lunes, 14 de abril de 2008

¡Tiburones!

¿Enajenante o sublime?

Juan Antonio Nemi Dib
Historia de Cosas Pequeñas

Hace unos 16 o 17 años las razones laborales eran de peso suficiente para que uno se sintiera “comprometido” a asistir a los partidos en el estadio Luis “Pirata” Fuente. Era una causa más política que deportiva y lejos de incrementar mi afición, convertía las asistencias al estadio en mero formulismo. De aquélla época, tengo presente un encuentro contra el América en el que los once de las “Águilas” y su jugador doce, el árbitro, derrotaron a los “Tiburones” por diferencia de 4 goles o más, en un juego tan sucio que seguramente José Feliciano y Stevie Wonder habrían expulsado a todos los amarillos por decenas de patadas, pisotones, codazos y agresiones verbales, que no vieron ni el “silbante” ni sus abanderados.
Recientemente, creo que en la anterior temporada, fui víctima de la aplastante mayoría familiar que me condenó a comprar los últimos boletos numerados disponibles, justo en la colindancia con la platea general, para otro partido de Tiburones contra Águilas; esta vez, asistimos a un estadio repleto y expectante que refulgía de intenso color rojo tiburón, aunque las abundantes fragancias fueran más bien de león bañado en cerveza que de escualo (por cierto, ¿a qué huele un tiburón?). A cual más, de pie, sentados, en los pasillos, en las gradas, prácticamente todos los asistentes lucían camisetas con o sin los emblemas del equipo, pero siempre de rojo, en un ambiente festivo y triunfalista digno de carnaval.
Me emocioné y hasta creo que me sumé a la gritería general cuando el nombre de cada jugador contrario, al informarse en el sonido local la alineación, era saludado a coro por miles de voces entonadas que usando apenas dos sílabas y cuatro letras terminadas en “…to”, daban una “cálida” bienvenida a los integrantes del equipo más costoso de la liga mexicana. Además de la inocua travesura, presenciamos cómo cierta dama se apoderó violentamente de un asiento que no le correspondía sin que poder humano pudiera quitarla, fuimos afortunados de no recibir un baño de la abundante “lluvia dorada” que pródigamente se esparció desde los niveles superiores del estadio durante todo el encuentro, observamos algunas trifulcas con la porra visitante y uno que otro borracho y fuimos testigos de una dramática y por demás sorprendente transformación en las preferencias del público.
Resulta que apenas los contrarios logran su primer tanto, varios aficionados que estaban sentados junto a nosotros, tanto en numerados como en general, perdieron sus inhibiciones y se quitaron las camisetas rojas bajo las cuales aparecieron brillantes camisetas amarillas del América que los fallidos pro-tiburones mantenían ocultas, sólo en espera de la oportunidad para “salir del clóset”. Para el segundo gol americanista, una buena cantidad del público había cambiado el color de la camisa y esto sin metáfora alguna, así fue.
Ese cambio de filiación me hizo recordar que en 1985, en la Secretaría de Gobernación, prepararon un documento que analizaba las perspectivas de la Selección Mexicana de Futbol para la Copa Mundial que habría de celebrarse en 1986; en ese “informe reservado”, se señalaba que debido a las implicaciones políticas y sociales del asunto, la preparación del equipo mexicano no debía quedar en manos de un organismo privado como la Federación Mexicana de Futbol y recomendaban que el Gobierno supervisara formalmente el entrenamiento de los jugadores.
Después, vivir en Barcelona me permitió conocer las expresiones más radicales de simpatía y rechazo hacia los equipos de futbol propios o contrarios, la paralización entera de las actividades de todo un país –o de los países, en encuentros internacionales– a causa de un simple partido de futbol y observar el fenómeno de la afición como auténtica religión que involucra todo en la vida de los devotos futboleros, hombres y mujeres, jóvenes y viejos. He pagado 96 euros por el “encargo” de una mugre camiseta del Barça, pero eso sí: ¡original!
Creo que no abundan los suicidios de fanáticos de equipos derrotados pero hay registros escandalosos que no se limitan a los cientos de miles de personas en el mundo que viven exclusivamente de y para las “barras” de sus equipos, viajando como “adelitas” –o rémoras—, en ocasiones aterrorizando, lastimando y destruyendo, como los agresivos hoolligans ingleses, quizá con el futbol sólo como pretexto para liberar sus frustraciones. Sé que en Argentina existe un templo consagrado a Maradona (el de “la mano de Dios”), con sacerdotes y rituales y que en Sao Paolo, un brasileño pagó puntual por la apuesta perdida: se quitó la vida al ganar el equipo contrario (su selección nacional, por cierto). Desde entonces asumo la trascendencia del futbol como algo que supera mi entendimiento y, como bien dicen, debe reservarse a los expertos: ¿por qué atrae y obsesiona a tantas personas?, ¿por qué concita más afición que otros deportes?
¿Qué hace a un aficionado decidirse por tal o cual equipo para colocarlo en su altar personal? ¿en qué condiciones cambia un aficionado su predilección por tal o cual equipo? ¿qué tan determinante es el respaldo del público para que un equipo gane o pierda? ¿sustituyen las canchas contemporáneas a los circos romanos? ¿es un mero distractor? ¿es un asunto de interés público? ¿deben o no involucrarse los gobiernos en su gestión? ¿son los aficionados rehenes de los grandes intereses económicos que sin pudores ni límites controlan a su antojo la evolución de este deporte? ¿debe permitirse a los anunciantes y a las televisoras que posean equipos y privilegien sus utilidades por encima de la calidad y la ética deportiva? ¿cambiarán algún día las reglas de los campeonatos mexicanos para que, sin rollo, simplemente resulte campeón el que mejor juegue y el que gane más partidos en la campaña regular? ¿por qué Canadá y EUA ya superaron a México? ¿qué pasará con los Tiburones después de su derrota ante Puebla?
Lo malo de ser neófito, lego, “villamelón” pues, es que se tienen demasiadas preguntas sin respuesta, algunas que parecerán torpes a los que sí saben de futbol. Pero al ver a hombres brillantes, analíticos, tradicionalmente críticos y serios, incluso a artistas sensibles, repentinamente obnubilados frente a un televisor, perdiendo todo esbozo de conciencia sólo porque 22 congéneres se disputan a patadas una esfera que va de un lado a otro, me saltan aún más preguntas: ¿es el futbol enajenante o sublime? consecuentemente, ¿hay que impulsarlo o hay que proscribirlo?
antonionemi@gmail.com

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