lunes, 12 de julio de 2010

Calderón ganó por menos de un punto (0.57)

Articulista invitado
Héctor Yunes Landa*

La Democracia actual implica, con frecuencia, elecciones cerradas, con alto nivel de competencia, y Felipe Calderón en la elección del 2006, por citar el ejemplo más cercano para los mexicanos, ganó por sólo el 0.57 por ciento de diferencia, es decir, menos de un punto porcentual, y el PRI con gran sentido de responsabilidad con la nación, reconoció ese escaso margen, sin pedir ningún recuento; el PAN por su parte, se negó a cualquier recuento como lo demandaba la coalición de izquierda.
Por ende, cuestionar los resultados electorales con prejuicios, con una actitud premeditada, que pretende descalificar el proceso desde antes de que ocurra, nos ubica en el umbral del fin de la Democracia como sistema. Debe preocupar a la sociedad que haya quien postule esto, porque representa una tentativa de regresión que pretende que volvamos a alguna forma política premoderna ya superada, como la monarquía absolutista o la dictadura.
Con todos los defectos y asignaturas pendientes, y aún con todos sus vicios, la Democracia sigue siendo el mejor sistema inventado por la sociedad para acceder al Poder y regular su ejercicio. Es, hasta hoy, lo mejor que tenemos. El sistema democrático se actualiza a través del proceso electoral y se realiza con la participación de los partidos. De este modo se estructura el sistema de representación política y se vertebran los intereses diversos que existen en la sociedad. Son los partidos, entonces, los llamados a participar para legitimar el ascenso al poder público.
A pesar de que le falta mucho a la democracia política para reflejarse en la economía de los ciudadanos hay avances notorios, especialmente en materia electoral. Se ha avanzado mucho en la independencia de los órganos electorales, la participación al interior de los partidos y también de los representantes ciudadanos que hacen posible los procesos electorales. Pero quizá lo más importante es que en el caso de Veracruz, es que en las 9,827 casillas instaladas el pasado 4 de julio, se registró una participación de casi 60 mil ciudadanos como funcionarios de casilla, otros 60 mil representantes de los diversos partidos y más de 2 mil observadores electorales. Mención especial merecen los más de 3 millones de ciudadanos que acudieron a votar en paz y luciendo una civilidad ejemplar, digna de cualquier nación de primer mundo.
Las 9,827 actas son un resultado definitivo de la elección de gobernador, aún cuando la diferencia entre el primer y segundo lugar es de 3 puntos porcentuales. De acuerdo a las reglas de la democracia y a lo establecido en nuestro sistema electoral, es posible ganar o perder por un voto. Vale la pena añadir que la legislación electoral de Veracruz, establece, incluso, que si la diferencia es menor a un punto porcentual, debe realizarse un nuevo conteo de la votación emitida, regla que diseñamos a partir del apretado resultado de hace 6 años en Veracruz y hace 4 años a nivel nacional. Por eso en el municipio de Veracruz se han vuelto contar los votos emitidos.
No pretendo con este comentario menoscabar la importancia de que la votación esté tan cerrada y altamente dividida, pero esto hay que entenderlo, en principio, como un espejo de los mensajes que los políticos estamos enviando a los ciudadanos y, en segundo, como un mandato de la sociedad que no brinda toda la confianza a sus hombres públicos y trata de contrapesarlos en el ejercicio del poder. Además, esto debe preocuparnos porque refleja la crispación y polarización que hay en el ambiente social de Veracruz y México. La pregunta que surge es: ¿Es posible que México y Veracruz superen sus problemas con tal división a nivel político y social? Es difícil pensarlo siquiera. Si no hay unidad en la acción pública no hay progreso posible.
Para algunos líderes, tal parece que lo que verdaderamente importa es la lucha por el poder, ignorando que quienes resultan derrotados en un proceso, tendrán un importante grado de participación en el Poder Legislativo y en los demás órdenes de gobierno y poderes públicos. Tal parece la escenificación de una guerra de egos. Y, a semejanza de cómo ocurre en una familia, cuando aparece la guerra de egos, se destruye el hogar, especialmente, si hay un enemigo al acecho, como es el caso de la delincuencia organizada y otras pestes en México. Gobernar, entonces, es tarea de todos, requiere el concurso y la participación de todas las fuerzas políticas que conforman el Estado. Pero para que el Estado funcione como tal se requiere un auténtico estadista al frente, que actúe como Jefe de Estado, no que sea copartícipe de una guerra sucia deleznable contra los adversarios políticos de su partido.
La lectura del nuevo mapa político de Veracruz nos arroja que el PAN gobernará en un mayor número de municipios y tendrá un importante número de diputados, que le permitirán una amplia representación en el Congreso de Veracruz. En otras entidades, la voluntad soberana de los ciudadanos determinó una alternancia en el Poder, como en Aguascalientes, Zacatecas y Tlaxcala, donde la ciudadanía optó por el PRI. Por el contrario, en Oaxaca y en Puebla, la ciudadanía decidió quitarle al PRI la conducción del gobierno y otorgársela a la coalición de un amplio espectro de partidos. Ni hablar, el pueblo habló y escogió. Si el PRI cuestionara estos resultados pues el asunto se tornaría esquizofrénico, porque no habría ya referente alguno para establecer quien ganó cada elección.
La ciudadanía nos observa y evalúa, y emite su juicio, muchas veces con estrecho margen de diferencia. Decisiones incuestionablemente legítimas, porque tal como postuló Max Weber la legitimidad tiene su origen en la legalidad, y la legalidad se obtiene con el cumplimiento de la Ley. Ni más ni menos. Así está estipulado y debemos acatarlo, es el principio de la convivencia social. Esta es la democracia y no se vale aceptar los resultados donde ganamos y rechazarlos donde perdimos. En un sistema democrático se gana y se pierde. Y lo más importante es que en un proceso electoral ni se pierde todo, ni se gana todo, ni mucho menos para siempre. Por eso es importantísimo que todos entendamos que los procesos de selección interna y los procesos electorales constitucionales, son sólo un mecanismo para dirimir la renovación del poder público.
Lo más importante es que una vez superado este proceso, entendamos, de una vez por todas, la necesidad de establecer acuerdos fundamentales para crear consensos. Es aquí, precisamente donde los participantes, partidos y candidatos, demuestran a la sociedad que es lo que realmente pretenden: el poder por el poder mismo, ó el poder para servir realmente a la sociedad.
No es posible que perdamos el tiempo en conteos redundantes o en pleitos postelectorales inacabables. La sociedad exige resultados y está harta de tantos procesos electorales y tantos conflictos postelectorales. Hay que acatar el mandato de las urnas y ponerse a trabajar de una vez por todas con altura de miras, para diseñar acuerdos, consensos y acciones conjuntas, que permitan a Veracruz salir adelante. La ciudadanía demanda resultados, no querellas infinitas ni divisiones estériles.

*Diputado Presidente del Congreso del Estado de Veracruz

hectoryunesdiputado@hotmail.com

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