el tiempo, incluyendo el final; dos o tres escenas parecen sobreactuadas y algunos momentos de la trama exigirían más capacidad actoral de la que alcanzan sus protagonistas, pero ninguna de estas cosas resta mérito a la película mexicana del momento, que narra las vidas paralelas de una migrante indocumentada que trabaja como sirvienta en Estados Unidos y su hijo de nueve años, quien vive a cargo de la abuela enferma y que durante la mitad de su vida sólo ha convivido con su madre a través de ansiadas llamadas telefónicas semanales.
A pesar de que claramente no es un “adventure movie” ni un “thriller”, la película atrapa a la audiencia y en más de una ocasión la saliva se le atraganta a uno en el cogote frente al sufrimiento de la madre ausente, la realidad cruenta de la paternidad irresponsable (siempre en aumento) y la firmeza de un niño tierno pero inteligente y lleno de carisma.
Algún crítico ha dicho que la película apela en exceso al drama y la sensiblería como recursos para entretener y arrancar a la audiencia lágrimas de cocodrilo. Probablemente sea experto en cine pero es notorio que ese crítico no sabe nada de la realidad de millones de paisanos mexicanos y migrantes de otras nacionalidades, -genéricamente llamados ‘latinos’ en la cultura anglosajona— a los que “La Misma Luna” retrata diáfanamente.
Suele pensarse que los migrantes conseguirán el famoso ‘sueño americano’ con sólo cruzar la frontera y trabajar un poco, pero en realidad y sin exageraciones, vivir como “ilegal” en Estados Unidos es toda una tragedia que Sófocles y Eurípides escribirían gustosos: separarse de lo propio, arrancarse de lo más cercano y esencial: la familia, la cultura, la lengua, los amigos, la comida, las aficiones. Por lo general, la vida de un migrante indocumentado es difícil, a veces cruel, solitaria, aburrida, sustentada únicamente en las esperanzas –es decir, en las ilusiones— y arropada en mucho cansancio, que favorece el sueño y el olvido.
He hablado con muchos, los conozco; visité sus centros de trabajo, los lugares donde viven, los consulados, las fronteras y los sitios de cruce, sus clubes y a sus familias en este lado; me tocó tramitar la internación y traslado de numerosos cadáveres de migrantes veracruzanos; hablé con las autoridades migratorias de ambos lados, con abogados honestos y podridos; he visto la demagogia y los negocios que se hacen en nombre de los “Paisanos”, igual que los abusos que sufren apenas regresan a México. Incluso los que triunfan [¿?] se las han de ver negras para lograrlo.
Por eso, me parece que “La Misma Luna” recrea de manera lograda y sin falsos dramatismos la situación física y emocional de hombres y mujeres que viven [¿?] en el terror permanente de ser deportados (denunciados a veces por sus mismos patrones, para no pagarles), trabajando jornadas extenuantes, probablemente ganando menos de la mitad de lo que percibiría un estadounidense por el mismo trabajo, realizando trabajos peligrosos y dañinos para la salud o sencillamente chambas despreciables para los “güeritos”, viviendo hacinados –en ocasiones diez en una misma habitación—, pagando los altos impuestos de allá pero, en general sin acceso a los servicios públicos como la salud y la educación.
Sobre todo en las etapas iniciales de su migración, nuestros paisanos sufren una espantosa soledad que recrudece la nostalgia y se acelera los domingos por la tarde, lejos de todos y de todo; no son pocos los que encuentran refugio en el alcohol; por lo general, nuestros paisanos son víctimas de un conflicto de identidad que acaba convirtiéndoseles en complejo de culpa: dejan de ser de aquí pero no terminan por integrarse allá; aprender el inglés equivale a escalar el Klimanjaro; las pautas de convivencia son ajenas y chocantes y los procedimientos (por ejemplo los exámenes de manejo) verdaderas odiseas dignas de Homero. Ya sabemos que el sueño americano mata a muchos soñadores y hace que otros regresen irreparablemente enfermos a sus comunidades de origen.
Algunos paisanos trabajan hasta dos turnos en dos empleos diferentes. Es cierto que ese “sobreesfuerzo” consigue unos dólares de más y que esos dólares extras permiten una “casita de material” en el terruño, previo botín del 20% de bancos, casas de cambio y pagadoras de ‘money orders’; es cierto que las remesas enviadas por los ausentes y caídas como maná del cielo, mejoran un poco la economía de quienes se quedan, pero… ¿a cambio de qué? Ausencia y pérdida de vínculos, frustración e incertidumbre se convierten en marcas de quienes tienen que irse para encontrar “mejores” horizontes. Esto no es fácil para nadie y mucho menos para cientos de miles de madres –cada vez más— obligadas por su precaria situación a migrar y dejar a sus hijos, como sucede precisamente en “La Misma Luna”.
El momento culminante de la película ocurre cuando la protagonista se cuestiona sobre las razones que la llevaron a separarse de su hijo y descubre que son las mismas cosas que buscaba, las que su hijo ha perdido a causa de la distancia entre ambos. El mensaje radica en que los dólares importan, pero no son todo. Quizá la descripción más puntual del fenómeno de la inmigración indocumentada hacia los Estados Unidos es la que hace de sus sentimientos la propia Rosario, madre del pequeño, cuando se refiere al “…deseo permanente de estar en otro lado”, expresando magistralmente la gran insatisfacción que caracteriza a quienes han dejado atrás sus raíces, por razones meramente económicas.
Con la suficiente sutileza para no convertirla en una denuncia política farragosa, la película incluye el racismo, los abusos policiales, la operación de los traficantes de personas (que de algún modo justifica) y, por supuesto, la realidad de una sociedad sumamente enmarañada que algunos llegan a considerar hipócrita porque se beneficia en forma impresionante del trabajo de los indocumentados pero los llama delincuentes y los persigue.
Quien haya sido “ilegal” en Estados Unidos o haya convivido con “ilegales”, entenderá bien y a fondo las sutilezas que convierten a “La Misma Luna” en una película que debe verse, aunque le pese a algún critico que la acusa de melodramática. Ojalá que las decenas de millones que ya recaudó en las taquillas no desmerezcan el gran homenaje que “La Misma Luna” significa para otros muchos millones, los millones de valientes y sufridos mexicanos –hombres y mujeres— obligados a dejar su patria en busca de mejores horizontes, homenaje que, para mi gusto, es la mejor aportación de la cinta.
antonionemi@gmail.com

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