lunes, 21 de junio de 2010

Difuntos

Juan Antonio Nemi Dib
Historia de Cosas Pequeñas

1] Frente al Hotel de México (hoy World Trade Center) en Ciudad de México, había una tortería cuya especialidad eran las baguettes. Yo solía acudir con cierta frecuencia porque me quedaba relativamente cerca de casa, la comida era realmente sabrosa y de precio accesible. Allí conocí a Carlos Monsiváis, una tarde. Aunque estaba acompañado de algunas personas fue amable y no sólo accedió a charlar sino que respondió las preguntas que le hicimos de mesa a mesa, con gran tolerancia para nuestra impertinencia. Recuerdo que entre otras cosas, reconoció la inteligencia de Diego Fernández de Cevallos, si bien dijo que éste “solía ponerse y quitarse la ira encima” como si se tratara de un sombrero.
Me costaba mucho trabajo leer sus columnas, y no porque fueran densas, complejas o estuviesen mal escritas, todo lo contrario. Su estilo era impecable, dúctil, ameno. Pero era demoledor, durísimo. Sus irónicos comentarios a la “X” potencia eran verdaderos dardos envenenados, para los que pocas veces, casi ninguna, había antídoto eficaz. Humor fino y un conocimiento profundo de los valores -y antivalores- culturales de México y su prolija presencia en el ensayo, en la crítica literaria y la crónica además de su presencia constante en la radio, la televisión y decenas de diarios y revistas lo convirtieron en el “último escritor público de México” según Adolfo Castañón.
La última vez que lo vi fue también en un restaurante pero de Veracruz, hace relativamente poco tiempo. Estaba con Rolando Cordera y otra persona que no identifiqué. Fue un día antes de que la Universidad Veracruzana le rindiera homenaje. Esta vez me dio pena acercarme y me limité a observarlo de lejos. Fue un error.
Ya no hay quien documente nuestro optimismo.
2] El “Ensayo sobre la Ceguera” de José Saramago me marcó en serio. Pocas veces he visto reflejada la naturaleza humana de manera más cruda, implacable, que en esa obra maestra de las letras. En la parte literaria, creo que llegué a identificar el sabor de las raciones distribuidas entre los contagiados sujetos a reclusión. Durísimo texto que le lleva a uno a los límites de lo que el hombre puede hacer, cuando se trata de pasiones egoístas y la necesidad de subsistir, aún a costa de otros. El truco está en que, inevitablemente, el lector acaba preguntándose “¿qué haría yo en ese caso?”; las respuestas siempre sorprenderán. Aunque al final del “Ensayo” prevalece una cierta esperanza en un género humano evolucionado, el “Ensayo...” deja una sensación de pérdida, de extravío y conciencia de la fragilidad moral.
Por encima de toda su obra, seguramente se recordará a Saramago como acre crítico de la religión: “El Dios de la Biblia es vengativo, rencoroso, mala persona y no es de fiar... en la Biblia hay crueldad, incestos, violencia de todo tipo, carnicerías...”, aunque también señaba: la Biblia tiene "cosas admirables desde el punto de vista literario y mucho que vale la pena leer".
A su muerte, la Iglesia Católica de Portugal se expresó cuidadosamente: "fue un gran creador de la lengua portuguesa... el cristianismo y el texto bíblico interesaron mucho al autor como objeto de su recreación literaria", pero se lamentó de que la ‘aproximación’ del “Nobel de literatura a la religión no fuese llevada más lejos y de forma más desprendida de posicionamientos ideológicos".
En cambio, el Vaticano no tuvo compasión: “el diario L’Osservatore Romano arremetió contra el fallecido escritor, al que dedicó un artículo definiéndolo como un ‘populista extremista’ de ideología antirreligiosa y anclada en el marxismo”. Y fueron más lejos: “Por lo que respecta a la religión, atada como ha estado siempre su mente por una desestabilizadora intención de hacer banal lo sagrado y por un materialismo libertario que cuanto más avanzaba en los años más se radicalizaba, Saramago no se dejó nunca abandonar por una incómoda simplicidad teológica”.
¿Triste e innecesario empate?
3] Mis hijos me acaban de entregar una tarjeta que dice “todos piensan que tienen al mejor papá del mundo”. Yo podría apostarlo, lo tuve...
Lo extraño mucho.
No era un literato. Estaba muy cerca de la sabiduría no por las letras (entre las que vivió hasta su último día) sino por sus actos. Fue un hombre congruente y honorable. La vida nunca se le dio fácil, pero nos la hizo muy fácil a muchos.
Consumista o no, esta era una fecha importante para agradecerle, para aprenderle, para disfrutar su presencia.
Uno se acostumbra al vacío, a la ausencia, pero no deja de doler. Al menos quedan los recuerdos.

antonionemi@gmail.com

No hay comentarios: