lunes, 7 de junio de 2010

5 de Julio

Juan Antonio Nemi Dib
Historias de Cosas Pequeñas

Estoy en Acayucan, son justo las doce del día y el sol cae a plomo. Dicen los de aquí que el calor “está tranquilo”, razonable, que la temperatura alcanza “apenas” unos 34 grados, pero mi sistema termorregulador no se la cree. A pesar de las rachas de viento que me arrancaron el sombrero como si estuviera en una tórrida escena de ‘Casa Blanca’, el sol no regala ni un poquito de fresco y el cogote pica. Definitivamente es un ambiente poco propicio para las cavilaciones que me exijo, con todo y las complicaciones de una campaña proselitista y la urgencia de terminar rápido mi rollo para que llegue a tiempo a los editores.
El tema me ronda en la cabeza desde hace semanas, meses en realidad, pero ahora posiblemente exacerbado por la termogénesis. Creo que la proposición es ésa y no otra y que debo abordarla hoy, aunque sea con ideas rudimentarias e insuficientes. Estoy pensando en el tránsito inacabado hacia una deseable democracia plena que, al menos en el discurso, es casi la única coincidencia de todas las fuerzas políticas que actúan en México, todos dicen -decimos- quererlo/necesitarlo.
Y no se trata nomás de un sistema electoral ideal, casi perfecto -el tema no se agota en votar y ser votado con equidad y legalidad- sino de una auténtica manera de vivir, que va mucho más allá de la elección de los gobernantes y la renovación de las instituciones y que pasa por el ejercicio permanente de derechos y el cumplimiento de obligaciones, así como la concreción de dos valores sine qua non: tolerancia y respeto por los demás, especialmente por los que son diferentes, contrarios, opuestos. Queda claro que sin tolerancia y respeto la democracia plena no deja de ser más que un referente, una teoría.
Me pregunto quiénes y cómo lo han logrado y reparo en Italia. Recuerdo entonces alguna ocasión en que el gobierno italiano cayó y, el mismo día, la bolsa de valores de Milán cerró su jornada bursátil con ganancia. Algunos interpretan este fenómeno como resultado de la visión cínica e irreverente que los italianos tienen de la política y de sus instituciones, pero también como la consecuencia de una añeja cultura que permite a los italianos disociar el conflicto político respecto de la vida cotidiana.
Separar la disputa por el poder (y los niveles de mayor o menor rudeza que pudieran acompañarla) de las actividades del ámbito privado/ciudadano/familiar y evitar que las elecciones y las disputas partidistas afecten el funcionamiento de las instituciones públicas y privadas es un activo muy deseable y conveniente de la “normalidad democrática”.
En México y en Veracruz en particular, ese valor deseable parecería arriado, distante. El hecho de que se asuma a los comicios locales (aquí y en otras entidades) como antecedente directo de las futuras elecciones presidenciales, que la lista nominal de electores veracruzanos supere los cinco millones de personas (un botín jugoso para quienes tienen intereses en “la grande”) y que las tres candidaturas que conforman coaliciones se hayan constituido en medio de procesos sumamente competidos al interior de cada uno de los partidos que las integran, polarizando las posiciones de las distintas fuerzas y corrientes, se suma a las historias personales de los principales actores del proceso electoral, a sus afinidades y desavenencias y, de manera especial, a los conflictos recientes y añejos que han marcado el paso de cada uno de ellos por la vida política del Estado.
Privilegiar la propuesta por encima de la descalificación. Convertir a la campaña política en un foro comparativo para que los electores tengan elementos reales de decisión respecto de qué proyecto y qué personas consideran convenientes para gobernarles durante los próximos años. Ése y no otro es el escenario deseable. Deseable es también que todos los actores, sin excepciones, supediten sus expectativas legítimas de alcanzar y ejercer el poder público a lo que es mejor para todos los veracruzanos y esto implica, necesariamente, un discurso que invite a la participación ciudanana y que motive el encuentro de opciones, la mayor facilidad posible para que el sistema funcione con equidad y legalidad.
Yo quiero para Veracruz, para los míos y para mi, un futuro libre de rencores, violencia desde el poder y ánimos de venganza, apegado a los principios constitucionales y en general al Estado de derecho, que parta de la realidad y no de promesas vanas, demagógicas e irrealizables, que abra la puerta a nuevas opciones y visiones, que sea incluyente, modernizador, optimista, amable.
Pero lo importante, a fin de cuentas, es el lunes cinco de julio, después de la jornada electoral. Que Veracruz amanezca en paz y trabajando, con veracruzanos tranquilos, animosos, confiados en su futuro y no temerosos de una prometida y larga noche de San Bartolomé. A veces el calor juega malas pasadas...

antonionemi@gmail.com

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