lunes, 14 de junio de 2010

Mentiras

Juan Antonio Nemi Dib
Historias de Cosas Pequeñas


Han de perdonar ustedes la impertinencia. Es que mi necio y limitado entendimiento se empeña en insistir, con franca necedad, en el asunto de las mentiras y las verdades. Nomás no le hallo, y miren que me empeño en ubicarle la cuadratura a eso de la “conveniente sinceridad”; me torturo [in] necesariamente, porque aún teniéndola, ¿de qué carambas me serviría esa respuesta? No lo sé, pero me duermo y me despierto preguntándome si existen las mentiras lícitas (las “piadosas”) y si son de repudiarse las verdades cruentas, las que causan dolor [es]. Busco y rebusco sin mucho éxito y quiero liberarme del tormento. Comparto con sus mercedes algunos pequeños hallazgos que por lo menos pueden servir para descuartizar el tema:
¿Existe la verdad absoluta, lo indiscutiblemente cierto? No hay una respuesta unívoca, única, para esta pregunta. En efecto, se puede mostrar con relativa facilidad -de acuerdo con criterios biológicos- que un organismo está vivo y por ende no muerto y que la noche es notoriamente diferente del día; ambas afirmaciones cabrían en la clasificación de “verdades evidentes por sí mismas” pero también es un hecho cierto que el conocimiento se constituye a base de nociones y conceptos que son necesariamente subjetivos (es decir, percepciones del individuo que está conociendo un fenómeno o un objeto, en oposición al mundo exterior, al objeto o el fenómeno que están siendo conocidos en ese momento por el sujeto). Entonces, si el conocimiento es subjetivo, si está condicionado por el ambiente, por la cultura y los sistemas de valores, por el estado emocional de quien conoce y, según se nos demuestra ahora, incluso por sus cargas genéticas, se vuelve complicado aceptar que, salvo en el plano estrictamente teórico, existan verdades universales e indubitables. Creo que esto mismo se puede decir de forma menos complicada: la física cuántica ha probado que una misma partícula puede estar en dos sitios diferentes a la vez, es un hecho científico demostrable más allá del rollo. Esto plantea la posibilidad de que exista más de una realidad (o muchas) superpuesta y, por ende, que también existan diferentes respuestas válidas a una misma pregunta. Así, en estricto sentido, tampoco habría mentiras absolutas.
¿La mentira es mala, perniciosa en sí misma? El acto de mentir (faltar a la verdad) tiene múltiples variables: decir lo contrario de lo que se sabe, se cree o se piensa, inducir a error, fingir, aparentar, falsificar, faltar a lo prometido, quebrar un pacto. Sin embargo, el problema ético de la mentira no radica en ésta por sí misma, sino en su intencionalidad: ¿para qué se miente, con qué fines? Sólo un obtuso desconocerá lo prudente de matizarle a un niño que está desahuciado y que su irremediable condena incluye dolores y sufrimientos previos a su desenlace, pero en cambio ¿quién tendría el derecho de ocultar tan cruda información a los padres del menor? Moralmente reprensible es el hecho de mentir deliberadamente con el propósito de obtener un beneficio o eludir una responsabilidad. No es posible argumentar en defensa de una mentira (o muchas) dicha (s) para “sacar raja”.
¿La mentira forma parte de la naturaleza humana? Hay estudios sorprendentes al respecto. Afirman que la gran parte de las personas solemos mentir muchas veces todos los días y que, en la mayoría de los casos se trata de convencionalismos sociales que buscan hacer más amable la convivencia (un “te queda bien” dicho al cónyuge sobre una prenda que realmente nos desagrada, un “buenos días” cuando realmente nos tiene sin cuidado lo que le ocurra a la persona que saludamos). Aparentemente, si los humanos dijéramos siempre lo que pensamos estaríamos en medio de muchos más conflictos de los que podemos imaginar. Si aceptamos esta teoría de las mentiras por amabilidad, muchos silencios y omisiones corteses han de clasificarse, también, en el ámbito de las mentiras. Es cierto que el grado no hace más permisible o aceptable a una mentira (una “mentirita” contra una “mentirota”), pero también lo es que hay mentiras horrendas, devastadoras, con gran poder de destrucción.
¿Hay diferencia entre las mentiras “privadas” y las “públicas”? Sí, mucha. Mentir en el ámbito de lo privado nunca tendrá la dimensión de hacerlo respecto de las cosas públicas. Por principio, nadie tendría derecho a manipular realidades que pertenecen a todos. Lo deseable es que el gobernante y el político se ajusten a una práctica ética que les permita conducirse con apego a la verdad, ése es el concepto de transparencia: no ocultar nada a los sujetos de interés y garantizarles acceso oportuno a información veraz de primera mano sobre los asuntos públicos.
¿Hay atenuantes para justificar la mentira desde el poder o la militancia? Es difícil decirlo. Para muchos en esto no cabrían excusas y ni el gobernante ni el candidato/activista debieran mentir nunca en nada; para otros, sólo cuando el acto de informar causara más daños que beneficios (respecto de una devaluación monetaria o las consecuencias de un ataque generalizado de pánico frente a un posible anuncio catastrófico como una epidemia, por ejemplo). Lo que parece inaceptable es que se mienta con el propósito deliberado de causar daño, de gozar el “placer” de engañar a los demás (o creer que se les engaña) o como arma política para alcanzar/retener el poder.


antonionemi@gmail.com

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