viernes, 25 de junio de 2010

E diablo anda suelto

Liz Mariana Bravo Flores
Andanzas de una Nutria

"Si nos hundimos antes de nadar, no soñaran los peces con anzuelos, si nos rendimos para no llorar, declarará el amor huelga de celos…".

Joaquín Sabina.


Al caer la tarde desapareció la calma marina que nos había recibido; las olas crecían con velocidad, la lancha brincaba sobre las crestas del mar proporcionando a la tripulación un salvaje masaje en las asentaderas.
La adrenalina y emoción se apoderaron de mi cuerpo. Confirmé entonces que, aunque los humanos nos creemos la especie superior, cuando estás a bordo de una lancha con tus compañeros de aventura, somos tan grandes como un grano de sal en medio del mar, pues aquella tarde de pesca con “Peche” el oleaje pudo voltear el medio de transporte, arrebatar a un tripulante, o a todos si hubiera querido.
La experiencia de un pescador como “Peche” nos permitió salir victoriosos, con suficiente pescado y con una aventura maravillosa que inició en Chachalacas un domingo a mediodía, justo después de dormir la siesta en una hamaca y adentrarnos al mar.
Rey Martínez Franco fue el guía aquel día del que regresamos con una sarta de pargos, rubias, pez cochino y cabrillas; en el que las gaviotas intentaban robar la carnada del anzuelo al momento de lanzarlo al agua, y en el que, a bordo de la lancha de “Peche”, recorrimos el mar veracruzano hasta acercarnos al puerto jarocho que se veía desde nuestra posición.
El sol aun brillaba intenso sobre nosotros cuando del fondo marino salió el primer monstruo prendado al anzuelo. Su cuerpo franjeado en rojo y blanco, la aleta roja sobre su lomo amenazaba con pinchar la mano de cualquiera que se acercara, con ojos rojos y saltones como si se le hubiera metido el diablo. -¡Regrésalo al agua y no lo toques que es venenoso! – gritó alguien en la lancha.
Fidel Serrano, el “Chocorrol”, dijo que se llamaba pez diablo y, al parecer, ese día andaba desatado pues después del primer encuentro con ese animal, muchos otros de su clase salieron en los anzuelos de quienes pescábamos ya sea con hilo o con caña.
“Peche” y Rey lo hacían con una línea de hilo grueso que tenía ocho o diez anzuelos colocados a lo largo de ésta y un plomo grande, pues a diferencia de la pesca de orilla, cuando se entra al mar hay que poner plomada más pesada para que los anzuelos lleguen profundo y así atrapar peces más grandes; los demás pescábamos con cañas cortas, como deben usarse en la lancha para que permitan maniobrar mejor a bordo.
Para cerrar con broche de oro, además de la intensidad del viaje, el mar nos regaló la imagen de un pescador a contra luz con el ocaso, el “Chocorrol”, que en la lancha suele viajar de pie en la proa –es decir en la parte delantera- porque es donde se siente menos el oleaje y el daño para su lesión de columna es menor, se perfilaba de espaldas sobre el sol, con su paliacate amarrado en la cabeza.
Al caer la tarde, desapareció la calma marina que nos había recibido; la lancha brincaba sobre las crestas del mar proporcionando a la tripulación un salvaje masaje en las asentaderas y así volvimos a Chachalacas para aliñar la pesca del día.

nutriamarina@gmail.com

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