miércoles, 1 de octubre de 2008

El juego que (no) todos jugamos (II)

* De elegidos a elegibles

Pedro Manterola Sainz
Hoja de Ruta

Se supone que todo cambio implica una evolución, un avance, desarrollo, progreso. Pero también puede darse el caso de que se cambie para retroceder, y que involucionar sea para algunos una forma de caminar para conseguir lo que se busca. Un ejemplo en materia política, vigente al parecer por los siglos de los siglos, ha sido el mecanismo engendrado para designar candidatos en el priismo temprano: el inefable “dedazo”. Embrión rudimentario de la democracia digital, el “dedazo” determina la gloria o la desgracia de sus beneficiarios o de sus fallidos destinatarios. El elegido no es siempre el más elegible, con lo que ya desde sus aleatorios significados la palabra entraña una contradicción: el señalado con el índice no siempre es el indicado, pero es el ungido. Y en tiempos de ejecutivos infalibles, las decisiones son irrefutables, lo que hace al método inapelable. Pero llegaron los ciudadanos, vino la democracia, y nos alevantó.
El “dedazo”, su valoración, es mutable. Una para el que se sabe cercano al Ejecutivo, para el que tiene su predilección y simpatía, sea por edad, por capricho o compromiso, más allá de consideraciones como capacidad, talento o aptitudes. El “dedazo” es para él una muestra de la sabiduría inextinguible del gran elector. Para los no tan cercanos, y por lo mismo proclives a la derrota, que postergan sus afanes democráticos con la esperanza de ser los elegidos por ser los más elegibles, un “dedazo” adverso puede evidenciar más turbación que sabiduría. Pero esas han sido las reglas del juego. Y el que las acepta se atiene a las consecuencias y a los resultados. O cambia de cancha.
En ese contexto, aquí simplificado, se han escenificado tragedias, dramas y tragicomedias. Un pasaje famoso fue el arrebato de Manuel Camacho, indignado por la antidemocracia con la que se eligió a Luis Donaldo Colosio, y de la que él esperaba ser beneficiario. Muy conocida es la anécdota que quiso cambiar la historia, en 1987, con el “destape” prematuro de don Sergio García Ramírez, quien recibía con prudencia las muestras de simpatía, mientras en otro lado se decidía su futuro, y el del país, con la designación de Carlos Salinas de Gortari.
En esa elección las reglas sufrieron su primera modificación visible, un cambio de matiz que dio pie a una siempre pospuesta y entonces mínima apertura: una pasarela de notables, entre ellos Ramón Aguirre, Manuel Bartlett, el propio García Ramírez y Carlos Salinas. Cada uno con la oportunidad de exponer un proyecto de país, o algo similar, según el caso. La apertura democrática en labios de Bartlett, los principios juaristas de García Ramírez, la promesa de modernización económica y política de Salinas. Los simpatizantes de cada uno tuvieron también la oportunidad de mostrar, sin exhibir, sus preferencias. El desenlace era predecible por la persistente labor de Salinas al interior del gabinete de Miguel de la Madrid. Su consumación, y la torpeza de la dirigencia priista de entonces, forzaron otra ruptura el interior de una familia que dejaba de ser revolucionaria para convertirse en modernizadora. Otra contradicción en los términos, otra distancia insalvable entre protagonistas: ¿por qué son incompatibles un revolucionario y un modernizador? La respuesta la buscamos desde entonces.
Pero estábamos en el tema del “dedazo”, al mismo tiempo arcaico y tan versátil que designó incluso a un reformador, hablábamos de la evolución, o involución, de formas, procedimientos y mecanismos para tomar, y razonar, pasos y decisiones.
Candidato, dice el útil y a veces sorpresivo diccionario, es la persona que pretende alguna dignidad, honor o cargo. En algunos países, candidato es usado, por su cercanía con cándido, para referirse a alguien que se deja engañar. Precandidato puede ser entonces alguien que se encuentra en la antesala de ser engañado, y, por extensión, alguien marcado para no ser un elegido.
El gran elector no necesita compartir sus razonamientos ni explicar sus resoluciones. Sus decisiones se vuelven decretos, y sus respuestas son profundas definiciones, mensajes reveladores e incluso profecías. Santo y bueno, dirán los iniciados, destinatarios de los milagros de esta veracruzana religión. Pero, ¿qué pasa cuando además de un solo gran elector, hay pequeños grandes electores, volubles y hasta opuestos entre sí? ¿Qué pasa si además del mensaje del gran oficiante, todos los monaguillos se ponen a anunciar presagios y bendiciones a su conveniencia? Confusión, sería una primera respuesta. Criterios e intereses cambiantes y no necesariamente coincidentes entre los chicos y el gran elector. Variedad de opiniones, no todas sensatas. Puede anticiparse desorden entre los aspirantes a recibir el “dedazo”, así sea del meñique de algún pequeño gran elector. Derrotas, sería de lamentarse, por los falsos juramentos de fidelidad de los monaguillos al gran elector, mientras a sus espaldas contradicen sus preceptos.
Claro, este es solo un extravagante ejercicio de imaginación. Nunca pasará, hasta que pase. Por ahora, hacemos una pausa, obligados por los hechos, que no suceden hasta que se publican.

La historia del rojo al naranja para despintar azulado…
Un principio puntual en política reza que lo que parece, es. Y parece que el Partido Revolucionario Institucional puede tener un candidato a gobernador que no milite en sus filas, lo cual paradójicamente no significa que no sea priista. Porque el Señor Gobernador, Fidel Herrera Beltrán, aseguró en los no tan lejanos días de 2005 que entregaría el poder a un priista. Pero el priismo puede llevarse en la sangre, al fin y al cabo roja, aunque el priista se vista de naranja. Convergen, pues, principios, valores, objetivos y colores. Sobre todo si entre el rojo y el naranja se quiere atravesar el azul. Aunque el azul, cosas del daltonismo, también tuvo su etapa rojiza.
De la prudencia de Dante Delgado en los aciagos y hoy insensatamente olvidados días de la elección de 2005, de su papel como fiel de la balanza en ese lapso de impugnaciones, cuando no había en el estado esa confianza hoy tan ostensible, puede haber surgido el acuerdo y la alianza para el 2010, alianza que ya pasó por una condescendiente elección en la que pagó el precio el candidato priista al senado, hoy dirigente del PRI en Veracruz y acreditado aspirante a la gubernatura, José Yunes Zorrilla. Esa elección, repleta de sospechas, rodeada de trampas y complicidades, tuvo en Dante a un protagonista incontrastable y en Juan Bueno a un beneficiario inesperado. Ya se prefiguraba entonces lo que viene: Pepe a la expectativa, Dante con su propia baraja y Juan Bueno protegido por hechos y circunstancias que entonces, solo entonces, le fueron favorables.
No es difícil una aleación PRI-PRD-Convergencia. La Asamblea perredista abrió la puerta de las alianzas con el priismo, que tendría su primera edición en Veracruz. También abrieron los brazos a antinaturales alianzas con el panismo, pero ese es solo un síntoma de la esquizofrenia perredista. Esa puerta, la que permite las aleaciones ente priistas y perredistas, había estado cerrada desde el nacimiento del PRD solo por resentimiento. Y aunque en el priismo andan muy confiados, eufóricos y socialdemócratas, en el 2010 el adversario no puede ser subestimado.
Por otro lado, es notoria la resistencia del ejecutivo para abrir el tablero y desplegar más de una pieza en el juego sucesorio. La pieza es un alfil, Javier Duarte, de probada capacidad y lealtad, y con los años suficientes para recorrer la ruta legislativa, regresar al gabinete y esperar otro sexenio. Enfrente, es una decisión prácticamente tomada del panismo llevar como candidato a Miguel Angel Yunes, con todo el apoyo de la federación. Es verdad que en los recientes sexenios en Veracruz sus defectos han crecido exponencialmente, pero hasta hoy nadie lo ha tachado de tonto. Y los tontos viven perplejos, pero los que no lo son saben por dónde caminan, y por lo mismo saben a dónde van. Y en reconocer las virtudes del adversario no hay traición, y si la posibilidad de enfrentarlo mejor.
Claro, estas son suposiciones, porque la política se hace, no se platica, y solo se comunica cuando tiene consecuencias. Dante dixit. Pero sume factores, calcule distancias, divida cuentas por cobrar, reste nombres y posibilidades, y al resultado solo le faltaría el propio Fidel como candidato para ver una campaña de polendas. Tres políticos veracruzanos de origen común: el priismo. Todos alguna vez en la cima, al lado de Presidentes, Secretarios de Estado y Gobernadores, desde Luis Echeverría hasta Carlos Salinas, pasando por don Patricio y Gutiérrez Barrios, nombres que explican historias propias y ajenas.
Tres hombres que podrían haber encontrado formas para el diálogo, mecanismos para el acuerdo, rutas para el acercamiento, han visto alejarse una y otra vez sus pasos solo para volverse a encontrar cada sexenio, cada elección, cada sucesión. Uno que ya fue, otro que es, dos que quieren ser. Y esta parece la última batalla.

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