lunes, 23 de junio de 2008

Penurias y Subsidios

Juan Antonio Nemi Dib
Historias de Cosas Pequeñas

Si quiere evitar una crisis de proporciones colosales a mediados de su sexenio, Felipe Calderón tendrá que impresionarnos con un manejo mucho más profesional, apartidista, oportuno y sensible de la economía nacional del que ha mostrado hasta ahora; el escenario mundial es complejo y ni los discursos ni la buena voluntad son suficientes para contrarrestar el peligro real de una escalada inflacionaria incontenible y las previsibles consecuencias de ésta: devaluación, empobrecimiento, etc.
El Gobierno de Estados Unidos (y también su banco central, la “FED”) siguen haciendo grandes esfuerzos para paliar los efectos de la severa contracción de su economía y, por consecuencia, la pérdida de valor del dólar. Lamentablemente están muy lejos de cantar victoria: de mayo de 2007 a mayo de 2008 el dólar perdió 14% y los pronósticos inmediatos al respecto no mejoran. Por varias razones, la debilidad del dólar le pega directamente a la economía mexicana, irremediable y casi absolutamente ligada a la estadounidense.
El dólar es, todavía, el eje del comercio exterior del mundo, y eso también incluye a México. De acuerdo con la Organización Mundial de Comercio, en 2006 nuestro país fue el 15º exportador del planeta, vendiendo al extranjero mercancías y servicios por más de 250 mil millones de dólares, buena parte de ellos precisamente a los Estados Unidos. También dependemos de los dólares por las remesas, por los créditos y por otros factores financieros, como el sistema mundial de pagos. Actualmente, el problema radica en que –con esta indeseable devaluación— los dólares compran y pagan menos y, al menos por ahora, es poco probable que las naciones del mundo quieran vendernos y comprarnos en pesos.
A partir de este asunto monetario, es lógico que la demanda internacional se reduzca y, consecuentemente, las exportaciones disminuyan en la misma proporción, creando un círculo vicioso que dificulte más la salida del bache. De hecho, algunos sectores productivos empiezan a quejarse de la reducción en sus ventas y el incremento desmesurado en sus costos de operación. Por sí misma, la del dólar es ya una bronca de grandes proporciones, pero sumada al enorme incremento en el costo del petróleo y al aumento desmedido en el precio mundial de los alimentos, el escenario financiero para los próximos meses se antoja todo menos estable, ni fácil ni halagüeño.
Por otro lado, es muy cierto que en esta circunstancia de históricos precios altos en los hidrocarburos, México debiera ganar mucho dinero con la venta de petróleo, siendo el 10º exportador del Mundo; de hecho, en apenas 5 meses –entre enero y mayo de este año— la exportación de crudo “nos” produjo ingresos de casi 19 mil 900 millones de dólares, poco más del doble de dinero que durante el mismo lapso de 2007. Sin embargo, el Gobierno Federal opina muy diferente y su explicación del fenómeno parece destinada a poner de punta cabellos y vellos de todo orden. “Aclara” Presidencia de la República que: 1) se importó 6.1% más gasolina de la que estaba prevista, 2) que esta gasolina importada resultó 31.1% más cara de lo que habían pronosticado y que, 3) debido a la situación de las divisas, se obtienen menos pesos por cada dólar, lo que impacta en unos 8 mil millones de pesos menos a su mala previsión presupuestal.
Esta es la fórmula casi mágica, como conjuro hacendario, que –explicando lo inexplicable— sostiene que “más es menos”, que las “ganancias son pérdidas” y que, a fin de cuentas, recibir 20 mil millones de dólares extras no sólo no sirve, sino perjudica. De hecho, en su brillante análisis del tema José Ferrer describió hace poco este “limbo petrolero” en los siguientes términos: “El colmo es que, cuando aún arrecian las protestas por el gasolinazo (léase aumento de impuestos a la gasolina) al que se atribuye la escalada de precios y cierre de empresas, ahora, sin más, se responsabilice al consumidor de la pérdida del excedente petrolero”.
En otras palabras, si los mexicanos no consumiéramos las gasolinas que el amable gobierno central se ve constreñido a subsidiar (usando el dinero del sobreprecio internacional del crudo), estaríamos en Jauja y seguramente no habrían desaparecido los fondos petroleros adicionales, cuya repentina evaporación acercó a la penuria a los estados y municipios del país.
La Federación afirma que canceló repentinamente los fondos procedentes de excedentes petroleros para los gobiernos locales, entre otras cosas porque sólo este año necesitará 200 mil millones de pesos para subsidiar la importación de gasolina y diesel, una cantidad de dinero casi idéntica al presupuesto nacional agropecuario para 2008. Este subsidio a combustibles ha sido severamente cuestionado por las instituciones financieras que lo consideran insano, improductivo y promotor de una “economía de ficción”, justo lo que el PAN denunciaba con acritud antes de llegar al poder. Alguien llegó a decir que mejor repartan ese dinero entre los 50 millones de pobres, para que realmente sea útil y sirva a quienes realmente lo necesitan.
Pero no pocos analistas también afirman que este costo es insostenible y que más temprano que tarde Felipe Calderón se verá obligado a aumentar de golpe el precio al público de los carburantes (algunos dicen, incluso, que es cuestión de meses), con el correspondiente costo político para él. Sin embargo, con una visión que seguramente no excluye el horizonte electoral, la señora Kessel, Secretaria de Energía, afirma que: “Es conveniente reducir gradualmente el subsidio a la gasolina, pero sobre todo salvaguardar el nivel de vida de la población”. Pragmatismo puro que nada tiene que ver ni con su ideología ni con la economía neoliberal a la que rezan. En otras palabras, lo que tanto cuestionaron a los gobiernos anteriores y que ahora se convierte en su objetivo estratégico: el verdadero propósito está en las elecciones federales del próximo año, ganarlas bien vale un pequeño subsidio a la gasolina y el diesel, aunque después siga la debacle.
Paradójicamente, una investigación del diario La Jornada reveló que la gasolina que importó PEMEX a principio de año le costó menos del precio en que la revendió a las estaciones de servicio y que el subsidio es, en realidad, para los costos de transporte y distribución (¿subsidiando la ineficiencia?). También se sabe que este subsidio, anunciado por la Secretaría de Hacienda, tiene varios años aplicándose y, por ende, tampoco es la flamante “estrategia innovadora” que se ha festinado para “proteger” a los mexicanos que, por cierto, en su gran mayoría carecen de auto y poco provecho obtienen de la gasolina subsidiada. Por eso algunos consideran como un mal acto de prestidigitación la repentina desaparición de los excedentes del petróleo, no exenta de carga política contra gobiernos no panistas.
Cuestionado incluso por sus amigotes del Banco Mundial, el Gobierno Federal hará lo que pueda por mantener un subsidio que, independientemente de su sentido presuntamente compensatorio para los económicamente débiles, aparentemente le produce rentabilidad política a un Presidente ansioso por una mayoría absoluta en el Congreso, no importa lo que [nos] cueste [a los mexicanos]. A ver si puede mantenerlo, por lo menos hasta julio de 2009. A ver si no produce una penuria mayor.

antonionemi@gmail.com

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