lunes, 19 de julio de 2010

José Narro Robles

(o refundar la República)


Juan Antonio Nemi Dib
Historias de Cosas Pequeñas

Primero dudé que fuera él. Entró a la sala para el abordaje del avión vestido con guayabera blanca y cargando una pequeña maleta, completamente solo. Se acercó al mostrador y entonces, al verlo de cerca ya no tuve duda: se trataba del Rector de la UNAM. ¿A qué irá a Veracruz?, me pregunté, e inmediatamente vinieron a mi memoria sus recientes comentarios sobre la realidad del país, que provocaron admiración en más de uno y que hasta ahora nadie ha refutado.
Caminó a la primera línea de asientos y mientras varios lo observábamos se sentó con una serenidad que no parecía corresponder con el responsable de administrar una comunidad escolar -considerada una de las 60 mejores entre 8 mil del mundo- integrada por 314 mil 557 estudiantes y 35 mil 057 maestros, de los que 3 mil 442 forman parte del Sistema Nacional de Investigadores.
José Narro Robles es titular de una institución, quizá la segunda o tercera del planeta por su tamaño, cuyo recinto principal es patrimonio cultural de la humanidad, que imparte 83 modalidades de maestría y doctorado, 85 licenciaturas (con 159 planes de estudio diferentes), bachillerato y dos carreras técnicas.
La Universidad Nacional, que está a 65 días de cumplir cien años de fundada, aunque en realidad sus antecedentes traspasan los siglos, tiene 13 facultades, 5 unidades multidisciplinarias, 4 escuelas superiores, 19 planteles de la Escuela Nacional Preparatoria, 25 del Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH), 29 institutos, 16 centros y 8 programas universitarios.
Es la misma universidad que tiene a cargo 18 museos y 18 recintos históricos, pero que además presta servicios directos al país a través del Servicio Sismológico Nacional, el Observatorio Astronómico Nacional, el Jardín Botánico Nacional, la Biblioteca Nacional, la Hemeroteca Nacional, la Red Mareográfica Nacional, el Herbario Nacional, Cuatro reservas ecológicas y el Monitoreo del volcán Popocatépetl.
Total que el Rector de semejante institución estaba ahí, solito, esperando tomar el mismo vuelo que yo. Se trataba de la misma persona que hacía apenas unas cuantas semanas había compartido su visión de la realidad nacional a los senadores de la República: “La disminución de los ingresos fiscales se debe, entre otras, a la caída en la actividad económica que, anualizada, se estima en cerca de ocho por ciento; a la dependencia estructural de la economía mexicana de un solo producto; a la pérdida de casi 600 mil empleos el último año; a la baja de las remesas de los migrantes que en México no encuentran oportunidades de vida digna; a la disminución en el consumo de alimentos provocada por la pérdida de ingresos de las familias; al incremento en el número de los más pobres entre los pobres”.
Narro es el mismo que produjo silencio en la Cámara de Senadores al decir: “Cuando sostengo que debemos redefinir nuestro proyecto de desarrollo, lo hago con la convicción de que no se debe dar continuidad a esquemas económicos que no producen bienestar para la mayoría, que no se ocupan de la desigualdad, que no combaten debidamente la marginación, la enfermedad, la ignorancia o el hambre de muchas personas.”
Es cierto que no se trata de nada nuevo, nada que no sepamos, lo nuevo es que lo haya dicho el Rector de la UNAM, quien fue más allá: “[Hago] un llamado a la sociedad y sus organizaciones, a la inteligencia nacional, a los poderes instituidos, a las fuerzas políticas y a los grupos del sector privado. Debemos establecer entre todos un mecanismo que nos permita acordar los consensos necesarios para diseñar una nueva estructura de país, para sentar las bases de un futuro más alentador. Un mecanismo capaz de facilitar la elaboración de un nuevo proyecto de nación y de convencer a la sociedad de su viabilidad. A otras generaciones tocó establecer la República, a unas más defenderla y consolidarla, a la nuestra toca, como alguien ha propuesto, emprender su refundación. Enfrentemos el desafío histórico que nos corresponde.
Cuando lo alcanzó otra persona -que después me presentaría como su yerno- se me quitaron los remilgos y me atreví a importunarlo. Le dije que su mensaje a los senadores fue especialmente meritorio y valiente y que además, pude observar desde hace muchos años cómo había construido su rectorado. Respondió con amabilidad y gentileza mi metralla de preguntas imprudentes.
Me dijo, que sí, que en efecto se preparó toda su vida para concretar su máxima aspiración profesional: ser Rector de la UNAM. Me contó que cada mañana acude puntualmente a la Facultad de Medicina a impartir sus clases de salud pública. “Soy médico”, me dijo con orgullo. Le pregunté cuál piensa que será su principal legado cuando concluya su gestión y la cara se le iluminó; me quedo, de todo lo que me dijo, con la idea de una universidad cada vez mejor, con incremento constante en su calidad académica y, sobre todo, una universidad sensible, con rostro humano.
Conversamos brevemente de su paso por la Secretaría de Gobernación del Gobierno Federal, donde ocupó dos subsecretarías. Ya me pareció demasiado abuso preguntarle a qué hora escribe -tiene 170 artículos publicados y dictadas más de 400 conferencias especializadas- y prepara sus clases, si es cierto que corre diez kilómetros, por qué no usa guardaespaldas y sobre todo, si hay un cuasi requisito no formal para ser Rector: la profesión médica (Soberón, Rivero Serrano, De la Fuente, Narro). Ya le pediré una entrevista.
Lo que si me dijo es que estaba de vacaciones en Veracruz, que había ido al DF para una reunión de trabajo y que ahora, afortunadamente, regresaba a reunirse con los suyos. No todo huele mal en este País, claro que no.

antonionemi@gmail.com

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